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Dos días después de la conversación con Kai aún no había conseguido ni un minuto a solas para hablar con Sam. Necesitaba hacerlo con urgencia, pero cuando por fin encontraba un rato libre, ella estaba trabajando. Me sentía hecha un completo lío con patas, pues mi cabeza y mi corazón no se ponían demasiado de acuerdo en aquello de dejar que mis sentimientos por Jungkook se pasaran sin más. Cada vez que le veía, que hablábamos a solas o que me dedicaba una de sus encantadoras sonrisas, sentía que me derretía por dentro y por fuera. Y para colmo de los colmos era incapaz de ignorar las miradas socarronas de Kai y Chris, que no paraban de cuchichear entre sí cuando nos veían juntos. 

Había pasado casi una semana desde la llegada a Japón, y comenzaba a tener serias dudas de si podría salir de allí con mi salud mental intacta. Necesitaba urgentemente hablar con alguien, y Kai no me servía para mis propósitos. Estaba a punto de sucumbir a la tentación de llamar a mi madre y desahogarme con ella cuando un ángel cayó del cielo para mí. Aunque en realidad no era un ángel caído del cielo, sino un de los empleados del resort entrando por la puerta de la sala de ensayo. Se acercó a Cho e intercambió una palabras rápidas antes de que este me llamara la atención y me pidiera que siguiera al muchacho. 

Cuando llegamos a la recepción del edificio principal sentí que el corazón me saltaba de alegría en el pecho. Ahí plantada, como si los años no hubieran pasado para ella, estaba la tía Yuko. Me abalancé sobre ella antes de que pudiera si quiera reconocerme.

 - ¡Pero niña, mírate, si estás enorme! -exclamó ella, con una sonrisa que hacía que sus ojos desaparecieran de su rostro - Casi no te conozco. Eres toda una mujer.

 - Ha pasado mucho tiempo ya, tía -sonreí.

La mujer me apretó las mejillas con cariño, como solía hacer cuando era pequeña. Por primera vez en seis días conseguí relajarme un poco.





El restaurante al que tía Yuko me había llevado no estaba demasiado lejos del resort, cosa más que conveniente para mí. Cho me había dado permiso para irme un rato, pero no quería tardar demasiado porque sabía que le gustaba tenerme cerca en todo momento, con los chicos. Un camarero dispuso delante de nosotros varias barcas del mejor sushi que había visto en mi vida, haciendo una reverencia antes de marcharse. 

 - Bueno -dijo ella, cogiendo con tranquilidad sus palillos -, cuéntame lo de ese chico.

Aún no había empezado a comer y ya me estaba atragantando. Miré a Yuko con incredulidad.

 - ¿Qué chico? 

 - Coraline, querida, he vivido lo suficiente como para reconocer el aspecto de una joven enamorada. Háblame de él. 

Por un momento me planteé la posibilidad de guardármelo todo y esperar a poder contarle a Sam mis penas. Pero Yuko me miraba con la ternura que siempre había tenido, y yo no podía controlarme demasiado. Llevaba algunos días más sentimental de la cuenta, y comencé a contárselo todo. Cómo nos habíamos conocido, cómo había descubierto lo que sentía, la decisión que había tomado y cada ínfimo y minúsculo detalle que Sam habría exigido escuchar de estar en su lugar. 

 - Parece un gran chico -se limitó a responder.

 - Ese es el problema, tía Yuko. No consigo sacármelo de la cabeza- dije, ocultando la cara entre mis manos. 

 - Mi querida niña -alargó la mano para toma las mías entre las suyas -, no te aflijas así. Yo ya estoy vieja, he vivido bastante más que tú y te diré algo: los corazones son indomables. Solo se puede olvidar un amor cuando este no es un amor.

 - No lo entiendo.

 - Si eres capaz de controlar los sentimientos de amor es porque, desde un principio, no lo eran. El amor viene y va y no se controla. Cuando quieres a una persona, pero aún no es tan profundo como el amor, puedes incluso olvidar esos sentimientos a conciencia. Cuando el amor ya se ha asentado, no puedes huir de él.

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