Capítulo uno

3.5K 145 5
                                    

Capítulo uno:

La ausencía de calcetines en los pies desnudos de la chica y las gotas que chocaban fuertemente contra los cristales de la ventana, impedían que las zancadas hicieran eco en los largos, oscuros y vacíos pasillos del orfanato.

Un segundo rayo volvió a caer, asustando de nuevo a la chica, quien esta vez, corrió sin rumbo, hasta que un golpe en el pecho la derribó sobre las frías baldosas.

—______...—murmuró la culpable de que la joven se encontrara en el suelo. Extendió su mano hacia ella,quien la tomó tirando fuertemente de arriba para poder repartir su peso entre ambas piernas—, cielo, iba a tu cuarto—sonrió—. Sé cuanto temes las tormentas.

La chica miró a la ventana más cercana, donde las gotas de agua hacían opacos los cristales, impidiendo ver con claridad lo que ocurría al otro lado.

Suspiró y dirigió su vista a la mujer de ojos y pelo castaño.

—Estoy bien, Madre Elena—mintió ocultando su miedo detrás de una sonrisa.

Aquella mujer de ropaje blanco siempre había sido una figura maternal para ella. No solo por el cariño que le demostraba, si no tambien por el apoyo y comprensión que le brindaba cada vez que un niño del orfanato le faltaba al respeto llamándola monstruo por el simple y absurdo motivo de tener el ojo derecho de un color negro azabache y el izquierdo de un azul cielo. Aunque,antes de todo ese amor, ______ recuerda que en sus primeros años en aquel lugar, tanto Madre Elena como cada monja del orfanato San Andrés, la miraban con recelo y temor, cosa que nunca se atrevió a preguntar. Pero, todo eso cambió cuando Madre Elena vio a la pequeña ______ llorar por haber peleado con Alexander al haberle arrojado un muñeco a la cabeza.

—Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? Porque ambas sabemos que si llegas a encontrarte con Madre Irene en vez de conmigo y le contestas tal barbaridad al preguntarte que hacía a altas horas de la noche en el pasillo, te castigará limpiando los baños con un cepillo de dientes.

Madre Irene, a diferencia de Madre Elena, nunca fue una "madre" para ella,ni siquiera un hombro en el que llorar cuando sus compañeros se metían con ella. De hecho, le había dejado bien en claro el desprecio que le tenía cada vez que podía, pero,al igual que cada monja, siempre descifraba un tono de respeto en sus palabras, cosa que la confundía.

—Bueno, con eso me amenazó la ultima vez que me vio y no le quise dar el verdadero motivo del porque me encontraba allí—Se encogió de hombros riendo, contagiando la risa a Madre Elena.

—______, deberías volver a la cama antes de que a Madre Irene se le ocurra venir a vigilar este pasillo.

—Vaya, que rápido me hechas de tu vida—bromeó esta, fingiendo limpiar unas lágrimas imaginarias de sus mejillas.

—Sabes que no, pero... ya sabes... mañana tienes que... madrugar.

Entonces recordó que hace dieciocho años y unos meses fue encontrada en la puerta del orfanato, y que a altas horas de la mañana se iría lejos de allí y de Madre Elena.

—Esta bien, me ire a mi habitación, sola, sin ninguna clase compañía, yo y las paredes—bromeó intentando hacer sonreir a la mujer vestida de blanco, cosa que logró.

Giró sobre sus talones y comenzó a dirigirse a su cuarto, pero la voz de la mujer la hizo parar en seco para mirarla.

—Te quiero.

—Y yo a ti—sonrió para acto seguido, correr sobre sus pisadas.

La leyenda del puente de los Dioses {H.S}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora