C A P I T U L O 3

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NIALL.

Mi despertador suena a las seis en punto. No me quejó y me siento en la orilla de mi cama. Me estiro y hago mi ejercicio matutino. Diez flexiones de brazos y treinta abdominales. Me levanto del suelo y me meto a la ducha. Son diez minutos de un baño rápido pero efectivo. Salgo del cuarto de baño y mi reloj marca las seis y media. Sigo en orden al igual que todas las mañanas.

Me visto con mis pantalones bien planchados y mi camisa blanca. Me pongo mis lustrados zapatos y mi cabello lo peino con gel pareciéndome a Elvis Presley. Por lo menos mi cabello tenía estilo. Antes de salir me coloco mis gafas y ya estoy listo.

Seis cuarenta y yo ya estoy bajando por las escaleras. No arreglo mi mochila porque la arreglo un día antes, así que tengo suficiente tiempo para preparar un doble desayuno. Preparo unas tostadas con mermelada para mí y el segundo plato es fruta molida con yogurt. Hago un rápido jugo de naranja y a las siete en punto vuelvo a subir pero con una bandeja en las manos.

Abro la puerta de la habitación de mi padre y dejó todo en su mesita de noche. Duerme tranquilo, con la respiración serena. Para mí, era una obra de arte verlo todas las mañanas así.

Sonrío.

Me aproximo a las cortinas y las abro de par en par. La luz del sol inunda la habitación y como si fuera un despertador, mi papá abre los ojos.

-Buenas días viejo –saludo acercándome al desayuno.

Mi padre solo balbucea.

-Así que hoy estas más feliz ¿Eh? –le sonrío y me acerco con su desayuno. –Bien, vamos a sentarte.

Tomo los brazos de mi padre y con fuerza lo siento en la cama, arreglo las almohadas detrás de él y lo vuelvo a recostar más derecho. Perfecto para desayunar. Había mañanas en que mi padre estaba totalmente inquieto, como si fuera un niño pequeño. Por suerte, hoy no era uno de esos días.

-Bien, toma –le dejo su desayuno frente a él y comienza a comer. Se le hace complicado, pero ahí estaba yo para ayudarlo.

A muchos esto los estresaría, pero a mí no me afectaba. Yo siempre había sido paciente con mi papá.

Desde que a Bobby había sufrido esa parálisis cerebral sin razón, yo me tuve que hacer cargo. Mi hermano vivía lejos con su familia y mi madre trabajaba fuera de la ciudad para poder enviar el dinero suficiente para mantenernos a mí y a mí papá. Tal vez por todo esto me había aislado en la escuela, debía cuidarlo a él y aplicarme perfectamente en mis estudios. Pero no me importaba si hacia amistades o no en la escuela, yo solo quería ver a mi padre feliz.

Salí de casa un cuarto para las ocho, era la hora que llegaba Teresa, la enfermera de mi papá que lo cuidaba prácticamente todo el día. Le hacia sus ejercicios y todo lo que a mí se me había complicado hacer por la escuela.

Camino derecho por la calle hundido en mis audífonos escuchando música clásica. Me relajaba mucho, además que le daba un poco de intensidad a mi caminata. Parecía la película de un joven que solamente caminaba a su escuela. No era la mejor película de todas, pero era mía.  

Después de diez minutos caminando, ya podía divisar el edificio. Era un lugar repleto de jóvenes que reían u otros que murmuraban. Parecía una sociedad diferente, era como si en esas paredes existiera otro mundo. Los populares eran conocidos por ser los más alegres y simpáticos de la escuela, y se merecían serlo ya que eran unos chicos muy buenos. Después venía la categoría de los admiradores, los que amaban a los populares y los imitaban en todo, era algo penoso verlos, pero no tanto como los envidiosos de la escuela; más conocidos como los maltratadores. Estos eran respetados solamente porque sabían amenazar o buscar pelea y yo siempre caía en las garras de uno de ellos. No sabía cómo o cuando me encontraban, pero siempre había uno que se burlaba de mis gafas o de mis peinados. Eran unas personas completamente desagradables.

"En tres pasos" (N.H)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora