9. Fugitivos

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El corazón le quería explotar, hacía tiempo que llevaba corriendo sin descanso. Cuando el plan falló, Solomon replegó todos sus hombres y dejó libres a una gran jauría de aquellos perros portadores.
Mala fue su suerte que se topó con un par de ellos, comenzó a correr, pero ellos le seguían el paso sin descanso, tampoco podía detenerse para recargar su arma, la cual ya se encontraba completamente vacía.

Siguió corriendo hasta que tropezó, cayó rodando un par de veces por el asfalto, intentó levantarse pero estaban a escasos pasos de ella, comenzó a colocar un cartucho en su metralleta, cuando un automóvil les pasó por encima dejándolos tendidos en el suelo en cuestión de segundos.

—¿Quiere que la lleve señorita? —Sam le abrió la puerta, conducía un Dodge challenger de un brillante color rojo. Ella sonrió y se subió a toda prisa.

—¿Y esto? —preguntó totalmente agitada, el haber entrado a ese automóvil la salvó de sufrir un posible colapso.

—Lo encontré, sujétate —aceleró a fondo y automóvil salió a toda velocidad.
El motor rugía mientras recorrían la comunidad lo más rápido posible, desde las casas las calles y de todas partes llegaban disparos, uno que otro llegaba a impactar contra el auto.
Mientras realizaba maniobras a lo largo y ancho de las calles de la comunidad, un jeep artillado apareció atrás de ellos.

—Oh mierda... —fue lo único que dijo Ann al verlo por el retrovisor. El artillero movió la ametralladora y comenzó a disparar sin piedad contra ellos.

—¡Abajo! —ambos se agacharon lo más posible, unas cuantas balas atravesaron los cristales, pero aún así Sam hacía hasta lo imposible por encontrar una salida.
Un gran grupo de soldados custodiaban la entrada principal así que Sam giró a la derecha con rapidez, ambos miraron lo que había sido el agujero en el muro. Solamente lo reforzaron con tablones de madera y uno que otro pedazo de metal, aceleró nuevamente aún con el automóvil disparando sin parar.

—¡Sujétate! —aceleró a fondo y logró traspasar milagrosamente aquella sección del muro. El jeep les perdió la pista una vez que lograron llegar a la carretera. Un par de minutos después Ann miró por la ventana, no venía nadie tras ellos.

—¿Los perdimos?

—Parece que sí... —se relajó al fin, ese había sido uno de los momentos más cardiacos de toda su vida— ¿no crees que ya nos alejamos mucho?

—No iremos al campamento —no la miró al decir eso, toda su atención estaba en el camino.

—¿De qué hablas?

—Solomon estará buscándonos, solo comprometeríamos a los demás. Lo mejor es buscar un refugio para pasar la noche, ya mañana iremos al campamento —Ann buscó la radio de Sam ya que la suya se le había caído mientras la perseguían. La encontró, hecha pedazos, una bala logró impactarla.

—Bueno, supongo que... —algo impactó contra el auto, las llantas derraparon y resonaron en los alrededores.
Ambos bajaron para ver que habían impactado, había una persona tirada en la calle, tenía las ropas hechas arapos.

—Mierda maté a alguien —farfulló Sam. Se acercaron unos pasos al cuerpo.

—Pero no había nadie en el camino, es como si hubiera saltado... —el cuerpo se estremeció, y lentamente comenzaba a levantarse mientras su piel se tornaba de un color rojizo.

—¡Maldita sea! —exclamó y ambos volvieron al auto, colocó las llaves y encendió el motor.
Simplemente arrancó a toda velocidad, ninguno verificó si aquella cosa los seguía. Nuevamente Ann miró por la ventana pero no vio nada, cuando un brazo atravesó el metal del techo del automóvil.

Aquél infectado lanzaba zarpazos y golpes buscando tocar algo, Ann tomó su ametralladora, la recargó y disparó todo el cartucho. Sam giró a la izquierda y finalmente cayó, completamente lleno de agujeros.

—Tal vez no lo maté, pero el infeliz no se levantará en un buen rato —arrojó el cartucho vacío y colocó uno nuevo.

Condujo alrededor de veinte minutos más, si Solomon había mandado a alguien a buscarlos, definitivamente no se molestarían en revisar todos los alrededores.
Ella miraba por la ventana, ya estaba atardeciendo, el sol brillaba sobre un pequeño campo, suspiró con nostalgia. Frenó el automovil de repente, emitió un pequeño grito, volteó a verlo.

—¿Qué ocurre? —eso la alarmó bastante. Sam se sujetaba el costado derecho— Déjame ver —se levantó la camisa con miedo a lo peor. La sangre le brotaba de un orificio circular, le habían disparado—. Mierda...
Bajó su camiseta y nuevamente encendió el auto.

—¿Qué haces? —inquirió en voz alta.

—¿Qué parece? —respondió con notable disgusto en sus palabras. Apretó los dientes y cerró los ojos, era peor de lo que ella imaginaba.

—Yo conduzco —bajó del auto y llegó con él, abrió la puerta de piloto y él pareció de alguna manera ¿ofenderse?

—Ann...

—Sam, debemos tratarte esa herida o podrías desangrarte. Tenemos que encontrar un lugar para pasar la noche, porque no planeo dormir en un auto a la mitad de la nada —lo ayudó a bajar y lo sentó con cuidado en el asiento de copiloto.

—Y yo que pensaba que eso sería interesante —lo miró, él reclinó el asiento y cerró los ojos aguantando el dolor.

—Has presión en la herida, ya estás desvariando...

El resto del camino duró poco, para fortuna de Sam claro, Ann encontró una cabaña a orillas de la autopista, esa era una de las primeras locaciones que presagiaban un pueblo. No se veía habitado, ambos bajaron, a paso débil llegaron a la puerta, nuevemnete la suerte les sonrió, no fue difícil para ella abrirla.

Una vez que entró, golpeó la pared más cercana con fuerza, y esperó, no estaban los inquilinos. Ayudó a Sam a llegar hasta un sofá, dónde se recostó, inmediatamente ella trajo su botiquín médico y con la ayuda de un par de velas que encontró se dispuso a sanar sus heridas.









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LA CEPA: DOMINACIÓN (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora