Que no se te olvide

25 1 0
                                    


CAPÍTULO XX

Que no se te olvide

Sad and it's not fair Triste y no es justo

how you take advantage cómo te aprovechas
of the fact that I love you del hecho de que te quiero

beyond the reason why más allá de la razón
and it just ain't right y simplemente no está bien

Hate that I love you, Rihanna Odio quererte así, Rihanna

Aquella mañana me desperté sobresaltada, con la sensación de haber tenido una pesadilla, pero no lo era. Eso había ocurrido de verdad: Sergio me había encerrado en mi propia casa. Recordé que mis padres y mi hermano estaban muy lejos de mí y me sentí sola, porque tenía la certeza de que Sergio no se habría ido.

Me levanté de la cama y fui hasta la puerta de mi habitación. Abrí muy despacio y caminé aún insegura hasta el baño. Cuando salí del servicio miré en la habitación de mis padres: ni rastro de Sergio. Sin embargo, al pasar junto a la habitación de mi hermano, le encontré durmiendo ahí. Incluso así, en calzoncillos entre las sábanas de Spiderman, me seguía gustando. A pesar de ello, decidí pasar de largo y fui a la cocina para prepararme el desayuno.

Cuando ya me había bebido media taza de cola-cao, Sergio apareció en la cocina. Se había puesto los vaqueros, pero no la camiseta, y apreté la mandíbula indignada por la verdadera excitación que me provocaba sólo su presencia. Sentada en aquel taburete, bebí otro trago de leche sin querer mirarle a la cara.

—Buenos días, cielo —saludó sin el menor reparo—. ¿Qué tal has dormido?

Yo odiaba que se comportara como si no hubiera ocurrido nada, pero me molestó aún más que cogiera una taza y empezara a servirse un café con toda confianza.

—Mal —me limité a decir, sin miedo a sonar demasiado fría.

—¿Y eso por qué? —preguntó metiendo la taza en el microondas.

—Deberías saberlo —dije, pero enseguida me corregí—. Por supuesto que lo sabes.

—¿Esto es por lo de anoche?

—Lo de anoche sólo ha sido lo último que has hecho.

—Venga, nena, ¿no te parece que estás exagerando? —No pude más que mirarle con mala cara.

—Creo que tú exageraste al dejarme encerrada —contraataqué.

Terminé el último trago de mi cola-cao y me levanté de la banqueta. Fui hasta el fregadero dispuesta a lavar algunos cacharros que se me habían acumulado. Sergio sacó su café del microondas, y pude sentirle detrás de mí, añadiendo azúcar y bebiendo un largo trago tranquilamente. Luego dejó la taza sobre la encimera y dio dos pasos hacia mí.

—No me gusta que te enfades conmigo. —Decidí no hablar, no inmutarme aunque él se estuviera acercando demasiado—. ¿Por qué no pasamos directamente al polvo de reconciliación? —Me apartó el pelo de la cara, me acarició la nuca y empezó a besarme en el cuello.

—No me toques.

Él llevó su mano hasta mi pecho, y yo me limité a apartarla. Acto seguido, deslizó sus dedos dentro de mi pantalón, de donde yo misma los saqué. Luego, extendió una mano sobre mi tripa, bajo mi camiseta, apretándome contra él. Con la otra mano cerró el grifo, y la dejó ahí mientras me besaba en el hombro. Solté la taza en el fregadero y me di la vuelta para hablarle a la cara.

—Para ya, déjame fregar esto.

Apenas me miró. Los dedos de Sergio descendieron por mi espalda hasta mi trasero y me alzó para sentarme sobre la encimera quedándose entre mis piernas. Quiso besarme en los labios y yo eché la cabeza hacia atrás, pero él rodeó mi cuello con su mano acercándome a su boca, incluso mordió mi labio inferior, mientras acariciaba mi muslo. Sin embargo, por alguna razón, de repente cambió de opinión: me devolvió al suelo y me agarró del antebrazo para tirar de mí hacia el dormitorio.

—Te he dicho que no quiero hacerlo —le aseguré intentando oponer resistencia.

—Pero yo sí quiero.

Una vez en mi habitación, me hizo caer sobre la cama aún deshecha. Me soltó apenas un par de segundos pero, antes de que pudiera levantarme, empujó mi pecho para que me tumbara de nuevo. Tiró de mi pantalón del pijama y, a pesar de mis patadas, logró quitármelo sorprendentemente rápido a la vez que me seguía sujetando.

—Estate quieto, Sergio. Suéltame ahora mismo.

No me hizo ningún caso y se colocó a horcajadas sobre mi cuerpo, impidiéndome la posibilidad de continuar pataleando. Sujetó mis manos con fuerza encima de mi cabeza y se centró entonces en mi escote. Yo podía sentir sus labios poseyéndome a su antojo. Apreté los párpados, luché por contener las lágrimas y los sollozos, apenas podía moverme y mis respiraciones se aceleraban.

—¿Sabes, nena? Eres mía, mía y de nadie más, para siempre —me susurró, rozándome el cuello con la nariz, con la respiración entrecortada—. Que no se te olvide.

—Ya basta, por favor.

Estuve a punto de rendirme y dejar de oponer resistencia, pero entonces me soltó los brazos. Llevó sus manos a mi cintura y agarró mi camiseta, comenzando a tirar de ella hacia arriba para quitármela. Yo, ahora con los brazos libres, hice todo lo posible para impedírselo. No podía seguir consintiéndolo. Quizá fue culpa de mis movimientos bruscos, o quizá fue él, pero escuché cómo se rasgaba mi camiseta y a Sergio le fue muy fácil librarse de ella. Apresó mis muñecas contra la almohada y siguió recorriendo mi cuerpo con sus labios. Mi escote, mi pecho, mi tripa, mi ombligo...

—¡Quítate de encima, joder! —grité empujándole con todas mis fuerzas, pero no conseguí absolutamente nada.

—Pórtate bien.

Sergio no se rindió, intentó de nuevo besarme en la boca. Yo sacudí la cabeza, me agité frenéticamente, conseguí empezar a patalear de nuevo... Aun así, le encontré tratando de separar mis rodillas. Supe que tenía que seguir luchando, resistir un poco más, y al final conseguí que se diera por vencido.

—¡Joder, chica! Que te den por culo. —Se levantó de la cama dando un puñetazo en la pared—. ¿Para qué te necesito si no vas a abrirte de piernas? —Y salió de la habitación con un portazo que me hizo botar en la cama.

Me incliné hacia el edredón que había quedado a los pies de la cama, me tapé hasta el cuello y me quedé ahí sentada. Pronto empecé a llorar. "Tengo que librarme de él pero, ¿cómo?". "Le quiero". "Debería contárselo a alguien". "¿Cómo puedo ser tan estúpida?". "Esto va a acabar conmigo". Lloré desconsolada. No sé cuánto tiempo pudo pasar, pero fue suficiente para dejarme exhausta.

Cuando aún seguía sollozando, sin lágrimas ni fuerzas, escuché abrirse la puerta principal de mi casa. Primero pensé que Sergio se iba, pero luego comprendí que mis padres estaban de vuelta. Les escuché hablar con Sergio, preguntar por mí, y la tensión hizo que me volvieran las ganas de llorar, o quizá sólo me había emocionado al oír la voz de mis padres.

Justo cuando estaba pensando que no podían verme así, se abrió la puerta de mi cuarto. Cuando mi madre entró en mi habitación, no quise mirarla para que no viera mi rostro enrojecido y mis ojos llorosos pero, al fin y al cabo, era mi madre.

—Cariño, ¿qué ha pasado? —vino a sentarse conmigo en la cama.

—Nada, mamá —dije, esforzándome inútilmente por que mi voz no sonara ahogada—. Yo sólo...

En ese momento, escuchamos cómo se cerraba la puerta principal y supe que Sergio se había ido. Luché por controlar ese nudo en mi garganta, pero fue imposible. Mi llanto estalló de tal manera que no vi el momento de conseguir detenerlo.



Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora