Untitled Part 66

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  III   

  LA avenida de álamos de Garden Park era estrecha para contener el número depersonas que acudían a la representación del Círculo de la Muerte. Los autos, losmotos, los ómnibus, los carruajes particulares, y las limusinas, se disputaban el lugarpara llegar al circo.Las funciones anteriores habían producido una entrada bruta de 40 mil pesos oro.Ocho mil habían servido para las indemnizaciones y el resto era entrada líquida paralos señores Kracson y Kearchy.—¿Quién sube hoy? —inquirió una señora de impertinentes a un joven de ampliovestido gris.—Es Richard Tennyson.—¿Su cuñado?... —le interrumpí a Harry.—Sí, el esposo legal de mi hermana Eva.Y continuó:—Es un joven distinguidísimo —decía la señora del impertinente—. Tieneesperanzas de vencer y parece que morirá como sus antecesores...—No —interrumpió un señor burgués—. El joven de hoy es un excéntrico: deseamorir...Un grupo salió de una de las puertas del circo y se dirigió al centro. En medio deél iba el chauffer del automóvil de la muerte: mi cuñado Richard Tennyson. Sonaronlos anuncios. La gente se instaló. Los tablados rebosantes tenían el aspecto móvil ypolicromo de un cinema en colores. El blanco de los cuellos, las pecheras y lossombreros de paja, daban al conjunto ambiente de frágil movilidad. Un murmullo deadmiración hizo converger todas las miradas en la portezuela por donde salía elartista. Vestía un correcto y cerrado gabán de pieles, gorra de nutria y lentes deautomovilista. Tenía un marcado aire de distinción. El 40 H. P. lo esperaba, elevadoya, en el lugar del lanzamiento, que era de diez y ocho metros, teniendo la alturamáxima ciento veinte. Se da la última señal. El artista va a lanzarse. Todos observansus menores movimientos con esa curiosidad que inspiran los que van a morir. Unsilencio absoluto domina el circo.¡Por fin!... El automóvil se lanza al abismo. Da las dos vueltas obligadas ycuando un desvío de la línea debía ocasionar la caída, una casual inclinación delcuerpo salva al chauffer y éste, ligados los brazos y vendados los ojos, llega al final  de la carrera entre los delirantes aplausos de la multitud.Le desligan y le hacen pasar el circo entre vítores y aplausos. Una lluvia desombreros y de monedas no le deja avanzar.—¡Salve, Salve!...La granujería neoyorquina, pelirroja y musculosa, lo lleva en hombros, y a supaso las mujeres sonríen y los hombres envidian. Por primera vez Kracson y Kearchypagaron personalmente el precio de una vida, en pesos oro.

El Caballero Carmelo y otros cuentos peruanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora