Capítulo 8

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En el coche, un modelo especial que tenía dos asientos enfrentados en la parte trasera y ventanillas oscuras, me encontré junto a Celeste, y teníamos a Ashley y Marlee enfrente. Marlee estaba pletórica, mirando a través de la ventanilla, y el motivo era evidente. Su nombre figuraba en muchos de los carteles. Era imposible contar la cantidad de admiradores que tenía.

El nombre de Ashley también se veía aquí y allá, casi tanto como el de Celeste, y mucho más que el mío. Ashley, siempre elegante, se tomó muy bien no ser la favorita. Celeste, era obvio que estaba molesta.

-¿Qué crees que habrá hecho? -me susurró al oído, mientras Marlee y Ashley hablaban entre sí de su casa.

-¿Qué quieres decir? -susurré.

-Para ser tan popular. ¿Crees que habrá sobornado a alguien? -dijo, mirando fríamente a Marlee, como si estuviera sopesando a su rival.

-Somos cuatros -respondí, escéptica-. No tenemos medios necesarios para sobornar a nadie. Celeste chasqueó la lengua.

-Por favor. Una chica tiene más de un modo de pagar por lo que desea -dijo, y se puso a mirar de nuevo por el cristal.

Tardé un momento en entender lo que sugería, y me sorprendió. Era evidente que a alguien tan inocente como Marlee nunca se le ocurriría irse a la cama con alguien.

Desde mi posición no pude ver muy bien la llegada al palacio, pero sí vi los muros. Estaban cubiertos de yeso amarillo pálido y eran muy muy altos. Había guardias apostados en lo alto, a ambos lados de la gran puerta que se abrió al acercarnos. Tras cruzarla, nos encontramos en un largo camino de grava que rodeaba una fuente y que llevaba a la puerta principal, donde nos esperaba un grupo de funcionarios.

Con apenas un «hola», dos mujeres me cogieron de los brazos y me hicieron entrar.

-Lamentamos mucho apremiarla, señorita, pero su grupo llega tarde -dijo una.

-Vaya, yo no deberia decirles esto pero lo digo en nombre de Celeste, lo lamento- dije sonriendo.

El comedor estaba a la derecha, me dijeron; el Gran Salón, a la izquierda. A través de las puertas de vidrio pude entrever unos enormes jardines. Me habría gustado parar, pero, antes incluso de poder procesar dónde nos encontrábamos, me empujaron a una enorme sala llena de gente muy ajetreada.

La multitud nos hizo espacio y vi una fila de espejos con gente que trabajaba en el peinado de las chicas y les pintaba las uñas. Había unos colgadores llenos de ropa, y se oían gritos como «¡Ya he encontrado el tinte!» o «¡Eso la hace gorda!».

-¡Ahí están! -exclamó una mujer acercándosenos. Estaba claro que era la que mandaba-. Soy Silvia. Hemos hablado por teléfono -dijo, como presentación, e inmediatamente pasó al trabajo-. Lo primero es lo primero: necesitamos fotos del «antes». Vengan aquí -ordenó, indicándonos una silla en una esquina, con un fondo artificial detrás-. No hagan caso de las cámaras, chicas. Vamos a hacer un programa especial sobre vuestra transformación, ya que todas las chicas de Illéa querrán parecerse a ustedes cuando hayamos acabado.

Efectivamente, había un montón de gente con cámaras paseándose por la sala, haciendo primeros planos de los zapatos de las chicas y entrevistándolas. Cuando acabaron con las fotos, Silvia empezó a lanzar órdenes.

-Lleven a Lady Celeste a la estación cuatro, a Lady Ashley a la cinco..., y parece que en la diez ya han acabado: preparar allí a Lady Marlee, y a Lady Aeryn en la seis.

-Bueno, esto es lo que tenemos -dijo un hombre bajito y moreno, muy expeditivo, haciéndome sentar en una silla con un seis en el dorso-. Tenemos que hablar de tu imagen.

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