Abrí los ojos y me encontré...¿cómo decirlo? Flotando en una niebla blanca que se extendía en kilómetros a la redonda. Estaba allí, suspendida en gravedad cero, sin ver un pimiento y preguntándome como demonios había llegado allí.
¡Por fín despertaste!, exclamó una voz extrañamente conocida, que reverberaba por todo el vacío (ni idea de porqué había eco en el vacío, así que no preguntéis), ¡estamos en una dimensión atemporal, pero eso no es excusa para perder el tiempo!
-¿Quién anda ahí?-pregunté (ya sé, la típica pregunta que uno NUNCA debe hacer si no quiere una muerte prematura; eso es lo que se deduce de las películas de terror, al menos).
Mejor que lo veas por ti misma, respondió. Entonces, la niebla se empezó a juntar en una especie de embudos, como tornados en miniatura colocados al revés. De los conos de niebla salieron brazos y piernas y, en unos segundos, estaba suspendida en frente de una legión de mujeres de distintas edades, que los únicos rasgos que tenían en común eran sus cabelleras blancas centelleantes y sus irises cambiantes. Una joven bronceada con el cabello rizado chamuscado en las puntas me sonreía desde el centro de la primera fila.
Algo hizo click en mi mente (aunque, a estas alturas, ya lo tendréis más que adivinado; la verdad es que no hay que ser un genio). Los cabellos blancos con chispitas de colores que cambian de sitio y de tonalidad (eso es exactamente como es, no hay mejor manera de decirlo), los ojos caleidoscópicos...las marcas de la Lamicury. Aquellas eran mis vidas pasadas y la chica que me sonreía era mi antecesora, Isabela.
Cuando recuperé el habla, lo primero que pregunté fue:
-¿Estoy muerta?-sé que suena a pregunta tonta; pero, habiendome desmayado y reunido con mis vidas pasadas, cualquiera pensaría que la ha palmado.
Aún percibiendo la angustia que crecía en mi pecho por momentos, Isabela se rió ante mi pregunta, seguida después por las demás. Menudo golpe para mi autoestima.
Cuando consiguió detener sus carcajadas lo suficiente para vocalizar, Isabela habló:
-¡Claro que no estás muerta! ¡Estás en el limbo!-aún seguía riéndose, por lo que paraba al final de las oraciones para soltar una pequeña carcajada. Luego, más seria, añadió-: lo siento, no debí haberme reído; lo cierto es que a todos se nos pasó esa idea por la cabeza la primera vez que nos trajeron, pero eres la primera en expresarla en voz alta.
-El limbo...-murmuré-sigue sin ser mejor que la muerte.
-Lo es, créeme-dijo otra joven antepasada mía, de cabellera recogida en un moño y piel sonrosada.
-Estás aquí para que te ayudemos-dijo otra, de pelo hasta la cintura y piel morena.
-¡Silencio!-gritó Isa (me va a matar cuando sepa que la he llamado así; pero ella está muerta, así que...), atrayendo la atención de todos-. Esto ya lo hemos hablado; yo daré el discurso y vosotras levantaréis la mano si queréis añadir algo.
-Entonces...¿me vais a ayudar? ¿combatir a mi lado?
-Et, et, et... para el carro, Annabeth. No podemos luchar a tu lado, no estamos vivas; pero te podemos darte algo mucho mejor: el conocimiento.
-¿Conocimiento?-pregunté yo; no tenía ni la más remota idea de que necesitaba saber en ese momento.
-Ajá, conocimiento. ¿O es qué acaso ya has descubierto en que orden hay que pronunciar las estrofas?
Me llevé la mano a la frente. "Pues claro, Annie; un hechizo tan poderoso tiene que tener algún orden. ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiese dicho ella? Decirlo mal puede equivaler a un daño irreparable".
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El Ocaso de la realidad
FantasyA veces, Annabeth sólo quiere desaparecer de la faz de la tierra. Le hacen bullying en el colegio y no la entienden en su hogar. Y lo peor, su martirizadora es la hermana mayor de la única amiga que tiene en el mundo. Cuando esas emociones explotan...