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Miraba la pantalla del móvil una y otra vez. No podía despegar los ojos del número de tía Yuuko, mi mente dándole mil vueltas a si debía o no llamarla. El corazón se me encogía en el pecho hasta que resultaba doloroso solo pensar en ella, en cómo había desaparecido en la lejanía de la carretera, en cuáles habían sido sus últimas palabras antes de irse. Y, de nuevo, como llevaba haciendo durante casi una hora entera, suspiré, decidiendo que no debía hacerlo. 

Una mano en mi hombro me hizo volver a la realidad, a la pequeña habitación de motel donde estábamos. Sam me miraba desde atrás con ojos preocupados y llorosos. No había dejado de hacerlo, en realidad, desde que había entrado en su habitación hacía ya un rato, dejando a los chicos un momento para ponerse al día.

 - ¿Estás bien? -preguntó ella.

No, no lo estaba. Ni ella tampoco. Las dos lo sabíamos, y aún así asentí, fingiendo una sonrisa que ella copió después. Como si todo fuera normal. 

 - Me da escalofríos estar aquí, quietos -dijo Sam, su mirada desplazándose hasta la ventana.

 - A mí también -admití.

 - Hemos visto demasiadas películas de este estilo -sonrió con acritud -. Los malos siempre encuentran a los protas cuando parecen estar tranquilos.

Un repiqueteo contra la madera de la puerta nos hizo saltar en el sitio, el estómago encogido hasta que reconocí la voz de Tae al otro lado. Los dos muchachos entraron a la habitación tan pronto como abrimos, bolsas en mano. Jungkook se quedó pegado a la puerta, bloqueándola, mientras Tae corría hacia la ventana, como si estuviera buscando algo en el aparcamiento.

 - Nos vamos -dijo Tae sin mirarnos.

 - ¿A dónde? ¿Ha pasado algo? -pregunté, nerviosa.

Tae se volvió para mirarme justo en el momento en que llegaba a mis oídos un sonido desde el otro lado de la ventana. Las ruedas de un coche sobre la gravilla del aparcamiento, la puerta de un coche al abrirse, el motor apagándose. Mis ojos volaron hasta fuente del sonido, abriéndose como platos al descubrir un coche negro donde antes no había ninguno, dos hombres completamente desconocidos saliendo de él. 

 - Tengo un plan -dijo Tae, ignorando la pregunta anterior y ganándose la atención de todos los presentes -. Tenemos que dividirnos. Jungkook, Cora, vosotros dos os iréis en mi coche. Hay una dirección escrita en el gps. Nos encontraremos ahí.

 - Un momento -exclamé, nerviosa -. ¿Qué pasa con vosotros? ¿Cómo vais a salir de aquí?

 - No han cerrado el coche -contestó él, sin necesidad de dar muchas más explicaciones -. No pueden vernos irnos en la misma dirección, o sabrán a dónde vamos. Yo me llevaré a Sam a un lugar seguro y luego me encontraré con vosotros.

 - Yo no me voy a ningún lado -exclamó Sam, hablando por primera vez.

Tae se giró para mirarla, sus labios apretados en una fina línea. Estaba segura de que aquello habría sido una de esas discusiones sin final, de no ser porque todos sabíamos que los dos desconocidos no tardarían demasiado en encontrar nuestras habitaciones. Antes de que ninguno contestara, Jungkook se aproximó a la ventana, buscando algo con la mirada.

 - Al final del pasillo hay un balcón con una salida de incendios -explicó antes de salir corriendo.

Todo sucedió tan rápido como un suspiro. Los cuatro salimos de la habitación y prácticamente nos abalanzamos contra la salida de emergencia. Las escaleras, que no debían haberse usado en años, hicieron un ruido horrible al deslizarse hacia abajo, algo así como metal oxidado y gato agonizando.

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