36

177 29 0
                                    

No teníamos muebles propios en la casa, ni siquiera tanta ropa para empacar, puesto que todas nuestras cosas estaban en Uruguay, así que solamente eran cinco bolsos los cuales mi padre y hermano guardaron en la cajuela del automóvil.

Procure aquel día en saludar a todos en la cuadra, pero al que no había podido despedirme fue de Pablo, quien no apareció en todo lo que iban las horas.

Me crucé de brazos hasta que llegamos al puerto, regresaríamos como habíamos venido, con un equipo de turismo. Hubiera parecido que hubiera sido ayer, cuando pise el suelo, pero no, eso había pasado hacía mas de cuatro años.

Suspire y tome mi bolso.

Era deprimente tener que volver a empezar de cero, eran dos mundos completamente diferentes, y nuestra llegada a un nuevo país había logrado demasiados cambios en mi vida, y cuando por fin estaba pudiendo adaptarme, nuevamente teníamos que escapar.

¿Escapar?, no, regresar al punto de partida.

—No tardarán en venir, me han dicho que se quieren despedir— clamo mi padre.

Sabia que hablaba con mi madre, y cuando esto sucedía era una total falta de respeto intervenir, pero en ese momento no me importo y vire mi cabeza hacía el mayor.

—¿Quienes?

El sonrió, pero antes que entreabriera los labios, observe como la camioneta verde aparco a la vereda de la calle.

Y mi corazón comenzó a bombear mas fuerte.

—Hey, ¿no te ibas a despedir de mi?— exclamo Pablo mientras se acercaba.

Mis labios temblaron y simplemente me encogí de hombros sintiendo como mis ojos se empañaban.

—Yo...— tartamudee.

—Ven aquí— susurro extendiendo sus brazos.

Lo abrace, pero no duro suficiente de lo que quería, ya que sentía un ruido de trompeta, anunciando que ya teníamos que zarpar.

—Fue un gran placer conocerte— murmuro.

—También el mió— sisee y mis labios chocaron con los suyos, acto que minutos después generarían una pequeña charla con mis padres.

—¿Me escribirás?— grito a lo lejos cuando me alejaba.

Retrocedí caminando al revés sin perder su vista, a medida que mis padres gritaban mi nombre para que me apresurara.

—¿Mi diario cuenta?— grite y el rió—. ¡Estarás en primera hoja de esta gran historia!

Y lo último que recordé suyo, fue su rostro y el hoyuelo que se remarcaba en su mejilla.


Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora