Sabes que lo haré

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CAPÍTULO XVIII

(Nora)

Sabes que lo haré

Yo tan solo quiero ser las cuatro patas de tu cama,
tu guerra todas las noches, tu tregua cada mañana.
Quiero ser tu medicina, tus silencios y tus gritos,
tu ladrón, tu policía, tu jardín con enanitos.

Tu jardín con enanitos, Melendi

En el espejo del ascensor del hospital, observo mi nueva imagen en el espejo: mis mechas siguen ahí, pero ahora tengo un simpático desfilado hacia la derecha y una melena a capas con mucho más volumen. Sí, me gusta; esa peluquera sabía lo que hacía.

Cuando las puertas se abren, vuelvo a agarrar las bolsas que he ido acumulando durante todo el día, salgo del ascensor y camino a paso ligero por el pasillo hasta la habitación de Desirée.

—Hola —saludo golpeando la puerta al entrar.

—Hola, Nora —dice ella. Enseguida suelto todas las bolsas y voy a darle dos besos—. ¿Has ido a la peluquería? Estás monísima.

—Sí, ya me lo han dicho unas cuantas veces hoy. —Con un suspiro, me dejo caer sobre el sillón más próximo.

—¿A qué viene ese suspiro?

—Estoy reventada. Vengo de pasar el día en el centro comercial con el resto de bailarinas, ayer nos dieron un presupuesto para la gira. Hemos estado toda la mañana en la peluquería entre cortes de pelo, mechas, depilación, manicura y pedicura, luego hemos examinado todas y cada una de las prendas de cada tienda de ropa, y cuando mis pies ya me estaban matando han decidido ir a mirar zapatos y accesorios.

—Haces que el sueño de toda chica suene a tortura —me replica Desirée

—Para mí ha sido una tortura —le aseguro.

—¿Y qué te has comprado?

—Oh, no tengo ni idea.

Empezamos a vaciar las bolsas para ver todo lo que he comprado. Realmente, no se puede decir que haya hecho una mala compra, las chicas me han aconsejado bien. Desirée no ha perdido su sentido de la moda, como ella lo llamaba, y juzga cada prenda. Me da ideas sobre algún que otro conjunto del que intentaré acordarme, como el de la camisa roja con los shorts vaqueros y las botas negras.

Llego a casa cuando mi hermano ya está poniendo la mesa para cenar. Mientras comemos, mi madre me dice que me acompañará al aeropuerto mañana, pero yo me niego, porque sé que ella debe estar en el trabajo a esa hora; le digo que sé exactamente qué autobús tengo que coger, que me dejará en la puerta de la terminal, y consigo convencerla.

Luego decido darme una ducha. La sensación del agua cayendo sobre mí es agradable, consigue relajarme y aliviar el dolor de mis pies cansados. Cuando ya estoy terminando de secarme el pelo, mi hermano golpea la puerta del baño.

—Nora, tu móvil está sonando.

—Un segundo —digo, y apago el secador.

Me apresuro a salir del baño, y lo primero que veo es algo que no me gusta nada: mi hermano ha entrado en mi habitación y ha respondido a mi teléfono.

—¿Quién eres tú? —inquiere en un tono demasiado prepotente—. Ah, sí, Mario. He oído hablar de ti. ¿Sabes qué? No me gustas. No me gustas nada. El anterior novio de mi hermana era el mejor, no le llegas ni a la suela de los zapatos.

Oh, ya está bien. Me abalanzo sobre mi hermano y le quito de un zarpazo mi móvil de las manos.

—Mario...

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora