6

259 47 5
                                    

Tome la mano de mi padre al salir de casa, dirigiéndonos hacía un grupo de personas que conocía por las anteriores veces que habíamos salido, algunos me sonrieron y me saludaron, pude captar el cuerpo de mi hermano entre ellos, pero desvió la mirada de mi rodando los ojos.

Eran simples indicaciones, nos separaríamos, mi padre tomo un saco negro en donde se soponía que se encontraban las pegatinas, tomo nuevamente mi mano y junto a un grupo de personas entramos en el camino entre las hierba.

—¿A donde ira Lelo?— susurre en cuando comenzamos a caminar lentamente.

El me hizo una seña para que guardara silencio.— Ha ido con el otro grupo, todo esta controlado—susurro—. Ahora necesito que guardes silencio.

Asentí apretando mas su mano, el jamas me soltó y seguimos caminando lentamente por el camino entre los grandes pastizales. 

No habían calles, ni luces.

Y sabía perfectamente hacía donde nos dirigíamos.

El camino no era muy largo si bien recordaba, caminamos así hasta el trascurso de unos veinte minutos. Observe las personas que iban a la delantera, y con sus linternas alumbrando algún pozo o escombro.

Hasta que por fin habíamos llegado.

Sabía perfectamente que estábamos jugando con fuego, a esas horas estaba completamente prohibido que las personas salieran de sus hogares, sabía que si los militares llegaran a encontrarnos estaríamos en graves aprietos.

Y mas si los militares buscaban a mi padre por cielo y tierra.

Tragué saliva viendo los grandes murales.

Mi padre sonrió y bajo a mi altura, pude observar como las demás personas sigilosas corrían hacía los murales y comenzaban a sacar los carteles pegándolos.

—Necesito que te quedes aquí, cariño— susurro—. Pegaré algunas y luego iremos a otros lugares, pero no te muevas, ¿lo entiendes?

Asentí, el beso mi frente y luego corrió hacía los demás.

Observe como abría su saco, sacaba algunos carteles y comenzaba a pegarlas; las listas.

Sabía lo que significaba, eran las listas de los paridos políticos, esas que los militares se enfadaban cuando veían, o esas pruebas que buscaban por todas las casas del país, y mi padre era uno de ellos, uno de los que estaba a favor.

Pegar las pegatinas desataba la furia de los militares, mi padre lo sabía y todos los presentes también, comprendiendo las consecuencias de ser capturados, pero sin importar cualquier amenaza seguían con lo suyo.

No se cuantos minutos estuve allí parada con la respiración irregular al sentirme insegura, pero mi padre había regresado por mi y tomo nuevamente mi mano, seguimos cruzando por los largos caminos, esa noche hicimos muchas paradas..

—Esta es la última, cariño— clamo—. Ya regreso.

Me quede allí, mis párpados pedían cerrarse, pero debía contenerme, podía aguantar unos instantes mas hasta que el regresara. 

No fui consciente nuevamente del tiempo que paso, cerré mis ojos unos segundos y al abrirlos pude captar el rostro sobresaltado de mi padre.

Y luego... las bocinas.




Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora