El chico perfecto

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CAPÍTULO 7

(Diego)

El chico perfecto

Son las doce y cuarto de la mañana y yo estoy desayunando en la cocina. Me siento realmente relajado: he dormido estupendamente, Mario ha ido fuera a entrenar y no tengo absolutamente nada que hacer hoy, salvo la cena de esta noche en el italiano. Será divertido. Miro por la ventana mientras bebo otro trago de café: hace un sol espléndido. Me encantan estos días.

Sin embargo, la tranquilidad dura poco; enseguida suena el timbre de la puerta. ¿Quién puede ser ahora? Suspiro y me levanto de la silla. Salgo de la cocina, cruzo el salón y llego hasta la puerta principal. Echo un vistazo por la mirilla. Es Ana, una de mis bailarinas; de hecho, es la bailarina principal. ¿Qué hace aquí? Abro la puerta con total confianza.

- Hola, Ana. – Saludo. - ¿Qué te trae por aquí?

- ¿Puedo pasar? – Me pregunta más seria de lo que yo esperaba.

- Sí, claro. Pasa. – Le digo algo contrariado y me aparto para que entre. - ¿Quieres algo? ¿Un café? – Le ofrezco mientras la guío hacia la cocina.

- No, gracias.

Llegamos a la cocina, donde yo estaba desayunando, y me siento para terminar. Ella toma asiento en frente de mí y parece no encontrar las palabras adecuadas para comenzar a hablar. Da igual, no tengo prisa. Me llevo la taza a la boca y bebo un largo trago de café.

- Diego, he venido a hablarte sobre la gira de este verano.

- Va a estar bien. – Comento. – Nos divertiremos.

- Sí, claro, pero tengo que poner una condición. – Dice al fin muy despacio.

- ¿De qué estás hablando? – Dejo la taza en la mesa y me incorporo en la silla.

- Soy la bailarina principal, llevo mucho tiempo contigo y te ayudo en todo lo que puedo cada vez que me lo pides. – Me mira y yo alzo las cejas, fingiendo no ver sus intenciones; pero sí, ya sé por dónde va, y no va bien. Ella suspira y finalmente se atreve a continuar. – Quiero cobrar más… o no haré esta gira.

- ¿A cuánto te refieres? – Le pregunto, sólo por curiosidad.

- Al menos un cero más en lo que habíamos acordado.

Vuelvo a acomodarme en la silla, apoyándome en el respaldo, y doy otro trago a mí café. Desde fuera, quizá parezca que me lo estoy pensando, pero sólo quiero ponerle un poco de emoción al asunto.

- No. – Digo al fin, alto y claro. – Creo que no debería tomar esta decisión yo solo, pero te digo que no. – La miro: quizá ya se esperaba esta respuesta.

- ¿No? ¿Después de todo lo que…?

- Me estás pidiendo demasiado dinero. – La interrumpo.

- En serio, Diego, no me hagas reír. – Suelta una risita nerviosa mirando a su alrededor. – Tú sí que tienes demasiado dinero.

- Saca tú un disco. – Me encojo de hombros.

- Esto es increíble. - Ella suspira indignada. Luego, rápidamente se recompone. – De acuerdo, entonces no voy a hacer la gira.

- Te echaremos de menos. – Le digo y, para mi sorpresa, ella suelta una risita.

- No te engañes, no puedes hacer esta gira sin mí. – Trata de hacerse con el control de la situación.

- Sí, por supuesto que puedo. De hecho, ya sé exactamente quién va a sustituirte. – Miento, intentando parecer muy seguro de mí mismo.

- ¿Sustituirme a mí? Buena suerte con ello. – Finge que la idea le hace gracia. – ¿Entonces pretendes…?

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora