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La única salida que nos quedaba para irnos del país, desapercibidos, era en los grupos turistas, en los cuales se dirigían cada semana a Buenos Aires, con el fin de visitar la provincia y volver a las pocas semanas a Uruguay, pero todos sabíamos que quienes se iban en ella, no regresaban otra vez a nuestro país.

Partimos hasta la estación de autobuses esa mañana, el clima no favorecía mucho, la gran capa de nubes negras y espesas se incrementaba en el cielo amenazando con llover en cualquier momento.

No llevábamos gran cantidad de ropa, solamente una bolsa para cada uno, si queríamos pasar desapercibidos debíamos ir como si fuéramos de visitas unas cortas semanas.

-Mamá- susurre a la mayor quien luchaba para que su bolsa no cayera mientras sostenía a mi pequeña hermana en sus brazos.

-Ahora no, Susan- clamo ella-. Debemos movernos rápido si queremos tomar el próximo autobús a Colonia.

Era como ella había exclamado, un autobús nos guiaría hacía Colonia, y de allí partiríamos en un barco hasta la provincia de Buenos Aires, si todo marchaba bien.

Camine junto a mi hermano, el cual estaba con el rostro gacho sin el mas mínimo toque de emoción, pues, yo tampoco me encontraba de ánimos de despedirme, pero era lo mejor.

Las personas en la estación se encontraban con pequeños bolsos, esperando a la llegada de los autobuses, habíamos estado en pie por dos horas hasta que vinos de lejos como los dos cacharros se acercaban, y de ellos bajaron algunos militares.

Mi cuerpo se tenso, y pude ver que el de mi madre también, al igual que cada una de las personas allí, nadie espera que ellos llegarán.

Nos mandaron hacer una fila, para poder ingresar a los autobuses, y quedamos en la mitad de la cola esperando nuestro turnos, escuchaba quejas de las demás personas, pero no pude ver bien, ya que mi madre no dejaba que me moviera de mi lugar.

La cola avanzo hasta que había llegado nuestro turno, mientras tiritaba cuando el agua comenzó a caer, y mi madre me había encargado cuidar a mi hermana bajo el reboso, sin que se mojara.

Uno de los militares me sonrió y mi cuerpo tembló al reconocerlo.

-Buenas mañanas, señora- pronuncio y baje la mirada.

-Buenas- exclamo ella.

-Adelante- dijo bruscamente uno de ellos, suspire y entre primero, luego paso mi hermano.

-Espere- bramo el principal, recordé su rostro entre los pastizales, escondiéndome de que me llevara con el-. Debemos revisar que lleva en las bolsas.

Observe desde los dos escalones que estaba arriba, sin siquiera dejar que mi madre protestara le arrebataba las bolsas de sus manos.

-Ábrelas- exigió el cadete y los demás asintieron.

Visualice como uno de ellos tenía una trincheta en sus manos y rasgaba las bolsas.

-¡Solo hay ropa!- chillo mi madre, pero a ninguno de ellos les pareció importar, ya que abrieron las otras tres-. ¡Solo ropa!- volvió a exclamar la mayor.

Pero a ellos no les importo que nuestra ropa se empapara por la lluvia.

-El que pongo las ordenes aquí soy yo, señora- exclamo el hombre y mi cuerpo tembló, observando el gesto de suplica de la mayor-. Bien, solo ropa, puede entrar al autobús.

-Pero...

-De inmediato.

La mayor suspiro en lo alto y se encamino al autobús, guiándonos hacía los últimos y únicos asientos disponibles, por la ventanilla pude observar como ponían nuestras prendas en la cajuela del autobús.

-La ropa...

-Todo estará bien- clamo la mayor acariciando mi mejilla-. Tu no te preocupes.

Suspire y asentí, aunque demasiado tarde, la preocupación estaba en mi desde que todo había comenzado.

Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora