Las puntas de los dedos están tan rojas, tan peladas, tan fluyentes. Notó la sangre a través de ellas, y como, al coger ese lápiz tan amado, se cuela por las fibras del papel.
Los días en los que cambié el morado por el amarillo resultan tan lejanos ahora. La vida se ha convertido en un verde grisáceo, cómo el aro de mi ojo, y resulta intenso a veces, pero siempre empieza con ansiedad.
Siento que todo está cambiando y sigue igual, cómo la calma antes de la tormenta o el arco iris después de los truenos. He arrancado una parte de mi alma qué creía necesaria (cuán equivocada estaba), pero creo que jamás me sentí tan en paz.
La cintra negra de mi corazón, la soga del pecho, la ceniza de esa materia gris. Todo ello está desapareciendo y sigo sin saber qué hacer.