Epílogo

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EPÍLOGO

Ya estamos todos en el aeropuerto, dispuestos a hacer el check in. Nora revisa su billete; otra vez nos vamos a sentar juntos, e intentaré sacarle alguna sonrisa durante el viaje.

Mi móvil empieza a sonar en mi bolsillo. Lo saco y veo que quien llama es un número desconocido. No me extraña demasiado, me aparto un poco de los demás y respondo.

—¿Diga?

—Hola, Diego Arias —escucho al otro lado del teléfono.

—¿Quién eres tú? —pregunto con la voz entrecortada, porque creo que le he reconocido.

—Una persona a la que odias, o al menos tú eres la persona a la que yo más odio en este momento.

—Sergio... —murmuro.

—El mismo. Ya veo que Nora te ha hablado de mí.

—¿De dónde has sacado mi número?

—Estuve en tu camerino, ¿te acuerdas? —Puedo imaginar en su boca una sonrisa burlona—. Es lo que tiene ser un personaje público: a cualquier persona le es muy fácil saber cualquier cosa sobre ti, dónde estás en cada momento —dice con sorna, dejándome completamente sin palabras—. Por cierto, por si no te lo ha dicho Nora, creo que debes saber una cosa, tres palabras: yo no comparto.

—Lo vuestro terminó —le recuerdo mientras siento que la rabia asciende por mi cuerpo.

—Seré yo quien diga cuándo ha terminado.

—Déjala en paz, no vuelvas a acercarte a ella. —Y la sincera carcajada que suelta me frustra horrores.

—Dieguito, yo no tendré que mover un solo dedo; ella vendrá a mí, tarde o temprano, será como una recaída.

—Estás loco —le reprocho.

—No, ella está loca, loca por mí. Sé volverla loca con sólo tocarla. —Aprieto los puños, la mandíbula, y mi respiración se acelera—. No olvides que, hagas lo que hagas, ella siempre estará pensando en mí, siempre te comparará conmigo y siempre me preferirá a mí. Y al final... ya sabes.

—No estés tan seguro —gruño aún con los dientes apretados y me decido a colgarle, ya he tenido bastante.

—Espera, no me cuelgues todavía —me detiene, como si me hubiera leído el pensamiento, y vuelvo a llevarme el móvil a la oreja—. Dime una cosa, ¿qué bragas llevaba cuando te la tiraste? ¿Las de gatitos, las rojas de encaje que yo le regalé, las azules, las moradas con lacito...? —Esas mismas. ¡Joder! Me asusta, me enfada, y me atrevo a darle un golpe bajo, donde sé que más le duele.

—Creo que no quieres saber...

—Ten cuidado con eso, porque me cabreo cuando tocan lo que es mío, y... se te acaba de caer el billete de avión.

Me detengo en seco y, sí, mi billete está en el suelo. Joder, está aquí, pero, ¿dónde? Acaba de colgarme. Tras agacharme un segundo a recoger el billete miro a mi alrededor y detrás de mí, entre la gente, le busco por todas partes, aunque sé que no va a dejarse ver. Justo en ese momento, siento una mano en mi hombro.

—Diego. —Joder, es Nora, y me acaba de dar un susto de muerte—. ¿Qué pasa?

—Nada; me has asustado.

—Tenemos que facturar ya.

—Sí, vamos.

Nora da media vuelta y yo la sigo hacia donde están todos los demás. Me gustaría abrazarla ahora mismo, pero mantengo la distancia, porque tengo que admitir que todo esto también a mí está empezando a acojonarme. No puedo evitar echar una última mirada atrás pero, por supuesto, no le encuentro.


Si te enamoras, pierdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora