Un amor de dictadura. (Uruguay)

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El recorrido era lejos, y tuvimos que viajar en una cachila a escondidas, puesto a que en Argentina la situación iba en desmejora como en nuestro país.

Me recosté en el brazo de mi padre al viajar, mientras el le susurraba cosas a mi madre, de las cuales la mayoría de ellas no entendía, pero guarde silencio mientras mis ojos se cerraban y abrían cuando saltábamos a causa de los grandes pozos en las calles.

El transporte nos dejo a unas cuadras de nuestro nuevo hogar, si bien había escuchado en el camino nos encontrábamos en Lanus, no entendía muy bien donde era, pero lo que si, era que a mi vista solamente veía campo.

Pero no se escuchaban las sirenas de las patrullas, ni circulaban militares, ni tampoco habían propagandas pegadas en cada muro o columna, suspire con un toque de felicidad, aunque el toque de nostalgia seguía presente.

La casa era pequeña, solo contaba con pocas habitaciones, y el problema principal era que no nos pertenecía en lo absoluto, puesto que era de unos amigos de mi padre que vivían allí.

Era una mujer regordeta, rubia y bajita, quien me apretó la mejilla, acto que logro que un gruñido saliera de mis labios y me escondiera detrás de mi padre, la mujer rodó los ojos pero una vaga sonrisa seguía presente en su semblante. 

Luego conocí a su esposo, era robusto y con una enorme barba, el solo extendió su mano y la agito, le devolví el saludo no muy convencida.

—¿Te gusta?— había preguntado mi padre al final del día, cuando ya me encontraba recostada en una cucheta que compartía con mi hermano.

Aquella noche apreté los labios y negué haciendo un pequeño moin, le dije que quería volver a casa y que extrañaba a todos mis amigos.

Su respuesta a mis actos fue abrazarme muy fuerte, le correspondí aquel abrazo hundiéndome en su pecho pero no me permití llorar.

Mi padre beso mi mejilla y antes de desaparecer de la habitación susurro.— Todo saldrá bien, porque tu eres muy fuerte, pequeño caramelo.