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Érase una vez una princesa de ojos tristes y cicatrices de sus lágrimas. Era complicada, distinta, temerosa, insignificante.
Érase una vez un dragón de distintas caras. Era intenso, distinto, valiente, magnífico.

Érase una vez una princesa. Una princesa triste, atrapada en un profundo pozo donde la abraza la oscuridad de filos cortantes.

Érase una vez un dragón. Un dragón feliz, libre en un mundo donde no encaja pero no desentona.

Érase una vez una princesa. Una princesa que conoció a un dragón y totalmente se enamoró.

Érase una vez un dragón. Un dragón que conoció a una princesa y tal vez se enamoró.

Érase una vez una princesa. Una princesa que estaba demasiado hundida, y que tenía un dragón a quién gritar pidiendo ayuda.

Érase una vez un dragón. Un dragón que se preocupaba por una princesa, y que buscaba ofrecerle ayuda.

Érase una vez una princesa. Una princesa que estaba perdida por un dragón, que dudaba que la correspondía.

Érase una vez un dragón. Un dragón que tal vez sólo decía mentiras para salvarla, o que tal vez realmente le gustaba.

Érase una vez una princesa y un dragón. Ella está rota, está perdida. Él está lejos, está recomponiéndola.

Érase una vez una princesa sola en su habitación, preguntándose la verdad de los sentimientos de un dragón.

La chica de los ojos tristesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora