23. Revolución

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Todo parecía moverse lento a su alrededor, podía escuchar el sonido de su corazón latiendo con intensidad, igual que sentía el sabor de la sangre sobre su boca. Miró en todas direcciones y contempló como la gente miraba desde sus casas, expectantes a lo que sucedía, él y sus amigos habían peleado con uñas y dientes para poder salvarlos, y ellos solo se quedaban mirando, como un montón de ovejas en un rebaño asustado. Apretó los puños con ira y miró al maligno padre.

—Ahora que lo dices... —escupió
sangre— Sí, ¡¿esto es lo qué quieren!? —alzó fuertemente la voz, era imposible que no lo hubiesen escuchado— ¡¿Quieren vivir el resto de sus vidas cómo rehenes?! ¡No pueden permitirlo, deben pelear, y no permitir que estos hijos de puta nos arrebaten lo único que por derecho nos pertenece, nuestra libertad! —miró una última vez a las personas en las casas, entonces sintió el vacío.

—Bonito discurso —pronunció él—. Pero es hora de morir...

Apretó sus dientes con fuerza y cerró sus ojos sin dejar de escuchar los desesperados lamentos de Ann.
De repente, una gigantesca explosión ocurrió, haciendo vibrar todo Fort Hope, una enorme columna de humo negro y fuego cubrió dos edificios lejanos.

—El hangar... —pronunció, había quedado petrificado.
Sin previo aviso, un poderoso puño impacto contra contra su rostro quebrando su nariz y haciéndolo caer y soltar su arma.
Sam giró en el asfalto y alcanzó su rifle de asalto y sin esperar más abrió fuego contra los captores de sus amigos, los que no fueron alcanzados por las balas, retrocedieron, finalmente estuvieron libres.

Giró el cañón del arma en dirección a Solomon, pero antes de que pudiera disparar, sacó un detonador, con un gran botón rojo.

—Sabes... eres predecible —dijo mientras limpiaba la sangre de su nariz. Presionó el botón y más estruendos azotaron la comunidad, el fuego se alzó iluminando la noche, gritos de pánico llegaron, aquello logró captar su atención lo suficiente como para que Solomon saliera corriendo de ahí, Sam disparó nuevamente, pero no alcanzó a darle.

Los soldados de la Hermandad comenzaron a disparar tanto contra Sam y sus amigos, como con algunos infectados que lograron entrar tras las explosiones, el lugar se había convertido en una zona de guerra. Se pusieron a cubierto tras una casa.

—¡Me estoy quedando sin municiones! —avisó Noah, salió de un árbol y disparó su escopeta contra los soldados más cercanos.
Sam igualmente levantó su rifle y barrió con una ráfaga a otro escuadrón que venía del lado contrario.
La batalla siguió durante minutos interminables, incluso algunos soldados muertos comenzaban a regresar, pequeños grupos de muertos se acercaban a ellos.

—¡Entren a la casa! —gritó Dash, sacó una pistola y disparó, a penas un par de ellos cayeron.
Sam buscó desesperadamente entre sus cosas y sacó también una, disparó.
Noah y Ann llegaron a la puerta y comenzaron a golpearla sin cesar, ya estaban atrapados. La horda estaba sobre ellos.

—Mierda —arrojó su pistola vacía y sacó un cuchillo. Encaró a los muertos que se acercaban como espectros infernales, cuando algo ocurrió. La puerta de una casa vecina se abrió, y un par de hombres salieron a pelear con palos o varas, encararon los muertos, entonces, de entre todas las casas comenzaron a salir las personas. Los muertos rápidamente se vieron opacados por la multitud que peleaba y que progresivamente los exterminaba sin compasión.

Rápidamente la horda de muetos se convirtió en una alfombra de cadáveres. La gente se alzó en un grito de victoria, ninguno lo pudo creer. Un hombre rubio con barba se acercó a Sam y le entregó una escopeta.

—Gracias —le dijo, él lo miró confundido.

—¿Por qué?

—Por recordarnos que aun podemos pelear —pronunció, estrechando su mano—. ¿Cuál es el plan, jefe?

Sam meditó un poco aquellas palabras, miró a sus compañeros, igual que la multitud lo miraba a él.

—Eliminen toda amenaza, protegan a los civiles —comenzó a caminar hacia la calle—. Lleven a los heridos y a quienes no puedan pelear a un sitio seguro, también hay que encargarse de las aberturas en los muros.

—Me haré cargo de eso, ¡ustedes, síganme! —le dijo a una docena de hombres, rápido salieron de ahí.
Bombeó el arma y miró al resto de la multitud.

—¡Recuperemos nuestro hogar! —nuevamente respondieron con enjundia, salierom directo a pelear.
Sam estuvo a punto de ir en busca de el padre, pero Ann lo detuvo.

—Sam... yo, creo que... —no pudo articular nada, suspiró con resignación, sostuvo la cabeza y lo acercó a ella, lo besó cómo si no hubiera un mañana.

—Quiero volver a verte... —dijo luego de separarse.

—Lo harás... —aseguró firmemente. Salió corriendo.

Ann se quedó unos segundos inmóvil, escuchó um escándalo cercano,  observó a través de la ventana de una casa, una madre y su hijo estaban siendo acorralados por un par de zombies. Corrió rápidamente, abrió la puerta de una patada, y disparó contra los muertos, cayeron inertes al suelo.

—¿Están bien?

—Sí... —respondió la madre.

—Entonces salgan y pónganse a salvo.
La madre y el niño salieron de la casa. Y ella estuvo a punto de hacer lo mismo, hasta que vio algo en una mesa de centro, una caja que contenía una prueba de embarazo.

Tragó saliva, era ahora o nunca. Tomó la prueba, a toda prisa bajó sus pantalones y su ropa interior, y en una esquina de aquella casa comenzó a realizar la prueba.
Terminó y  mientras esperaba el resultado con ansias fue cuando un soldado de la Hermandad entró, parecía que escapaba del caos, volteó agitado.
Sonrió al ver a Ann sin pantalones y corrió rápidamente hacia ella, Ann intentó con todas sus fuerzas resistirse a aquel hombre, pero él era más fuerte, logró voltearla de espaldas, dejando su trastero al aire libre, él hombre comenzó a bajarse los pantalones con desesperación. Gritaba y se retorcía de la impotencia, el hombre, sin dejar de reír sujetó sus cadera con fuerza y presionó su rostro contra el suelo, entonces vio unas tijeras. Sin más alzó su mano y las tomó, y con ellas apuñaló el muslo del soldado.
Él gritó fuertemente, sacó las tijeras de su carne, e intentó apuñalarla con ellas, la hoja de las tijeras comenzaba a perforar su hombro, Ann tomó el arma que tenía el soldado en su cinturón, y disparó haciéndole un agujero que llegó hasta la tapa de su cráneo. Un chorro de sangre cayó encima de ella, respiró nuevamente.









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Hola amigos y amigas, espero les esté gustando, pues el final se acerca.

Recuerden.

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Si te gustan mis historias por favor sigueme.

Muchísimas Gracias por leer.

LA CEPA: DOMINACIÓN (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora