Parte sin título 19

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VI

Estuve varios días sin volver a la playa, pero el sábado de gloria en que debían quemar a Judas, salí a la playa para dar un paseo y ver en la plaza el cuerpo del criminal, pues según papá, ya estaba allí esperando su castigo el traidor, rodeado de marineros, cargadores, hombres del pueblo y pescadores de San Andrés. Salí a las cuatro de la tarde y me fui caminando por la orilla. Llegué al sitio donde Judas, en medio del pueblo, se elevaba, pero le tenían cubierto con una tela y sólo se le veía la cabeza. Tenía dos ojos enormes, abiertos, iracundos, pero sin pupilas y la inexpresiva mirada se tendía sobre la inmensidad del mar. Seguí caminando y al llegar a la mitad de la curva, distinguí a la señora blanca que venía del lado de San Andrés. Pronto llegó hasta mí. Estaba pálida y me pareció enferma. Sobre su vestido blanco y bajo el sombrero alón, su rostro tenía una palidez de marfil. ¡Era tan blanca! Sus facciones afiladas parecían no tener sangre; su mirada era húmeda, amorosa y penetrante. Hablamos largo rato.

-¿Has visto a Judas?

-Lo he visto, señora blanca...

-¿Te da miedo?...

-Es horrible... A mí me da mucho miedo...

-¿Y ya le has perdonado?...

-No, señora, yo no lo perdono. Dios se resentiría conmigo si le perdonase... ¿Usted viene esta noche a verlo quemar?...

-Sí.

-¿A qué hora?...

-Un poco tarde. ¿Tú me reconocerías de noche?... ¿No te olvidarías de mi cara? Fíjate bien -y me miró extrañamente- Fíjate bien en mi cara... Yo vendré un poco tarde... Dime, ¿le has visto tú los ojos a Judas?...

-Sí, señora. Son inmensos, blancos, muy blancos...

-¿Dónde miran?...

-Al mar...

-¿Estás seguro? ¿Miran al mar? ¿Te has fijado bien?...

-Sí, señora blanca, miran al mar...

35

Sobre la arena donde nos habíamos sentado, la señora miró largamente el océano. Un momento permaneció silenciosa y luego ocultó su cara entre las manos. Aún me pareció más pálida.

-Vamos -me dijo.

Yo la seguí. Caminamos en silencio a través de la playa, pero al acercarnos a la plazuela donde estaba el cuerpo de Judas, la señora se detuvo y mirando al suelo, me dijo:

-Fíjate bien en él... Me vas a contar adónde mira. Fíjate bien... Fíjate bien.

Y al pasar ante el cuerpo, ella volvió la cara hacia el mar, para no ver la cara de Judas. Parecía temblar su mano, que me tenía cogido por el brazo, y al alejarnos me decía:

-Fíjate adónde mira, de qué color son sus ojos, fíjate, fíjate...

Pasamos. Yo tenía miedo. Sentí temblar fuertemente a la señora, que me preguntó nuevamente:

-¿Dónde miran los ojos?

-Al mar, señora blanca... Bien lejos, bien lejos...

Ya era tarde. La noche empezó a caer y las luces de los barcos se anunciaron débilmente en la bahía. Al llegar a la altura de mi casa, la señora me dio un beso en la frente, un beso muy largo, y me dijo:

-¡Adiós!

La noche tenía un color brumoso, pero no tan negro como otras veces. Avancé hasta mi casa pensativo, y encontré a mi madre llorando, porque debía salir un barco a esa hora y papá debía ir a despacharlo. Nos sentamos a la mesa. Allí se oía rugir el mar, poderoso y amenazador. Madre no tomó nada y me atreví a preguntarle:

El Caballero Carmelo y otros cuentos peruanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora