CAPÍTULO 3: Bienvenida a Absurdilandia

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Cuando me desperté, me sentía culpable. Había dejado que el odio me dominara. Y no es que Devora no se lo mereciera. Pero, aunque sólo fuera por un segundo, había sido como ella. Un absoluto monstruo con total desprecio a los sentimientos ajenos. Y eso había asustado a mi mejor amiga.

Eso fue, claro está, antes de abrir los ojos.

Por que cuando los abrí no pude pensar más.

Lo que tenía a mi alrededor era surrealista. Absurdo. Casi imposible de describir. Aún así, lo intentaré con todas mi fuerzas.

El suelo, si es que podía llamarse así, estaba hecho de pequeñas piedrecitas multicolores que se aportaban a cada paso, revelando una superficie cristalina. Parecían no querer ser pisadas.

Pero lo más raro no era el suelo, sino lo que se alzaba sobre él: plantas que cambiaban de color cual camaleones nerviosos, árboles de regaliz de cuyas ramas colgaban frutos de gominola, tortugas motorizadas que corrían de un lado para otro, un lago de batido de chocolate, nubes que tocaban la trompeta... En definitiva, parecía un lugar sacado de la imaginación de un niño de cinco años.

Lo más extraño de todo (y eso ya era mucho decir) era el sol. Detrás de mí había un orbe anaranjado con retazos azulados y amarillentos. A través de el se veía el campamento. Daphne estaba dentro de ese orbe. Y Devora; Devora también. Intenté atravesarlo, pero en vano.
Entonces vi la inscripción. Delante del orbe solar se podía leer claramente: Cuando los mundos, el sol y los deseos sean uno podrá uno trasladarse entre ellos.

Genial. Había entrado en Absurdilandia y había cerrado la puerta al pasar. Y lo peor es que no sabía cuando se volvería a abrir.

Intenté calmarme. "Sólo estoy soñando. Me he dormido en el bosque porque no quería volver al campamento y estoy soñando cosas raras", me decía a mi misma. Pero parte de mí sabía que aquello era demasiado extravagante para habermelo inventado.

En un momento dado me fijé en una seta. No sé por qué. Quizá el hecho de que una seta bajo la sombra de un árbol no era una cosa rara la hacía destacar entre toda aquella extravagancia.

Cuando me fijé un poco más me di cuenta de que era gris. Al principio, pensé que era la sombra lo que la hacía parecer gris, pero todo lo demás que estaba bajo los árboles tenía color. No un color muy brillante, pero color.

No le di mayor importancia y me dispuse a buscar algo de comer y un sitio para dormir; por que no había cenado y, aunque había estado inconsciente un rato, aquel desbarajuste me había dejado agotada. Al cabo de un rato, cuando el orbe solar estaba ya casi completamente hundido en el cristal (ya os he dicho que es un lugar raro), ya había cenado y estaba tumbada en una esponjosa superficie lo bastante cómoda para dormir.

No volví a darle importancia a la seta. No tenía ni la más remota idea del horrible presagio que aquel hongo gris suponía.

El Ocaso de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora