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El sonido de la televisión se había perdido hacía tiempo, dejando que el ruido de la tormenta inundara la casa en todo su esplendor. La penumbra anterior había sido sustituida por la luz artificial de una pequeña lámpara junto al sofá. En la puerta seguía habiendo un pequeño charquito de agua, del cual partían algunas pisadas más. La tarrina de helado de la que había estado disfrutando durante la película seguía vacía y olvidada en un rincón. Y ahí, sentado a unos centímetros de mí, estaba Jungkook.

Una toalla le rodaba los hombros y otra le cubría el pelo, aunque él no hacía ningún esfuerzo por moverse. No había dicho ni una palabra, ni siquiera había hecho ademán de hablar. Simplemente se había dejado hacer, dejado guiar. En algún momento, después de pasar minutos observándole como si de una estatua humana se tratase, solté un suspiro exasperado y me levanté para quedar justo junto a él. Llevé las manos sobre la toalla que tenía en la cabeza y comencé a secarle el pelo con los  mismos movimientos rápidos que de pequeña usaba mi madre conmigo.

 - Al menos podrías intentar secarte. Vas a coger una pulmonía.

Él ni se inmutó. Si escuchó mis palabras, las había ignorado. Parecía que no estuviera allí realmente.

 - Espera aquí un momento. Voy a buscar una cosa.

Salí disparada hasta la habitación de Sam con una nueva idea en mente. Abrí el armario y allí estaba, tal como lo había imaginado. Desde los dieciocho años Sam guardaba una especie de colección de ropa de los novios que había tenido. Decía que no era por recordarlos, sino porque era bastante cómoda para andar por casa y hacer yoga. Cogí unos pantalones y una camiseta al azar, sin fijarme si quiera en la talla, y los llevé al cuarto de baño. Cuando regresé al salón comprobé (si ningún tipo de sorpresa) que Jungkook no había movido ni un músculo desde que me había ido. Suspiré de nuevo.

 - Ven conmigo -dije, tomándole de la mano con suavidad y tirando de él para que se levantara.

Por primera vez me miró. Parecía perdido, confuso. Como alguien que no sabe cómo ha llegado al punto donde se encuentra. Sin embargo no rechistó. Se puso en pie y dejó que le llevara hasta el cuarto de baño. Era de un tamaño bastante decente, enorme si se comparaba con el piso anterior. Junto a la bañera había un pequeño mueble auxiliar de madera, sobre el que se encontraba la ropa de los exs de Sam. Me distraje un segundo preguntándome si habría cogido los pantalones y la camiseta de la misma persona. 

Con toda la delicadeza del mundo, como si temiera que pudiera romperse, quité las toallas del cuerpo de Jungkook. Tuve que ponerme de puntillas para alcanzar bien a la de la cabeza. El pelo aún seguía mojado, pero ya no caían gotitas de agua de las puntas. Los mechones del flequillo, despuntados y rebeldes, le tapaban ligeramente los ojos. Un impulso de recorrerle todo el cabello con los dedos me asaltó repentinamente, pero me obligué a empujarlo al sitio de donde había salido y sonreír con la mayor naturalidad posible. Jungkook seguía mirándome sin decir nada.

 - Date una ducha para quitarte el frío del cuerpo. Ahí te he dejado algo de ropa para que te cambies. 

Él pestañeó, no apartó de mí la mirada ni un segundo, pero no contestó. Parecía extrañamente tranquilo, y yo estaba empezando a ponerme nerviosa de verdad. ¿Acaso pretendía que le desvistiera yo misma y lo metiera a la fuerza en la ducha? Sentía la sangre corriéndome a las mejillas tan solo de pensarlo, mis ojos abriéndose ligeramente con estupor. 

 - ¡Por Dios, Kookie! -exclamé, los nervios patentes en mi voz - ¡No pienso hacer el resto yo también! 

Entonces movió la comisura derecha del labio, tan sutil que posiblemente habría pasado desapercibido para otros ojos que no fueran los míos. No había conseguido que me contestara, pero sí llegar a ese sentido del humor tan extraño suyo donde todo lo que me hiciera sonrojarme a él le parecía divertido. Di media vuelta sobre mis talones y cerré la puerta a mis espaldas, justo cuando empezaba a escucharse movimiento al otro lado. Incluso desde el pasillo pude oír el sonido de la ropa mojada contra el suelo, los pasos húmedos sobre las baldosas, los rieles de la mampara corriéndose a un lado, y finalmente el agua cayendo desde la ducha. Tragué saliva ante la imagen que se había formado en mi cabeza y salí disparada a por una fregona para limpiar el desastre de la entrada, más por obligarme a distraerme que porque quisiera arreglar el desastre. 

El Diario De CoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora