CAPÍTULO 9: Los cazadores y el dragón

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Llevaba ya unas dos semanas de entrenamiento y ya me sabía un montón de conjuros: Frostelm (frío), Aleria (viento y volar, depende a donde apunte), Sismoyko (terremoto)... Y cosas por el estilo. Los primeros que aprendí (aparte del Fauliste, el conjuro de fuego) fueron hechizos curativos (Sanecuysa) por una razón evidente; aún estaba resintiéndome de los arañazos de la pesadilla, aunque ya me sentía muchísimo mejor. Eso sí, tendré unas cicatrices en forma de medialuna en los brazos de por vida.

En aquel momento estaba descansando. En mis manos sujetaba una figurita de madera pulida a tamaño real de Ocaso. Llevaba unos cuantos descansos trabajando en ese proyecto y por fin estaba terminado. Satisfecha, me la colgué en el collar, junto a una selfie tamaño carnet de Daph y mía que me puso nostálgica. Como la echaba de menos.

Odio admitir que se me escaparon algunas lágrimas. No volvería a casa en mucho tiempo y Daphne encontraría a otros amigos, algunos que su hermana no tratara como escoria. No, Daph no es así; seguro que buscaría al más solitario de los solitarios y le ofrecería su amistad. Cambiaría la vida de otra persona afortunada tal y como hizo conmigo.

Ocaso, al verme llorar, se acercó:

- Annabeth, ¿qué te pasa?

- Ah, nada, nada- dije secándome el rostro con la palma de la mano-. Sólo estaba pensando en...

-... Daphne- terminó ella, para mi asombro-. Si piensas en algo con la suficiente fuerza yo puedo sentirlo. Es extraño, pero es así. Me ha sorprendido mucho verte triste pensando en Daph, como la llamas a veces. Por cierto, yo pensaba que odiabas los apodos, ¿por qué ponerle uno a tu mejor amiga?

- Ella insistió en que la llamara de una forma especial. Decía que con ella a mi lado no habría nombres despectivos, ni burlas, ni nada parecido. Es obvio que no funcionó, pero me ayudó a superar una fase en la que sólo quería morir- vi la cara de Ocaso, con la boca abierta. Estaba sorprendida. No sabía que había tenido esa etapa tan dura en la vida-. Pero hoy he recordado, al ver esta foto- dije señalándole el colgante-, que ya no la tengo conmigo. Que estoy sola, que un mundo entero me separa de ella.

- No estás sola. Nos tienes a mí, a Rita... a todo el Amanecer de la Imaginación. Y estoy segura de que Daphne no te ha abandonado. Estará esperándote, seguro.

Agradecía las palabras amables de Ocaso, pero no estaba segura de si creérmelas. Aún así, esas palabras me habían descubierto el lado más tierno de Ocaso.

Súbitamente, oímos un grito. Una especie de rugido agonizante. Ocaso y yo nos miramos. Fuimos al origen del sonido.

En el claro que había a unos metros de casa, atada al suelo con unas estacas, estaba la criatura más majestuosa que había visto en las condiciones más miserables en las que podría habérmela encontrado. Era una lagarto alado de unos diez metros de largo, de cuello alto y cubierto de escamas de cristal azuladas. Estaba aplastado contra el suelo; la cola daba tumbos y hacía temblar la tierra, en un intento desesperado de escapar. Y, aunque sus colmillos gigantescos y los cuernos de su cabeza daban una impresión temible, sus grandes ojos verdes transmitían lástima.

Aquella criatura era un dragón.

- Fauliste- dije rápidamente, y empecé a cortar las cuerdas. Si algo tenía claro era que no podía dejar al dragón en ese estado. No era por deber u obligación ni nada de eso, simplemente no soportaba ver a otro ser vivo sufrir de esa forma.

- Parad- dijo una voz detrás nuestro-. Los Infernales os lo prohíben.

En un parpadeo, dos muchachos de orejas puntiagudas de andares pretenciosos estaban en frente nuestro. Los chavales estaban vestidos de camuflaje y llevaban unas flechas flameantes ya puestas en el arco. Y se interponían entre nosotros y el dragón.

Cuando lanzaron la primera flecha, empezó la pelea. Era obvio que no querían la libertad del dragón, pero no la iban a impedir. Además, ¿no se habían autodenominado Los Infernales, los mismos que asesinaron a mi antepasada Isabela? Aquel grupito de adolescentes era el enemigo.

Yo lanzaba conjuros como una loca (lo admito, quizá me cegó un pelín el deseo de venganza; pero oye, funcionaba), algunos incluso me los inventaba, mientras esquivaba el fuego enemigo. Ocaso lanzaba también algunos hechizos, pequeños pero precisos, que se clavaban en los pocos trozos de piel descubierta de los chavales y les hacían aullar de dolor. Me alegraba de tenerla como amiga y no como enemiga.

Aunque tenía una flecha quemándome el brazo, teníamos una clara ventaja.

- ¡Quietos idiotas!- gritó alguien detrás nuestro. En un segundo, otro muchacho, mucho más alto que los otros dos, apareció-. ¡Dejad de comportaros como críos belicosos!- y dirigiéndose a nosotras, añadió-: lo siento señoritas, ¿puedo ayudarlas en algo?

- ¡Pero Drake, es la Lamicury!

- ¡Callaos!- dijo el aludido-. ¿Decíais?

- ¡Liberad al dragón!- grité. Aunque Drake parecía más amable que los demás, seguía un poco sulfurada. Es decir, aquellos seguían siendo Los Infernales, y me acababan de clavar una flecha ardiente en el brazo. Eso suma un delito contra la Lamicury presente al asesinato de sus antecedentes como grupo.

Aún así, Drake no se inmutó de mi amargado tono:

- Claro, pero no gratis. No podemos soltar al dragón sin más, es una cuestión de principios; pero te debemos algo, por asesinarte y todo eso, así que podemos cambiartelo por algo. Porque, aunque no te lo creas, Los Infernales hemos cambiado. Ya no somos los de antes. Vale, atrapamos criaturas especiales, como este dragón de cuarzo, y las vendemos para subsistir. Pero no matamos.

- No me lo creo.

- Piensa lo que quieras- dijo, creo que un poco molesto por no haberlo creído. Luego, mirando al dragón, añadió-: Bueno, pongamos un precio... veamos... ¿qué tal una pluma de Fénix? Sí; una pluma de Fénix será el precio justo.

- Aceptamos.

El Fénix vivía y reinaba en el El Reino de los Sueños Celestes. Como la única manera de llegar hasta allí eran las escaleras nubosas, tenía que invocarlas. Y para eso, tenía que engañar a Rita.

Entré en la casa de los tapices y, rápidamente, encontré el pergamino de invocación.

Ya a cielo descubierto, leí el pergamino:

Del destino somos dueños
así que haznos un apaño;
subenos a nuestros sueños
con estos peldaños.

Casi al instante, una escalera de caracol neblinosa apareció delante nuestro.

Emprendimos el viaje al Reino de los Sueños Celestes con una misión de salvamento. Y con mi corazón lleno de la horrorosa sensación de haber traicionado a Rita después de haberme enseñado tantísimo sobre magia, aún siendo para bien de otra criatura.

El Ocaso de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora