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Desperté a causa de unos sollozos, me sobresalte sentándome en la cama cuando unos simples ahogos se convirtieron en gritos desgarradores, y ahí supe que tenía que ir de inmediato a ver que ocurría.

Me calce con unas alpargatas y camine a paso lento hacía la cocina procurando que Gaby estuviera aún plácidamente durmiendo, observe la cama de Lelo, y aunque esta estaba desatendida el no se encontraba allí.

Escuche una exclamación masculina y una sonrisa resplandeció en mi rostro, el estaba allí, mi padre estaba en la cocina.

Gatee por el frió piso de cemento controlando no dañar mis rodillas hasta que por fin había llegado a la cortina de la cocina, lleve mi vista rápidamente al reloj de la cocina, ya con mis 8 años estaba muy orgullosa de poder visualizar las agujas con gran facilidad.

Fue ahí cuando otro grito se escucho.

Pude captar la figura de mi padre recostado a la pared con sus ojos cristalizados, mi madre y hermano en la punta de la mesa controlando los sollozos de la mujer sin excito.

Supe quien era ella, pero jamas pude acordarme de su nombre.

En una silla junto a mi padre se encontraba mi abuela, me sorprendió al verla, ya que no tenía mucho trato con nosotros por discusiones familiares constantes.

Pero allí estaba, apartando sus lágrimas con un viejo pañuelo.

—¡No, no, quiero a Betto conmigo, ahora mismo!— grito la mujer acompañado de otro y otro grito mas con la misma oración.

No entendí a lo que se refería, pero sabía que aparecer no seria bueno, son cosas de mayores, siempre me recordaba mi padre.

Conocía a Betto, había jugado muchas veces con el, era un niño muy bonito que rodeaba los 5 años, su cabello era castaño casi allegado al color chocolate. 

A Betto lo criaba mi abuela.

Supe un trozo de la historia un día escuchando tras la puerta, mi abuela recogía a los niños de padres quienes tuvieran que ver con la dictadura, ella los cuidaba sea porque sus padres los habían abandonado, habían muerto o simplemente darlos antes que algún militar se deshicieran de ellos. Mi abuela los acogía, le daba vestimenta, agua y comida, era una nueva madre para ellos, y en muchas ocasiones tuve la oportunidad de jugar con muchos de los niños.

En especial con Betto, el era un niño muy simpático.

Pero cuando el niño había cumplido los cinco años, su madre volvió a aparecer, justificando quererlo de vuelta y no hubo ninguna protesta que sirviera de mi abuela para quedárselo, después de todo, al acogerlo de niño le había tomado mucho cariño. Pero ella igual se llevo a Betto, según me había enterado vivían arriba de una panadería, en una pieza que alquilaban, ellos dos solos, ya que el padre del niño había sido asesinado por los militares.

Me concentre una vez mas en la mujer quien no dejaba de temblar.

—¡Yo te lo dije!— grito mi abuela—. ¡Te dije que era una muy mala idea! ¡Pero jamas escuchas, Anna, jamas escuchas!

Anna era su nombre, ahora lo recordaba.

—¡No me grites!— exclamo—. ¡Ya tengo suficiente carga! ¿¡es que acaso no ves!?

Mi abuela volvió a secar sus lágrimas, mi hermano sollozo y mi madre le tendió algunos pañuelos a mi padre y a Anna, quedándose con algunos ella.

No supe hasta días mas tarde que me entere de la verdad, oyendo detrás de la puerta de la habitación de mis padres.

—Lo han matado— había pronunciado mi madre.

—¿Como sucedió?— cuestiono mi padre aquella noche.

—Anna le pregunto a Betto si quería desayunar algo rico... y a Betto le gustaban mucho los bizcochos de anís. Betto se quedo solo en la habitación, solo fueron cinco minutos, y cuando Anna ha regresado con los bizcochos... lo ha encontrado...

—¿Que le hicieron?— había cuestionado una vez mas mi padre. 

—Lo han ahogado con una bolsa, Anna supone que fueron los mismos militares que querían venganza por Eddy, ¡No les alcanzo matar a su padre que tuvieron que asesinar al niño!. El lucho, imaginatelo, ¡solo tenía 5 años!, lo ahogaron con una bolsa de portland hasta ver que ya no se movía, porque no les ha dado el tiempo para hacer algo mas mientras Anna no regresaba— había clamado mi madre en sollozos—. Anna lo encontró en una esquina del cuarto, con la bolsa en la cabeza... se había orinado por el miedo hasta había defecado... el... era solo un niño indefenso...

Y al terminar de oír todo me fue imposible controlar las ganas de ir a vomitar, y así lo hice, fui al baño descargando mi estomago a medida que las lágrimas no dejaban de salir acompañadas de sollozos.


Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora