Sin criterio ni opinión propia

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CAPÍTULO 6

Sin criterio ni opinión propia

Sentada frente al ordenador, me dedico a ver fotos del pasado. No sé por qué no las he borrado aún, no tengo ni idea de por qué las estoy mirando ahora. Sin embargo, sigo pasando una foto tras otra, como si se tratara de un vicio difícil de dejar. Sí, por supuesto que es un vicio; podríaquedarme el resto de mi vida observando a Sergio en estas fotos. Odio admitir que le quise demasiado pero, sobre todo, odio admitir que le sigo queriendo igual después de todo lo que me hizo pasar. Aún me pregunto cómo puede gustarme tanto, tanto, tanto... Fíjate lo irresistible que está en esta foto. Y aquél es su amigo Dani. Espera, esta foto… esta foto es de aquella noche.

Esa noche fuimos a cenar al VIPS. Sólo estábamos él, sus amigos y yo. No sé por qué Sergio me dijo que fuera con ellos, yo era la única chica del grupo pero, como a ninguno de ellos parecía importarle, decidí que no tenía de qué preocuparme.

Cuando nos sentamos a la mesa, me encontré entre Sergio y su mejor amigo. Dani me dio conversación durante la cena, y al principio me sentí algo incómoda porque aún no le conocía bien, pero enseguida me di cuenta de que era un chico muy majo. Me hizo reír varias veces, y resultó que teníamos bastantes cosas en común; por ejemplo, a los dos nos gustaba la misma música, su padre y el mío compartían ciertas manías, y el pueblo al que iba los fines de semana estaba muy cerca del mío. Nos propusimos encontrarnos por allí alguna vez.  

Llegó la hora de los postres, y yo no conseguía decidir qué podía tomar.

- No sé qué pedir, estos postres son mucho para mí. – Mentí descaradamente. En realidad, habría podido comerme dos o tres de esos apetitosos brownies, pero mi autocontrol no me abandonó esa noche.

- Si quieres, podemos compartir un brownie. – Me propuso Dani.

Levanté la vista de la carta y le miré con una sonrisa. ¿También era el brownie su postre preferido?

- Claro. – Tuve que decirle.

Después de la cena, fuimos a La luna roja. Bailar no era mi problema pero, en sitios como ése, prefería limitarme a balancearme de un lado a otro como el resto de la gente. Me encontraba a parte con Sergio, bebiendo algo tranquilamente junto a la barra, cuando Dani apareció por mi espalda.

- ¿No me has dicho que sabes bailar? – Me preguntó. - ¿Qué haces ahí parada? Ven, baila conmigo.

- No, Dani. Aquí, delante de todo el mundo, me da mucha vergüenza.

- Tonterías. – Dijo, poniendo los ojos en blanco. – Venga, enséñame lo que sabes.

Él empezó a moverse y, al verle con esa sonrisa, a mí también me entraron ganas de bailar. Decidí olvidarme de mis reparos. ¿Por qué no bailar un rato con Dani? Ah, sí, porque ahí estaba Sergio.

Conseguí no mirarle a la cara, aunque podía incluso sentir cómo la rabia ascendía por su cuerpo. Dejé mi vaso sobre la barra y seguí a Dani. Enseguida me olvidé de absolutamente todas las personas que nos rodeaban y me divertí como una niña. Fue estupendo bailar con él.

Al día siguiente, Sergio me llamó. Me dijo que estaba solo en su casa y que podíamos pasar la tarde allí. Yo, feliz y contenta, pero sobre todo ingenua, no tuve inconveniente alguno en ir, sin prever lo que iba a pasar. 

- Tengo que hablar contigo. – Me dijo en cuanto me abrió la puerta de su casa, y me dio la espalda para dirigirse a su habitación.

- ¿De qué? – Pregunté al cerrar la puerta tras de mí, y le seguí.

- De Dani. – Me contestó enseguida cuando entré en su cuarto. – Parece que hay buen rollo entre vosotros.

- Sí, es un chico majo.

- Tan majo que pasaste completamente de mí durante toda la noche.

- No, Sergio, yo sólo…

- Te metió mano cuatro veces. Las conté.

- Pero, ¿qué…?

- Ni siquiera te diste cuenta, estabas demasiado ocupada tonteando con él.

- ¡Yo no tonteaba con él! – Levanté la voz.

- ¿Ah, no? – Me reprendió. - ¿Entonces por qué le reías todas las gracias? ¿Y a qué vino eso de compartir el postre?

- Yo no quería uno entero, nada más.

- Pues preferiría que no hubieras pedido nada.

No le respondí a eso. Sabía que esa frase tenía dos significados; primero: Sergio quería que yo adelgazara, y segundo: estaba insoportablemente celoso. Tuve que admitir que tenía motivos para las dos cosas pero, aun así…

- Sergio, me voy. – Me colgué mi bolso del hombro y di media vuelta para salir de la habitación.

- Espera. – Me detuvo, rodeando mi cintura con su brazo, y me hizo girarme hacia él. – Sé que eso no ha sonado bien. – Acarició mi mejilla, hundió los dedos en mi pelo. - ¿Sabes, nena? Mañana voy a contarle a Dani con todo lujo de detalles que te llevé a la cama, te desnudé en cuestión de segundos y te hice gemir a gritos. – Dijo y empecé automáticamente a hiperventilar.

- Y supongo que no será mentira. – Fue lo único que acerté a decir con un hilo de voz.

- No, yo no miento. – Negó con la cabeza. – Oh, se va a retorcer de la envidia. – Pude ver la sombra de una sonrisa en su boca.

Me empujó hacia la pared más próxima, me encerró entre sus brazos y me besó con esas ansias de poseerme. Agarró mi coleta y tiró de ella para tener también libre acceso a mi cuello.

- ¿Qué puedo hacer para que nadie más te toque? No quiero que vuelvas a acercarte a él, ni a ningún otro. – Me susurró al oído.

Luego, con las manos sobre mi pecho, me llevó hasta su cama y, tal y como dijo que haría, me desnudó en cuestión de segundos. Todavía recuerdo perfectamente cómo me tocaba: como si yo fuera algo totalmente suyo, sin criterio ni opinión propia, como si pudiera hacer conmigo lo que quisiera; y cierto era que, efectivamente, estaba empezando a ser así.

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora