Capitulo VII

412 21 12
                                    

           

No me contestó, ni me miró, en sumo silencio me llevaba en volandas hasta mi habitación que se situaba a escasos metros de nosotros. Nada más entrar por la puerta, me acercó hasta la cama y con cuidado me estiró en ella. Él se sentó en el sillón donde escasos minutos antes estaba allí mi progenitora. Quede atontada observando aquel diván sin discreción, hasta que Derek decidió romper aquel incomodo silencio.

––Se ha tenido que ir a trabajar.–– Dijo apartandome de mis pensamientos.–– Nada más llegar yo, me ha pedido que por favor me ocupase de ti durante un par de horas, que no tardaría en llegar.–– Finalizo.

Una pequeña sonrisa se me escapo de entre los labios, nada más pensar en la calidez y la tranquilidad que aporta ella este donde este, me tranquilizaba. No me había mirado a un espejo desde hacía una semana y no tenía intención ya que seguramente traía moratones por todas partes, solo había que observar mi estado. Mis brazos con grandes moratones morados y azulados, la gran brecha ahora cosida en mi codo... de nada más pensar en mi rostro, me asustaba de mi misma.

Tragué saliva y con gran voluntad acaricié por encima mis labios, tajantes como cuchillas, uno de mis pómulos aun estaba hinchado y mantenía en si un pequeño corte vertical. Mi pulsó tembló, la respiración empezó a agitarme de manera compulsiva y drástica.

––No tienes de que tener miedo.–– Posó su palma sobre mi extremidad.

––No tengo miedo.–– Tartamudeé. Pero en realidad sí, sí tenía y demasiado como para justificarlo.

Quedamos mirándonos durante un lapso hasta que de pronto alguien entró por la puerta. Era Ana, la enfermera que me había acompañado a hacerme la prueba, traía una mediana carpeta y consigo una gran sonrisa en sus labios.

––Señor Akers.––Saludo cordialmente a este.–– Anna,––se acercó hasta mi posición y Derek se apartó de mi–– buenas noticias.–– Acarició mi cabello cautelosamente.

––¿Qué tienes Ana?–– Cuestionó fríamente sin escrúpulos.

––Ya te podemos dar el alta.–– Respondió sonriente, sin parar de mirarme ni un segundo.–– Las pruebas han salido perfectas y después de estar cuidando de ti durante toda esta semana, los doctores han decidido que ya puedes irte a casa.–– Me entregó aquella carpeta, que pegada llevaba unos papeles.

––¿Seguro que todo esta bien?–– Volvió a preguntar.

––Sí.––Asintió Ana.–– Todo esta correctamente.

La alegría se apoderó de mi. Las ganas enormes que tenía de volver a mi hogar eran sumamente grandiosas, el tocar mi acolchonada cama que no tenía que ver nada de nada con esta, dura y escurridiza.

––Mira,––señaló la hoja––solo tienes que tomar estos medicamentos para el dolor muscular y aplicarte esta pomada en la cicatriz para que no te deje marca.–– Me indicó los nombres marcándomelos con un bolígrafo.

––De acuerdo.–– Sonreí contenta.

––¿Cada cuantas horas tendrá que tomarse esas pastillas?––Ojeo el papel.

––Cada seis horas las pastillas y cada ocho la pomada.

Nada más acabar la conversación, Ana abrió un pequeño armario situado a mi lado derecho y sacando de el una mochila azul marino me la entregó. Yo la abrí y saqué la ropa de su interior con muchas ganas. El simple echo de abandonar el hospital, me volvía loca de felicidad. Nunca me han gustado los hospitales y menos desde que tuve que despedirme de mi padre en uno de estos.

ENCAJES DE PERFECCIÓN|EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora