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Al paso de unos meses todo se volvió una rutina, día por semana íbamos al parque con Pablo, como también durante parte del día tenía que cuidar a mi hermana cuando mamá se iba a trabajar, y quedábamos solas en casa hasta la tarde cuando mi hermano venía de su trabajo.

—¿Estás segura?— cuestiono el mayor sentado a los pies de mi cama.

—Si, estoy segura. Solo somos amigos— exclame y el asintió no muy convencido.

—¿Entonces por que tus mejillas están rojas como tomate cada vez que digo su nombre, eh?

Suspire y rodé los ojos nerviosa, acto que logro que el riera y me diera un pequeño abrazo. Le devolví el gesto envolviendo mis brazos a su espalda y abrazándolo con mucha fuera.

—Sabes que esto no es para siempre— susurro en mi oído.

—¿Que dices?— pregunte sin separarme.

—Susan, sabes perfectamente de lo que hablo— bramo a medida que nos separábamos—. Argentina no es para siempre, nosotros no pertenecemos aquí.

Apreté mis labios sin responder, viendo como el, desaparecía de la habitación. 

Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora