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Rodé los ojos en cuanto lo vi bajar del caballo, y en cuanto se acerco pude sentir como mis mejillas se tornaban sonrosadas, el pareció notarlo y me extendió una mano, apreté mis labios y la cogí, impulsándome para ponerme de pie.

—No era necesario, podía levantarme sola— proteste sacudiendo el polvo de mis pantalones.

—Claro, y por eso quedaste en el piso esperando que te tendiera la mano— contraataco y tartamudee—. Dale, no discutas, porque seguramente si empiezo una discusión contigo terminamos mañana de noche, así que mejor sube al caballo.

—¿Y si no quiero?

Pablo alzo una ceja y suspiro.— Fácil, te ato la pierna al caballo y te llevo a rastras hasta el parque.

 Reí y negué.— No creo que te atrevas, pero tampoco me atreveré esperar a lo que hagas.

El sonrió y asintió agitando su mano para luego hacer una reverencia apuntando al caballo.

—Cuando quieras, señorita— clamo y asentí.

—¿Como se supone que me suba a esa cosa?— cuestione y el rió.

—¿Así que ahora si necesitas mi ayuda, eh?

Alce una ceja, buscando sentido lógico a su exclamación, y a el pareció fastidiarle mi mal humor, ya que se acerco y me tendió ambas de sus manos para ayudarme a impulsarme y así poder subir al caballo.


Un amor de dictadura. (Uruguay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora