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Me sentí feliz e insegura una vez que pise el suelo en la terminal, observe a mi madre quien me paso una de sus bolsas para tener una mejor accesibilidad a mi hermana, se la tome y ella me lo agradeció casi de inmediato.

Nos encaminamos hacía el centro, mi hermano iba delante de nosotras controlando la situación, aunque nadie se lo había pedido, siempre tenía aquel carácter y autoridad de querer protegernos en cualquier lugar que estuviéramos.

No fue hasta llegar a las afueras de la terminal, y esperar los cuatro pacientes en un banco, que al acabo de una hora viéramos aquel cuerpo a lo lejos.

No me importo escaparme de mi madre en ese entonces, ni tampoco los gritos de mi hermano que tuviera cuidado o que regresara.

Simplemente me dispuse a correr hacía el.

Se arrodillo y abrazo mi cuerpo, había aheleado tanto ese abrazo al pasar de los meses, me recosté en su hombro y sonreí al sentir su contacto. 

Nuevamente estaba con nosotros.

—Cariño— había susurrado.

—Papi— musite y el acaricio mi cabello.

  

Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora