Consecuencias de las cosas buenas

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CAPÍTULO 9

(Diego)

Consecuencias de las cosas buenas

Piso suavemente el freno y aminoro la marcha. Según tengo entendido, la calle de Desirée es la siguiente a la izquierda. Giro y entonces corroboro que sí: es aquí; de hecho, allí está Desirée, con una abultada mochila a sus pies, enmarcada por el sol del atardecer. Avanzo un poco más y detengo el coche justo frente a ella.

Me sonríe, se agacha a coger su mochila y rápidamente va a meterla en el maletero. Al cerrar da un golpe excesivamente violento para mi gusto y en escasos segundos está sentada a mi lado. Se inclina y me da un beso ligero en los labios.

- Estaba empezando a pensar que te habías perdido. – Me dice, sin ser consciente de lo increíblemente intuitiva que puede llegar a ser.

- Desirée, antes de nada, vuelve a explicarme lo que has planeado para este fin de semana. Creo que no lo he comprendido muy bien. – Le pido mientras pongo en marcha de nuevo el coche.

- Ya te lo expliqué ayer, Diego. Se trata de vivir un día como tú y un día como yo, un día de fama y un día de anonimato, un día de ricos y un día de pobres…

- ¿Y por dónde empezamos?

- Por lo más interesante, por supuesto. Primero tú me enseñas a mí cómo es un día normal de tu vida.

- ¿Entonces vas a acompañarme a la firma de discos de mañana?

- Claro, y tú me ayudarás a estudiar bioquímica el domingo.

- Muy bien, tú lo has querido, pero te aseguro que la vida de un cantante no es tan fácil como dicen. Yo también madrugo, también trabajo y voy a reuniones, también tengo muchas cosas en la cabeza.

- ¿A dónde vamos por esta carretera? – Me interrumpe Desirée, dándose cuenta de que no me dirijo a casa.

- Al Hotel Don Carlos, eso también es parte de la vida de un famoso.

- Oh, sí, esa vida tan dura. ¿Quién no se quejaría si tiene que frecuentar hoteles de cuatro estrellas?

- Desirée, esa es la parte buena, pero no creas que todo es lujo y glamour. – Le advierto, pero me quedo con la sensación de no haberla convencido. No es justo, yo también me esfuerzo en lo que hago, a veces me piden cosas que no son nada fáciles, y estoy seguro de que una gira exige mucho más trabajo del que ella se imagina.

No tardamos en llegar al Don Carlos, y entro directamente al aparcamiento del hotel. Cuando vamos a pedir una habitación, la recepcionista parece muy contenta de verme; una admiradora, supongo. No tarda en darnos las llaves de nuestra habitación y yo le dedico una de mis mejores sonrisas de revista antes de darle la espalda en dirección al ascensor.

- Dios mío, Diego, ésta no se parece a ninguna de las habitaciones de hotel en las que yo he estado. – Dice Desirée eufórica después de haber inspeccionado toda la habitación.

Luego bajamos a cenar y Desirée sigue pensando que todo esto es un sueño. Me hace gracia, porque estoy seguro de que se despertaría de golpe si viera la factura. Pero un día es un día, ¿no? Eso es lo que dice siempre la gente para aliviar su conciencia.

Después la invito también a una copa en el bar del hotel, en esa terraza desde la que se ve la tranquila piscina, en la que flotan algunas lámparas decorativas. Le hablo a Desirée de los Jardines de las Golondrinas, por los que antes se podía llegar desde este hotel a la playa. Ahora, al final de ellos sólo hay una valla desde que se supo que algunas personas se colaban por ahí en el hotel. Ya que me he arrancado a hablar, le cuento también que mis padres se conocieron haciendo ese tipo de… travesuras.

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora