Para preocuparse

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CAPÍTULO 11

(Nora)

Para preocuparse

Mario acaba de dejarme sola con una raqueta y una pelota, y ahora camina hacia el otro lado de la red. Genial, quiere que saque, pero ¿cómo? ¿Cómo le digo que no tengo ni idea de tenis y que soy patosa hasta la saciedad? Se puede decir que ésta es la primera vez que me enfrento a este deporte, porque no saqué demasiado provecho de las clases de educación física en el instituto.

- ¡Venga, Nora! – Me grita.

Trago saliva y me animo a intentarlo. Lanzo la pelota hacia arriba y trato de golpearla con la raqueta, pero… mierda. Oh, ha sido patético. Qué vergüenza. Recojo la pelota del suelo y, cuando vuelvo a levantar la vista, Mario está viniendo hacia mí.

- Mario, es que yo nunca… el tenis no…

- Sí, tienes razón, vamos a empezar por el principio.

Sin más se pone detrás de mí, agarra mi mano y me explica cómo coger la raqueta correctamente. Con la mano izquierda, me quita la pelota, la lanza hacia arriba, me presiona hacia abajo haciéndome flexionar las rodillas y en un salto los dos la golpeamos con fuerza con la raqueta, un golpe seco.

- Así. ¿Lo ves? – Me dice, aún rodeándome con sus brazos. – Inténtalo tú sola.

Da un par de pasos hacia atrás y me tiende otra pelota que se saca del bolsillo. Vacilo un momento, pero al final decido que puedo hacerlo. Cojo la pelota, respiro hondo, y allá voy. Lo hago exactamente como me ha enseñado: lanzo la pelota a la altura de mi hombro derecho, doblo las rodillas y salto, pero finalmente no la golpeo con demasiada fuerza.

- ¡Muy bien, Nora! – Me halaga Mario, aunque sé que debo practicar mucho más.

Vuelve a ponerse detrás de mí para poder manejarme, y me explica algunas maneras de golpear la bola dependiendo de cómo y por dónde llegue. Luego, tras resumirme las reglas más básicas del tenis en apenas un minuto, decide que ya podemos empezar a jugar, y se va al otro lado de la red.

Yo saco como sé, consigo devolvérsela dos veces, pero a la tercera no soy capaz de hacerlo a tiempo. En otra ocasión mando la pelota contra la red, luego la bola me golpea en el brazo, y por último resbalo y me caigo de culo al suelo, y todo delante de un profesional del tenis.

- Creo que has perdido. – Me dice viniendo hacia mí.

- ¿Eso crees? – Inquiero sarcástica.

Aún con una sonrisa me tiende la mano para ayudarme a levantarme, y yo la agarro a la vez que dejo escapar un prolongado suspiro. Sin darme un solo segundo para pensar, se inclina hacia mis labios y me besa mientras sus dedos recorren mi espalda.

*             *              *

Estoy en la habitación de mi hermano, leyendo un problema de matemáticas con el que me ha pedido ayuda. ¿Qué clase de problema es éste para niños de diez años? Por el amor de Dios, he sacado un siete en física y no sé hacer esta mierda. Cuando escucho que mi móvil empieza a sonar, me siento aliviada; salvada por la campana. Respondo al teléfono; luego volveré a leer el enunciado con la mente fría.

- Dime, Diego. – Contesto saliendo de la habitación de Pablo.

- Hola, Nora.

- Te advierto que no puedo ir a ensayar esta tarde. – Digo antes de nada.

- No, no te llamo por eso.

- Entonces, ¿qué?

- Es que estoy preocupado por Desirée. ¿Sabes algo de ella?

- No, hoy ha salido disparada en cuanto ha terminado la práctica.

- Estaba hablando con ella, he escuchado un ruido extraño y se ha cortado la llamada. Ahora no contesta al móvil.

- Joder, eso es para preocuparse.

- Claro, estoy…

- Espera, probaré a llamar a su casa. – Reacciono.

- Vale. – Es lo único que puede decirme.

- Te llamo en cuanto sepa algo.

- Sí, gracias.

- Hasta ahora, entonces. – Le digo y cuelgo.

Sí, me ha asustado, y espero que no sea una broma de las suyas. Enseguida, busco en la agenda de mi móvil el teléfono de la casa de Desirée y llamo sin reparos. Su madre responde al teléfono y le pregunto por Desirée, contándole que no contesta al móvil. Me dice que, efectivamente, ya debería haber vuelto a casa hace casi una hora, pero que no tiene la menor idea de dónde está su hija. No recuerda que Desirée tuviera que hacer hoy nada fuera de lo normal. Me asegura que me llamará en cuanto sepa algo de ella. Cuando cuelgo el teléfono siento que, si la mujer no estaba suficientemente preocupada, mi llamada ha terminado por desquiciarla.  

Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora