Parte sin título 60

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IX

8 de agosto - 3 y 1/2 p.m. En las Acacias

Afluencia de gente. Coches, autos, bicicletas, caballos, gentlemans, artistas. Es la hora de moda. Por el fondo del paseo aparece Alice en su limusina. Vestido largo modelo Taffaret. El groom se inclina. Ella desciende. El auto se retira. Alice va en busca de Evans. Le ha dicho ayer: "A las cuatro en las Acacias". Evans nunca falta a una cita. De pronto fija la vista en un milord que avanza. Es el de Adalberto Bellotti. El conde se dirige a Lady Alice, saluda, se inicia la charla.

–Buscaba a Lady Alice...

–... No esperaba al señor conde...

–La casualidad... No me reprocho. Tengo el placer de saludar a Lady Alice...

–... (fastidiada) Lady Alice recibe en su hotel los martes... las visitas de cortesía...

–... y en las Acacias, a las cuatro, las íntimas...

–Observo la costumbre de mi amigo Evans Villard y de los que quieran imitarle...

–Y sustituirle...

–Evans Villard no admite ni puede tener sustitutos y Lady Alice no los tolera...

Las mejillas de Alice se encienden. El conde sonríe y palidece. Breve silencio. Entran juntos al salón rosado. Pasan al parque, se sientan bajo un cenador. Un aire de tierra mojada, bajo el sol, sensualiza el ambiente. Alice, extraña del todo a su acompañante, piensa en el beso de Evans. El primer beso, el más delicioso, el anhelado. En su imaginación, ve los labios de Evans, carnosos, duros, elásticos: parecen una flor. Alice cierra los ojos pensando en el beso, largo, lento, intenso, cálido. Se va acercando la hora, sus labios tiemblan. Adalberto le sigue hablando. Ella pretende no hacer caso, pero las palabras del conde le van describiendo diabólicamente, el beso, el beso de Evans. Adalberto insiste, cuenta los minutos, insinúa, mira, presiona una mano, oprime el talle. Falta un minuto... medio minuto... Alice se ahoga...

Él sella:

–Evans... Evans no vendrá...

Ella musita inconsciente:

–Evans...

¡Las cuatro! Ella ha besado a Evans. Sí. Lo ha sentido. Ha sentido que Evans estaba allí, que era él quien la besaba y sin embargo, el que está a su lado es Adalberto Bellotti. Se levantan. Salen. El conde:

–Evans no vendrá. ¡Evans... ha muerto!...

Alice, incrédula, palidece.

Se alejan. Saca un papel del bolsillo del jaquet. Las últimas palabras se pierden entre las gentes, y luego, bajo las sombras de las acacias jóvenes, Alice termina:

–Mañana...


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