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Una bolsa con un par de mudas de ropa, un cuchillo, un monedero, el cargador del móvil y mis fieles tenacillas del pelo. Fue todo lo que tuve tiempo de meter en la primera bolsa que encontré antes de que tía Yuuko comenzara a sacarnos prácticamente a rastras del apartamento. Jungkook no se había separado de mí en ningún momento, y Sam no había dicho una palabra. Todos salimos en silencio y nos colamos dentro del que supuse sería el coche de tía Yuuko. Cuando le eché la última mirada al salón, antes de irnos, no había ni rastro de los intrusos. En el asiento de atrás todos intercambiamos varias miradas que gritaban confusión y miedo, pero ninguno dijo nada. No, al menos, hasta que algo comenzó a vibrar en mi bolsillo. Tae.

 - ¡Cora! -exclamó, su voz llena de pánico - ¡¿Dónde demonios estás?! ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué ha pasado?! 

 - Tae, tranquilo.

Por el rabillo del ojo pude ver cómo Jungkook fruncía el ceño al escuchar el nombre de su amigo, pero traté de ignorarlo mientras intentaba calmar a un Tae histérico. 

 - ¿Dónde estás, Coraline? -dijo, su voz casi un gruñido.

Antes de que pudiera contestar una mano me arrancó el teléfono. Abrí los ojos con sorpresa al darme cuanta de que había sido tía Yuuko, que en algún momento había parado en un semáforo en rojo.

 - Están conmigo. Si, todos. Si, todos.

Cuando volvió a darme el teléfono, la llamada se había colgado. Vi los ojos de la mujer sobre los míos a través del retrovisor, y por un momento volví a sentir que era ella, la tía Yuuko, la mujer a la que llevaba conociendo desde pequeña y que siempre me había cuidado casi como a su propia hija. No vi a una extraña, no a una mujer capaz de dejar inconsciente a un hombre con un bate sin pestañear. 



Habíamos pasado cerca de dos horas en el coche, dejando bien atrás la enorme Seúl. La noche había cubierto con su manto de oscuridad el cielo, pero las estrellas, claramente visibles, lo iluminaban con su brillo. En algún punto del trayecto Sam se había dormido, su cabeza apoyada en mi hombro. Jungkook no me había soltado la mano, pero había algo en él que me mantenía inquieta. Quizás era la forma en que parecía tensarse cada vez que me movía lo más mínimo a su lado, o cómo su mirada había permanecido casi todo el rato fija en el cristal de la ventana. Me permití a mí misma un instante para perderme en él, en el pensamiento de su sola existencia, y de cómo de diferentes serían las cosas si no le hubiera conocido. Incluso con todo lo que estaba pasando, el simple hecho de imaginarlo me daba escalofríos. 

El coche se paró de golpe, haciendo que Jungkook y yo nos sorprendiéramos. En algún momento habíamos llegado a un motel de carretera, y tía Yuuko había aparcado justo al lado de la puerta. 

 - Bajad -ordenó ella.

Ninguno de los tres, ni siquiera la recién despertada Sam, dijimos una sola palabra. Cogimos el par de bolsas que llevábamos y salimos para ser recibidos por el frío aire nocturno. Cuando Jungkook vio cómo temblaba, abrazándome ligeramente a mí misma, me rodeó con un brazo. Su calor corporal parecía entrar en mi cuerpo con el simple hecho de tenerle cerca. Sabía que mis mejillas se habían sonrojado, y la vergüenza me impedía mirarle a la cara. 

Tía Yuuko se acercó hasta nosotros, rodeándo el coche, sacándome de pronto de mis pensamientos. Miró a Jungkook a los ojos, seria como jamás la había visto. 

 - ¿Sabes disparar? -preguntó.

Las palabras parecieron sorprender tanto a Jungkook como a mí. Asintió lentamente con la cabeza, su cuerpo repentinamente rígido.

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