Querido diario

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CAPÍTULO XVII

Querido diario

Te regalo mi amor, te regalo mi vida,

a pesar del dolor eres tú quien me inspira.

No somos perfectos, solo polos opuestos.

Te amo con fuerza, te odio a momentos.

Te regalo mi amor, te regalo mi vida,
te regalaré el sol siempre que me lo pidas.
No somos perfectos, solo polos opuestos.
Mientras sea junto a ti siempre lo intentaría.

Blanco y negro, Malú

Termino mi escrito con una firma y tapo el bolígrafo. La verdad es que hacía mucho que no escribía en mi diario, sólo lo hago cuando me pasan cosas interesantes, cuando estoy feliz por algo y, sobre todo, cuando me siento mal. Tal y como acabo haciendo más veces de las que me gustaría, empiezo inconscientemente a pasar las hojas hacia atrás, sabiendo que en la mayoría de ellas hablo de Sergio. Por ejemplo, aquí.

Querido diario:

He suspendido el examen de literatura, y estoy que ardo de la rabia. Lo que más me fastidia es que toda la culpa es mía, por ser tan estúpida. El domingo pasado yo debería haber...

Ah, sí, ya lo recuerdo. Aquella tarde de domingo yo estaba estudiando literatura; tenía el examen al día siguiente, a primera hora. Cuando estaba inmersa en la obra de Federico García Lorca, mi móvil comenzó a sonar sobre el escritorio. Primero miré quién llamaba y, al ver que se trataba de Sergio, irremediablemente respondí en menos de un segundo.

—Hola.

—Hola, nena. —Oh, ¿por qué sólo su voz me provocaba ese cosquilleo?—. ¿Qué haces?

—Pues, en realidad, estoy... estudiando literatura.

—Eso no tiene ningún morbo —rio. ¿Qué esperaba que estuviera haciendo?

—Bueno, no estés tan seguro, La Casa de Bernarda Alba es...

—¿Qué te parece si vamos al cine?

—¿Qué? —inquirí ante su propuesta—. No puedo, Sergio, mañana tengo examen a primera hora.

—Venga ya, cariño, tú y yo sabemos que te sobrará nota.

—Pero, es que...

—Quiero verte, nena.

—Sergio, no puedo.

—Paso a buscarte en un cuarto de hora.

—No, Sergio, tengo que estudiar.

—Quiero que me estés esperando abajo cuando llegue —me dijo, de pronto demasiado serio, y me colgó el teléfono. Yo conocía bien ese cambio de humor.

Me quedé mirando el móvil y con rabia decidí que no iba a bajar; me daba igual cómo pudiera ponerse Sergio, la discusión que pudiéramos tener; no estaba dispuesta a suspender un examen por sus apetencias. Devolví la atención a la página sobre Bodas de sangre, intenté concentrarme en mis apuntes, pero la vista se me fue a mi despertador. Habían pasado cuatro minutos. Sacudí la cabeza y me propuse no volver a mirar la hora pero, cuando quise darme cuenta, estaba comprobando otra vez cuánto tiempo me quedaba. Tenía ocho minutos para vestirme y bajar a la calle. Me obligué a darle la vuelta al despertador, apoyé los codos sobre la mesa y empecé a leer el mismo párrafo de nuevo. Al final me rendí; era inútil.

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora