Podría empezar esta historia diciendo que Coraline era una chica normal, con una vida normal, una familia normal e incluso una amiga de lo más normal. Pero quien dijera que la palabra "normal" definía de alguna manera a Coraline Collins mentiría. Y es que ella nunca había encajado en aquella etiqueta. Nacida en el seno de una familia biólogos de prestigio, los primeros años de su vida pasaron entre grandes capitales mundiales. El corto período de estancia y su ya extraña personalidad (o al menos así lo decían los niños de su clase) lograron que no tuviera ni un sólo amigo hasta la escuela secundaria. Sin embargo, aquella minucia no preocuparía a una Coraline que se entretenía en casi cualquier cosa: ayudaba a su madre a cocinar, era la orgullosa dueña de un hermoso jardín portátil (que había visto tanto mundo como ella), asistía cada mes a una clase extraescolar diferente, y a los ocho años había acabado con el repertorio de libros que su padre había considerado adecuados para una niña de su edad (y no eran pocos). No fue complicado para sus padres descubrir que la pequeña daba claras muestras de una inteligencia y una sensibilidad para nada típicas de su edad.
La familia Collins decidió instalarse en San Francisco cuando Coraline cumplió los doce años. El instituto que la acogió era el peor de todos en los que había estado (que no eran pocos), pero le entregó algo que jamás había tenido: a Samantha Evans. Aquella fue su primera amiga, y la única que la acompañaría el resto de su vida. Aún así, su ingrata instancia en el instituto no duro más de un curso, ya que consiguió dejar en evidencia a todo el equipo docente que se había negado categóricamente a dejarla pasar a un curso más adelantado cuando, frente al director, aprobó con matrícula de honor exámenes de nivel universitario. De esta manera, y con tan sólo trece años, Coraline comenzó a estudiar las carreras de historia del arte, empresariales e incluso diseño de moda.
Para cuando ambas cumplieron los dieciocho años, Coraline había terminado todos sus estudios y se encontraba, por primera vez en muchos años, aburrida. Una tarde de aquel verano, tumbadas boca arriba sobre la cama de Samantha y con los pies en la pared, pisando las caras de dos miembros de One Dirección, ambas suspiraban cuando una idea paso por la cabeza de Coraline. Se giró a mirar a su amiga con los ojos brillantes por la emoción y una enorme sonrisa digna del gato de Cheshire cruzándole el rostro.
- Sam, Sam, Sam -llamó excitada -. Tengo una idea. ¿Sabes ya a que universidad vas a ir?
La muchacha imitó el gesto para dejarle ver su expresión de disgusto. Un par de mechones de pelo rubio le cayeron frente a los ojos, y ella los apartó con un soplido antes de contestar a su amiga.
- Ni me hables de eso. Mis padres se han puesto en plan plasta, pero yo no quiero ir a la uni. ¡Bastante he tenido con el puñetero instituto!
Coraline pegó un salto para salir de la cama, ante la mirada sorprendida de su compañera. En su pecho se había encendido ese fuego característico que sentía cada vez que tenía una nueva idea, como aquella vez con quince años que decidió escribir un libro y consiguió que se publicará bajo un o seudónimo. La novela fue best seller, pero, como suele pasar, la gente se olvidó de ella en poco tiempo.
- Vámonos de aquí -soltó las palabras con rapidez, atropelladas -, viajemos por el mundo.
Sam, con los ojos abiertos de sorpresa y las cejas a punto de alcanzarle un récord de altitud, se incorporó en la cama.
- ¿Estás loca? No se para qué preguntó, si ya se cuál es la respuesta. Pero aún así, ¿de que íbamos a vivir? ¿Dónde iríamos? ¿Y nuestros padres?
- Vamos, Sam, ya somos mayor citas. Recorreremos el mundo hasta que encontremos nuestro sitio y trabajaremos de lo que podamos para pagar nuestros gastos. Además tengo algo ahorrado.
- Echa el freno, Billy. ¿Y qué hago yo con mis padres? Porque a menos de que hayas inventado una máquina para lavarles el cerebro, lo veo complicado.
- Tú déjamelo a mí. Ya sabes que tengo un don de palabras.
Y realmente lo tenía. Los señores Evans parecieron completamente convencidos con la teoría de "la mejor universidad es el propio mundo" y la promesa de "al menos problema, estará de vuelta en su habitación". Por el contrario, los Collins no necesitaron más de cinco segundos para asentir alegremente e proporcionarle a su hija algo de dinero para empezar el viaje (a pesar de que ella se había negado repetidas veces).
Después de cuatro años habían vivido en casi toda América y gran parte de Europa, y trabajado en mil y un lugares. En Alemania consiguieron ser cocineras en el restaurante de un famoso chef, en Nueva York trabajaron como guionistas para una compañía de teatro que ganaría con aquella obra el salto a la fama, y en su breve paso por India pasaron a formar parte del equipo de producción de unas películas al estilo Bollybood. Entre bares, tiendas y oficinas pasaron buena parte de su estancia en diversos países, hasta que Coraline consiguió entre en el Cirque su Soleil como diseñadora de espectáculos, y Sam como su ayudante. Las fronteras parecían haber desaparecido para las jóvenes.
Pero, como solía pasarle a Coraline a menudo, la euforia de su nuevo entretenimiento se disipó en cuestión de semanas, dejándola de nuevo con aquella sensación de vacío interior que tanto odiaba. No es que no supiera por qué nunca terminaba de estar satisfecha con nada; a fin de cuentas lo que siempre había querido era ser la primera al mando de su propio proyecto, la cara de su firma. Había estudiado diseño de moda con la esperanza de formar su propia marca de ropa, y había pasado por el conservatorio (cosa que había hecho en secreto) para intentar ser cantante. Sin embargo, una carrera y tres instrumentos después no había sacado provecho de ninguna de aquellas experiencias, y todo por un motivo: tenía miedo. Era contradictorio querer ser reconocida por el mundo entero y tenerle miedo al mismo tiempo, pero, como ya he dicho antes, "normal" no es una palabra que encajara en la definición de Coraline Collins.
Envidiaba a Samantha y a su capacidad para relacionarse con el mundo y contentarse que cualquier nueva experiencia que le proporcionara la vida cuando ella ni siquiera se sentía completa después de haber hecho tantas cosas en un tan corto período de vida. Pensaba en esto mismo una noche de diciembre, en Praga, cuando Sam entró dando tumbos a la habitación de hotel que el circo les había pagado para su estancia durante el espectáculo. Estaba borracha como una cuba y llevaba los tacones en la mano, que repiqueteaban al chocar el uno contra el otro. La muchacha, al ver a su amiga sentada en un pequeño sillón, con la vista fija en las gotas que se escurrían por el cristal de la ventana mientras sostenía una humeante taza de té, se sentó en el suelo como buenamente pudo.
- Cuéntame, Cora. ¿Qué pasa esta vez?
Ella despegó los ojos del cristal y la miró, complicada. Samantha era prácticamente una hermana para ella, pero nunca le había contado qué quería hacer en realidad, ya que le resultaba vergonzoso por algún motivo. Y sabía, muy a su pesar, que iba siendo hora de confesar. Así que cogió aire profundamente y se desahogó con su mejor amiga, aún en el estado de esta. Por desgracia tendría que repetir la conversación al día siguiente, ya que Sam no recordaba nada.
- ¿Y por qué nunca has buscado algún trabajo que tenga algo que ver con la moda, o la música?
En realidad, Coraline jamás se había planteado la posibilidad de tal cosa. Durante los siguientes días se dedicó a navegar por Internet, buscando por alguna opción que cumpliera sus requisitos. Y por no faltar a la costumbre la elegida fue la que más sorprendería a su amiga.
La mañana que abandonaron Praga, todos sus compañeros del circo fueron a despedirlas al aeropuerto. Samantha no sabría a dónde se dirigían hasta que pisara suelo coreano muchas horas más tarde. Entusiasmo no era lo que sentía en aquel momento, pero supo al ver los ojos de Coraline que aquella palabra quedaba corta en su caso. Sus ojos castaños brillaban con el fulgor de una estrella fugaz, y la sonrisa que permanecía en sus labios parecía haber sido pintada con permanente. En ese mismo momento supo que aquel lugar sería especial.
Sin embargo, nada le decía a Coraline que allí sería donde conoceria a aquel chico que consiguió poner su mundo patas arriba, que la haría volverse loca y que conseguiría hacerla cambiar desde los más profundo de su ser. Podría seguir contando cómo sucedió todo, pero será mejor que sea ella misma quien lo explique todo...
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El Diario De Cora
RomancePodría decir que Coraline Collins era una chica normal, pero entonces estaría mintiendo. Coraline nunca había tenido una vida del todo normal, y siempre le había gustado soñar en grande. Demasiado diferente para relacionarse con mucha gente y muy...