CAPÍTULO 1
Confía en mí
Me encuentro en una de esas situaciones absurdas que todos intentamos evitar sin éxito; de hecho, creo que es una de las situaciones más incómodas de esta vida. Mis padres y mi hermano pequeño me cantan animadamente el cumpleaños feliz mientras yo, sin saber qué otra cosa puedo hacer, esbozo una sonrisa forzada y lanzo miradas suplicantes a la tarta de chocolate. Incluso antes de que hayan acabado de cantar, me lanzo con un fuerte soplido a apagar las dieciocho velas y todos estallan en aplausos. Por supuesto, no olvido pedir mi deseo.
Mi madre toma rápidamente la iniciativa, y el cuchillo, y comienza a cortar la tarta. Es entonces cuando mi memoria se desata a recordar mi cumpleaños de los dieciséis. No estoy muy segura de por qué, pero creo que fue ese día cuando empezó todo.
- Tranquilo, todo irá bien. – Le dije a Sergio recolocándole la chaqueta vaquera sobre los hombros.
- ¿Me lo estás diciendo a mí, o sólo intentas convencerte a ti misma? – Inquirió con una sonrisa que consiguió relajarme un poco.
Le di un rápido beso en los labios, le cogí de la mano y entramos juntos en el restaurante. Mientras nos acercábamos a la mesa a la que estaba sentada mi familia paterna, me repetí a mí misma que no tenía de qué preocuparme. Supongo que mi estado de nervios era normal,no todos los días tienes que presentar oficialmente a tu novio. Antes de que llegáramos junto a la mesa, una de mis tías se levantó a saludarme.
- ¡Felicidades, cariño! – Me dijo dándome dos besos. – Qué guapa estás.
- Gracias, tía.
- Felicidades. – Repitió mi primo, que también se había levantado.
También le di dos besos a él pero, antes de continuar con los saludos, quise presentar a Sergio para que él no se sintiera desplazado.
- Quiero que conozcáis a Sergio, es mi novio. – Conseguí decir la frase que me había preparado, aunque no sin titubear.
Tras las presentaciones, saludos, besos y felicitaciones, finalmente nos sentamos a la mesa. La cena no fue tan catastrófica como me había imaginado, pero de ninguna manera se la pudo calificar de aburrida. Fue, cuanto menos, curiosa. Mi padre observaba a Sergio de una manera extraña, intentando adivinar qué clase de oscuro secreto ocultaba bajo esos misteriosos ojos marrones; mis tíos trataban de aparentar total normalidad; mi hermano, entonces con ocho años, creyó que Sergio sería su nuevo mejor amigo, mientras que mi primo no llegó a congeniar con él a pesar de tener prácticamente su misma edad; y todo esto ocurría mientras mi madre se proponía aliviar la tensión con algún chiste malo.
Inevitablemente, nos hicieron las tres preguntas básicas: “¿cómo os conocisteis?”, “¿cuánto tiempo lleváis juntos?” y “¿vais realmente en serio?” a las que siguieron sus correspondientes respuestas ambiguas. La verdad era que no había llevado allí a Sergio porque fuera el hombre con quien tenía pensado casarme ni nada de eso; llevábamos saliendo poco más de un mes y, simplemente, los dos queríamos pasar juntos el día de mi cumpleaños, pero supongo que era demasiado pedir que mis padres lo comprendieran.
Después, por fin un simpático camarero trajo la tarta. Agradecí más que nunca tener un pedazo de dulce al que aferrarme. No me vendría mal un aporte de chocolate para enfrentarme a la sobremesa. Tras un cumpleaños feliz que llamó la atención del resto de comensales, soplé las dieciséis velas y todo el restaurante estalló en aplausos.
Terminado el delicioso postre, mi tía decidió que era el mejor momento para la entrega de regalos. Sonreí impaciente. Un reloj, un libro, dinero, una tarjeta de felicitación y un par de camisetas monísimas que me venían a las mil maravillas. Sergio me regaló una bonita pulsera plateada que me puse enseguida, pero era el segundo regalo que me daba ese día. Nunca supe cómo lo había hecho, pero esa mañana al despertarme lo encontré envuelto a los pies de la cama. Resultó ser un original camisón rojo, a juego con un conjunto extremadamente sexy de lencería de encaje. Seguramente habría resultado bastante incómodo que me lo hubiera dado delante de mi familia. Esbocé una sonrisa traviesa y no dudé un segundo en estrenarlo ese mismo día.
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Si te enamoras, pierdes
Teen FictionMe incliné hacia el edredón que había quedado a los pies de mi cama, me tapé hasta el cuello y me quedé ahí sentada. Pronto empecé a llorar. "Tengo que librarme de él, pero,¿cómo?" "Le quiero". "Debería contárselo a alguien". "¿Cómo puedo ser tan es...