Sinvergüenza

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CAPÍTULO XVI

(Diego)

Sinvergüenza

Hagamos de esto un paraíso

y construyamos todo otra vez.

Tengamos un ataque de risa

y que se nos erice la piel.

Hoy, David Bisbal

—Diego, será mejor que vaya al baño antes de irnos. ¿Me esperas aquí?

—Sí —asiento con la cabeza y Nora se gira para dirigirse rápidamente al servicio.

La observo mientras se aleja, la falda de su vestido verde botella que tanto me ha gustado se agita alrededor de sus rodillas, y entonces dobla la esquina y desaparece de mi vista. Suspiro, deseando salir ya de este hospital con olor a suero, y me apoyo en la pared fría. Observo a una enfermera que camina por el pasillo, una camilla vacía, y luego inconscientemente miro hacia la habitación de Desirée. A través de la rendija de la puerta entreabierta, puedo verles a ella y a Mario hablando. Mi hermano se ha sentado en la cama. ¿De qué hablarán ellos dos? Y, sobre todo, ¿desde cuándo tienen tanta confianza?

Están demasiado cerca, y Mario le coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. Me incorporo y doy un paso hacia la puerta para ver mejor, o para creer lo que estoy viendo. Desirée murmura algo y... yo diría que le acaba de besar en la boca. Como si quisiera confirmármelo, ella se pone de rodillas, posa sus manos sobre el cuello de mi hermano y le besa como me besó a mí. No puede ser, esto no está pasando. Tardo aún unos segundos en reaccionar, pero decido apartar la vista.

Eso ha sido demasiado, y me ha pillado desprevenido. Aunque, en realidad, quizá debería haberlo visto venir. Mi hermano le ha donado su sangre y ha renunciado al Roland Garros por ella, Desirée ha despertado con amnesia, y la verdad es que pasan demasiado tiempo juntos. No me siento culpable, Nora y yo tenemos que preparar una gira; y acepto que ella haya encontrado a otro, aunque ese otro sea mi hermano. Por lo visto, Desirée ni siquiera me recuerda, pero aun así pienso que se ha cansado, que se ha aburrido de lo nuestro. Suele pasar, es algo inevitable, y yo debería comprenderlo mejor que nadie. Es más difícil de lo que pensaba, pero no seré yo quien le guarde rencor por ello.

—Ya estoy lista, podemos irnos —de pronto, Nora aparece por mi espalda devolviéndome a la realidad—. Diego, ¿te pasa algo? —inquiere y yo me obligo a mirarla a la cara, aparentando normalidad.

—¿A mí? No, nada —me encojo de hombros—. ¿Nos vamos?

Apenas hablamos durante el trayecto. Yo no soy capaz de forzar ningún tema de conversación y Nora ya ha notado que no estoy de humor. Tengo que admitir que se me da fatal fingir que no me pasa nada, sobre todo delante de una chica.

Cuanto llegamos a la sala de ensayo, sigo esforzándome en comportarme como siempre, pero no consigo bailar más de media hora. Me rindo y dejo que los bailarines continúen, mientras yo me llevo una mano a la garganta y me limito a cantar. Camino de un lado a otro, mirando al suelo y chasqueando los dedos al ritmo de la música, intentando concentrarme en cantar; pero es inútil, no puedo quitarme de la cabeza esa escena.

Es entonces cuando se abre la puerta. Alzo la vista y veo a Miriam. Es verdad, tenía que venir hoy. Me obligo a acercarme a saludarla.

—Hola, Miriam. ¿Qué tal? —le sonrío y le doy dos besos.

—Ya sabes, como siempre, con muchas coreografías en la cabeza —se encoge de hombros—. ¿Quién es la nueva bailarina?

—La pequeña rubita —señalo a Nora, que intenta mirar hacia otra parte mientras sigue bailando.

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora