C A P Í T U L O 18.

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EVANGELINE.


Demonios.
Tapo mi cara con mis manos y retrocedo tres pasos de Niall, mis ojos lo miran sorprendidos. Tenía la sensación de lo que hace segundos había pasado, solamente había sido producto de mi imaginación.
Niall, viendo mi reacción, también cae en la cuenta de lo que hace un momento habíamos hecho. Mira hacia el costado y volviéndose serio, como es común en él, noto el cambio en sus mejillas. Dios, tan rojas como la misma sangre.
Un silencio se produce entre los dos.
Un momento en donde el eco de la lluvia resuena en mis oídos, el ambiente parece envolvernos mientras nuestros corazones agitados buscan una manera de volver a la normalidad.
Eros, Afrodita ¿Este es su poder? Dos juveniles corazones en medio de una lluvia ¿Era nuestro destino gracias a ustedes?

-Esto... -Niall trata de articular palabra, pero se interrumpe escondiendo sus mejillas en sus manos.
Evita mirarme. Arregla sus gafas y observa el suelo, siendo en su cabeza una salida a nuestra incomodidad.
Tomo aire, mi pecho se llena de miedo, alegría, excitación y una sensación que no logro nombrar, me levanto antes de que él pueda mirarme y lo veo desde la altura. Sus ojos se ven más celestes de lo que recuerdo.
Sonrió internamente por la belleza que esconde.
-Me gustas Niall.

Un relámpago acompaña mi frase, pareciendo sacada de una película de terror. Niall salta por el fuerte sonido y me mira con horror. ¿Por qué lo hacía?
Arregla sus ropas y se levanta tomando también de su mochila, me mira con una expresión seria y sin emociones. El color de sus mejillas desaparece.
-tengo que rechazarte, porque las chicas tontas no me gustan.

El piso se me mueve con brusquedad, los árboles danzas dándome mareos y Niall es el único en pie, derecho, intacto. Su boca me quema con la frase venenosa que de allí salió. Se me forma un nudo en la garganta y el fantasma de los labios de Niall se evaporiza con el ardor de los míos. Me duele de pronto tan fuerte el corazón, como si le estuviesen martillando desde hace horas.
Lo miro tan desesperanzada como un último aliento en la madrugada.
-no soy buena jugando a estos juegos Niall. -Articule con dificultad tragándome mis lágrimas.
-lo siento, me dejé llevar.
-Esto... esto no es un maldito juego Niall. -Volví a repetir, pero esta vez, para negar con todas mis fuerzas que esas no eran las palabras que Niall quería utilizar.

La mirada del rubio atraviesa sus gafas hasta mis aguaceros. Estoy quebrada por un maldito hombre.
Tres pasos hacia adelante.
Mis ojos buscan alguna salida inocente en su rostro, pero no encuentro nada más que una maldad cruel. Son palabras malvadas, que jamás espere escuchar de alguien que tanto admiraba. Si tan solo fuera lo que mis ojos veían, si tan solo fuera ese chico tímido al que quería proteger con todas mis fuerzas. Demonios, era tan cruel.
El momento de alegría se esfuma como las hojas en el invierno, se seca y convierte en polvo, rápido y delirante.
Aprieto mi mano con fuerza y después de sentir fresca una lágrima correr por mi mejilla, mi puño ya aterriza en su nariz. El dolor duerme por un momento mis dedos, pero un sentimiento refrescante envuelve mi aura. No sonrío, porque no quiero hacerlo, pero si lo miro, ahora que está en el suelo.

-Para mí, tú no eras un maldito juego, ignorante de mierda... -tomo aire para esperar alguna reacción. Su nariz deja salir ese líquido rojo, pero él no muestra intereses de querer limpiarse- Si no conoces el amor, eres un ser estúpido e inservible para la humanidad, y... Niall, a mí no me gustan los chicos tontos.

Miento, en esa última frase épica para poder levantar el poco orgullo que está en el suelo. No sé lo que mis ojos transmiten, pero los suyos desbordaban asombro y vergüenza. Vuelvo a limpiar mi nariz con la manga de mi sudadera y le doy la espalda. Aprieto mis labios con fuerza para no dejar escapar ni señales de sollozos y comienzo a caminar, a... a donde mis pies manden.

La lluvia me hace compañía mientras mis piernas y brazos son un enemigo, la adrenalina del momento ya parecía haberse quedado atrás en el camino y solo seguía yo, y mis ganas de querer escapar. Atravieso los largos vecindarios conocidos por mi niña interior y termino a las afueras de una heladería (cerrada). Cuando caigo en la cuenta de lo lejos que querían ir mis pies, observo el negro cielo, sin estrellas y una línea de luna, casi invisible.
Me siento en la orilla del pavimento y dejo mi mochila a un costado de mis piernas, arreglo mis cabellos enredados por la pelea y saco mi celular. El brillo esta tan bajo que al momento de prenderlo este no me ciega. Veo el porcentaje y está a cuatro números de apagarse. Río, ese tal vez era el porcentaje de oportunidades que tenía para estar bien en el amor.
Las notificaciones me avisan de que tengo diecisiete llamadas pérdidas, dos de Liam, cuatro de Elena, cinco de José y seis de Calvin.
Dos llamadas de un hermano preocupado porque no había alguien que preparara la cena, cuatro llamadas de una amiga que quería contar algo oportuno que había sucedido en su travesía de llegada hasta su casa..., y tal vez, la última enojada por no haber contestado a ninguna de sus llamadas femeninas. Cinco llamadas de un padre que no encontraba a su hija en casa, seguramente pensaba que la pobre estaba sufriendo un ataque por haberse fumado toda la cocaína que sus amigos le habían compartido, y por último, las llamas de un padre-madre que estaba seguramente enojado, pero en el exterior muy asustado, su hija no llegaba y él no tenía nada a mano para hacer, o para salvarme, según sus imaginaciones.

No marco a nadie, pero trato de apurar mi paso a casa. No estaba tan lejos de esta, pero el pesar de mi cuerpo hacía sentir la eternidad a cada paso.

Me detengo, cuando ya estoy al frente y puedo ver la luz amarilla por las ventanas, respiro tan profundo como mis pulmones me lo permiten y avanzo hasta la puerta. Golpeo con mis nudillos -que arden un poco por el golpe.
Espero paciente a que la puerta se abra, y cuando lo hace, los brazos de mi papá me aprietan desde el cuello hasta las caderas. Su aroma a roble me envuelve como un manto para dormir. Suave y cálido. Necesitaba, aunque fuera un poco de ese sentimiento.
Sin mirarme a la cara, arrastra de mí hasta adentro de la casa y me deja sentada en el sillón más pequeños de todos. Al estarlo, puedo ver a Liam, mis dos padres y Elena que dejándome boca abierta, está acompañada de Louis.
Agacho mi cabeza y ninguno logra notar mi estado, que en realidad, no sabía cuál era.

-Estábamos preocupados. -comienza a hablar José, dejando salir un tono de voz más profundo que el cotidiano, seguramente para hacerme saber la gravedad del asunto.
-Todos -agrega Liam, también con ese tono serio.
-Pensamos que algo te había... -y antes de que terminara esa frase no aguante más.

Levanté mi rostro con las lágrimas desbordando mis ojos y los mire, sin encontrar ninguna otra salida. Los cinco tardaron un poco en reaccionar, pero el primero en levantarse fue Calvin, con sus manos temblorosas y a comas de llorar toco de mi rostro con delicadeza, observándome, adolorido. Lo comprendía, su hija estaba ensangrentada, tal vez con las marcas de la sangre ya seca por toda la cara y nariz, mientras que sus ojos, intactos y sin brillo, lloraban ante él, presos de pena que ya ni siquiera podía ocultar.
-Qu-Qué ¿Qué paso contigo Evangeline? -pregunto mientras su dedo limpiaba una lágrima que llegaba a mi labio.

Bajo mi mirada a mis pies y prosigo con el silencio. No contesto ¿Qué dirían? Seguro mofarse por querer defender a alguien que ni siquiera te creía con inteligencia...solo por quererlo.
Más impotencia me hace llorar.
-Evangeline... no era necesario que tú... él no... -escucho ahora la aguda voz de Louis.
Mis ojos atraviesan la sala solo para mirarlo a él, es en ese momento que algo dentro de mí parece tomar fuerza. Me levanto dejando a un lado a mi padre y con seguridad me paro frente a Louis. Él sabía.
- ¿Qué no debía defenderle? ¿Qué él no quería humillarme? ¿Qué no era necesario quedar así por pensar en que él estuviera bien? ¿Qué él no quería pensar en mí? -las preguntas que en mi mente rondaban salieron de mi boca como saliva.

Los cuatro presentes, colgados por la ignorancia, nos miraron como si a lo lejos fuera.
-Evangeline él...

DING,DONG.

El timbre retumba por toda la casa con el silencio de compañía, miro a los cinco, enojada. Soy yo la que a pasos duras va hasta la puerta y abre con brusquedad.
Y soy yo la que siente ganas de querer cerrar la puerta y correr hasta su cama para llorar, pero no lo hago, porque el tiempo se hizo tan corto, que lo único que logre sentir fueron unos brazos rodearme desde mi cuello con fuerza, más una necesidad desesperante de querer hacerlo.
Otro aroma, a hojas de libros nuevos, me envuelve con calidez. Sus manos que recorrer mis cabellos son frías y acabo de darme cuenta de su altura..., comparada con la mía.
Mis manos no reaccionan, pero las de él no parecen querer soltarme.
-Lo siento..., yo solo..., estaba asustado.

Las lágrimas vuelven a brotar como brotes en primavera.
- ¿Asustado de qué?
-De sentir.

Observo su rubio cabello con un brillo más intenso, las lágrimas no dejaban que lo viera con claridad, pero está vez, sí era él..., abrazándome en el umbral de mi puerta, en frente de todos mis seres queridos. Con su corazón haciendo eco en mi pecho y nuestras respiraciones en el cuello.

Mis manos por fin logran tener fuerza y se aferran a sus ropas, transmitiéndole que por favor, nunca se fuera de mi lado.








No olviden votar y comentar lo que les pareció el capítulo, lo siento por la demora,pero mi cabeza está en cequia, pero por suerte, ya comenzaron mis vacaciones, así que nos estaremos viendo muy seguido. No se preocupen, ah, y tratare de seguirla días seguidos como recompensa, pero he, no se ilusionen porque yo no soy de palabra xd. Eso.


"En tres pasos" (N.H)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora