Capítulo XXXIII

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Tamborileó sus uñas sobre la madera de la mesa del comedor. Aaron no estaba, desapareció y eso lo ponía de los nervios. No se permitió llorar, ni siquiera cuando estuvo acostado en su cama toda la noche mientras esperaba una respuesta de su amigo. ¿Cómo podía relajarse si el chico no aparecía?

Permaneció ahí, en su casa, completamente asustado del exterior mientras miraba detenidamente la puerta de entrada. Solo quería que su amigo entrara por esa puerta con una gran sonrisa, soltando esos chistes malos que siempre lo hacían reír.

Le asustaba, le aterraba y temía tanto que pensaba que el corazón se le saldría del pecho. No obstante, no se pudo sentir más aliviado cuando tocaron la puerta de entrada con dos suaves toques aquel día. YoonGi se quedó sentado en la silla apegada a la mesa de madera por unos segundos, imaginándose lo cansado que debía estar su amigo por pasar la noche fuera y no dormir en su cómoda cama.

Se levantó de un salto y se acercó a la puerta para detenerse ahí, con su mano firme en torno a la manilla.

—¿Min YoonGi? —dijo uno de los hombres apenas abrió la puerta.

Sus trajes le hicieron fruncir el ceño y sentirse ahogado. Asintió con suavidad y uno de los hombres levantó una hoja impresa, al parecer con la intención de que leyera, pero no pudo ver nada con claridad.

—Usted es sospechoso del secuestro de Park JiMin.

Su mundo se apagó y no escuchó nada más que un molesto pitido. Ni siquiera sintió cuando los hombres lo empujaron contra la pared y lo tomaron por las muñecas para ponerle las esposas. No se opuso ni cuando lo subieron al auto policial. Se quedó ahí, estático, casi petrificado. Sus ojos bien abiertos miraban hacia el respaldo del asiento de copiloto mientras el auto avanzaba. No pensó en nada, ni en JiMin, ni mucho menos en Aaron, el cual tenía que llegar ese día a cenar, porque sí, YoonGi quería hacerle una cena especial por todos los agotadores y cansinos días que tuvieron.

Frunció el ceño y su cabeza se ladeó. No era extraño subirse a un auto de policía ni ser esposado, ni mucho menos estar encerrado en una celda.

—¿Quién dijo que era sospechoso? —interrogó y fijó su mirada en el espejo retrovisor.

—Park JiMin testificó —habló uno de ellos y le envió una rápida mirada.

Abrió la boca y se quedó quieto unos segundos. Merecía estar sorprendido, claro que lo merecía. Mostró una sonrisa irónica en sus labios y miró hacia la ventana. Apretó los labios para no ponerse a llorar, porque dolía, maldita sea que dolía.

El auto se detuvo y a YoonGi no le importó. Ni siquiera le importó cuando lo tiraron hacia el interior del cuartel de policía y mucho menos le importó cuando cerraron la puerta detrás de él para meterlo dentro de una celda.

Miró al hombre que estaba sentado en una de las esquinas de la habitación, era de tez negra, como Aaron. Fue en ese momento que comprendió qué pasaba.

Observó su alrededor, asustado. Estaba en una habitación con un hombre negro, pequeño y de rostro serio. Sin embargo, eso no era lo peor, claro que no. La imagen de JiMin y sus lágrimas lo carcomieron. Sabía que el chico sufría y YoonGi también lo hacía, pero que lo metiera allí...

Se dejó caer en la cama desocupada, se llevó las manos a la cabeza y las pasó por su cabello descolorido. Apretó con fuerza los dientes porque él no iba a llorar.

De un momento a otro todo cambio. Pasó un día, dos, y YoonGi seguía encerrado en esa celda, esperando por Aaron y la cena que comerían cuando volvieran a casa.

—¿Hablas? —preguntó el hombre desde el rincón, mirándolo con esos característicos ojos tristes y casi sintió que podía reflejarse en ellos.

Pasaron dos días y por fin ese hombre le habló. YoonGi de por sí no hablaba con nadie, ni con los guardias ni con los otros presos que le propinaban empujones, ni siquiera alguien externo lo fue a ver. Tampoco Aaron apareció por ahí para decirle que todo estaría bien, que estarían juntos como siempre lo estaban, porque se suponía que eran un equipo.

—¿Por qué estás aquí? —YoonGi se atrevió a preguntar con la voz cansada y desgastada.

El otro le dio una media sonrisa e inmediatamente lo reconoció como mayor; estaban más cerca de los treinta que de los veinte.

—Narcotráfico.

Asintió porque entendía y porque no quería hablar de eso.

—¿Eres coreano? —se atrevió a cuestionar sin mostrar alguna facción de simpatía.

—¿Tengo cara de coreano?

Negó y luego reposó la cabeza sobre la pared que se constituía de cemento.

—¿Entonces qué haces en Corea? —Su pregunta quedó en el aire mientras el hombre reflexionaba y miraba hacia el techo oscuro de la habitación, intentando buscar una respuesta adecuada.

—Vine para buscar a alguien —respondió el sujeto y le dio una sonrisa, como si hablar de ese alguien hiciera el mundo más feliz y bonito.

Sin embargo, no era para nada feliz y bonito.

—¿Aún no lo encuentras? —se atrevió a preguntar a la vez que se escuchaba su nombre resonar en la habitación, en labios de otro personaje.

—Vienen a verte.

Levantó las cejas, sorprendido. Le dirigió una mirada al hombre que estaba a su lado y caminó hacia el policía que se mantuvo al otro lado de la barrera. Le abrieron la puerta y lo esposaron para llevarlo a una sala de paredes desgastadas. Se sentó en una silla de madera delante de una mesa mientras espera con las manos sobre la superficie. Un hombre dijo su nombre con voz fuerte y clara, y entonces vio como el chico conocido se acercó con una pequeña sonrisa. Inmediatamente sacó sus manos de sobre la mesa para esconderlas y dejarlas sobre su regazo.

—¿Qué haces aquí? —se atrevió a preguntar.

—¿Cómo estás? —interrogó el otro con una sonrisa triste.

—¿Qué haces aquí? —repitió y se acercó un poco más al contrario.

—Vengo a ayudarte —dijo con simpleza.

—TaeHyung —susurró con esfuerzo—, ¿cómo me ayudarás?

—En realidad, JungKook lo hará. Te sacará de aquí.

Frunció el ceño porque le dolía el pecho al escuchar aquel nombre, sin embargo, no hizo más que quedarse ahí, mirando al chico a los ojos y evitando las lágrimas.

—¿JungKook? —susurró casi con miedo.

—Él estaría aquí, pero ahora mismo está ocupado. —TaeHyung sonrió con tristeza.

—¿Por qué? ¿Dónde está? —se atrevió a preguntar mientras ponía las manos sobre la mesa, tragándose la vergüenza de tener sus extremidades entre esposas.

—Está en rehabilitación. Cuando salgas de aquí irás a verlo, ¿bien? —Abrió levemente la boca para asomar una pequeña sonrisa—. No deberías preocuparte por él ahora. Lo está haciendo bien.

—Gracias por quedarte con él —confesó y se mordió el labio inferior.

—Hago lo que puedo —dijo el chico para después poner una carpeta sobre la mesa que luego abrió y giro hacia YoonGi para que leyera—. La madre de JungKook es abogada, te ayudaremos a salir de aquí. Solo eres un sospechoso, así que tal vez salgas dentro de unos días.

Abrió la boca levemente y su labio inferior tembló, porque eran sus amigos y estaban ayudándole, pero Aaron no se aparecía por ningún lado.

—Aaron —susurró y levantó la mirada hacia TaeHyung—. ¿Sabes algo de un chico de tez negra?

—¿Chico? ¿En la escena? —Asintió y el contrario sacó otra carpeta del bolso que estaba sobre el suelo a un costado de la silla.

Esta vez TaeHyung tomó una carpeta roja y la abrió delante de él para mostrarle el historial del chico que YoonGi tanto conocía.

—¿Este chico? —preguntó el castaño y apuntó con su dedo la fotografía que estaba en la parte superior izquierda afirmada con un clip para estar junto a los demás papeles del chico.

—¿Está bien? ¿Por qué ese imbécil no me ha visitado? —Frunció las cejas hacia TaeHyung.

—¿Que si está bien? —El chico levantó una ceja y YoonGi no pudo evitar apartar la mirada de sus ojos, temeroso.

Versus • || YoonMin ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora