Lo primero que vi al abrir los ojos fue la luz del amanecer, clareando ligeramente el cielo que había empezado a nublarse en algún punto de la noche. Lo siguiente fue el mar. Circulábamos por una carretera que corría al lado de un acantilado, un camino estrecho y que parecía no haber sido recorrido en un buen tiempo por nada que no caminara sobre cuatro patas. El asfalto estaba viejo, gastado y maltratado por las olas que muy probablemente lo hubieran golpeado cuando el tiempo estaba tan agitado como para alcanzar la altura de la carretera. A la derecha, un mar embravecido comenzaba a moverse con algo de violencia, perdiéndose en el horizonte, junto con una masa de nubes oscuras que parecían acercarse poco a poco, movidas por un viento no demasiado gentil. A la derecha, sin embargo, se levantaba una espesa arboleda de altas copas, que mecían sus ramas de aquella forma que parecía estar saludándonos.
Jungkook bostezaba entonces, apretando con fuerza el volante, como para recordarse que no podía perder el control del mismo. Mis ojos, aún algo pesados por el sueño, escudriñaron la pantalla del gps. La línea azul que indicaba el trayecto que habíamos recorrido estaba a punto de encontrarse con el punto rojo que era nuestro destino.
- Ya queda poco, ya queda poco... -susurraba él, una especie de mantra para mantenerse despierto.
El coche tembló un poco al pasar sobre uno de los tantos trozos de gravilla suelta que dificultaba el camino, haciendo que Jungkook se sobresaltara para suspirar al instante.
- ¿Estás muy cansado? -pregunté mientras me estiraba.
- Pensaba que estabas dormida -dijo él mientras negaba con la cabeza.
- Acabo de despertarme.
Frotándome los ojos volví a estirarme, bostezando a la vez. Bajé la ventanilla, dejando que el olor a mar se expandiera por el coche. Hacía frío, más del que recordaba el día anterior en Seúl, y la humedad tampoco ayudaba demasiado.
- Se avecina tormenta -comenté mientras sacaba el brazo por la ventanilla, contando el aire con la mano.
Jungkook asintió con una sonrisa que casi no pude ver curvándole los labios. Antes de que pudiera decir ni una sola palabra más la carretera llegó a su fin. Terminaba en una pequeña explanada no demasiado grande. En el centro de la misma había una pequeña casita, extrañamente familiar, que parecía aún más vieja y abandonada que la carretera. En sus buenos tiempos debía haber sido la casa de algún pescador que no se llevara demasiado bien con la gente del pueblo, o al menos eso supuse por la distancia a la que se encontraba del resto de viviendas. Lo suficientemente lejos para no ser molestado, y lo suficientemente cerca para poder disponer de cualquier servicio.
Dentro, la casa no presentaba ningún aspecto mejor. Los pocos muebles que quedaban estaban cubiertos por capas de polvo, algunos protegidos por sábanas que hacía tiempo habían dejado de ser blancas. Las tablas de madera del suelo se habían abombado en algunos sitios, abriéndose o formando ondulaciones en la superficie. Las paredes aún conservaban las marcas de cuadros que debían haber estado colgados ahí en su momento, como un recuerdo de que aquel lugar ahora abandonado fue antes el hogar de alguien.
El salón, el cuarto de baño... todas las estancias dejaban claro que nadie había pasado por ahí en muchos años. Todas salvo una. Tras unos paneles de madera y papel no tan destrozados se encontraba lo que antaño fue el dormitorio principal. No tenía mucho más que un pequeño armario de madera y una mesa pegada a la pared, y aunque todo estaba cubierto de polvo, se notaba que había sido usa más recientemente que el resto de la casa. Las tablas del suelo parecían en mucho mejor estado que las del salón, las paredes menos desconchadas. Pero no fue hasta abrir el armario que comprendí por qué me resultaba tan familiar la casa.
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El Diario De Cora
RomancePodría decir que Coraline Collins era una chica normal, pero entonces estaría mintiendo. Coraline nunca había tenido una vida del todo normal, y siempre le había gustado soñar en grande. Demasiado diferente para relacionarse con mucha gente y muy...