Éramos los chicos perdidos en una calle perdida, esperando a que nuestros corazones se consumíeran por la chispa que todos tenemos dentro.
Abrimos con las llaves del Impala la puerta azul de la última calle del sur.
Maldiciones y vudú se escondían debajo de las tablas del suelo.
Figuras de terracota construídas con nuestra mente y destruídas por nuestro corazón.
Que débil es el mundo que formamos y en el que vivimos. Será por eso por lo que el ser humano también lo es.