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Como cabría esperar, lo primero que pasó por mi cabeza en cuanto abrí los ojos al día siguiente era la tremenda sensación de vergüenza por el asunto del corpiño de la noche anterior. ¿En qué había estado pensando? Como ya había dicho, ir en ropa interior delante de alguien con quien tuviera un mínimo de confianza nunca había sido un problema para mí (a fin de cuentas si que era como llevar un bañador, o al menos eso pensaba). Pero delante de Jungkook era otro asunto. Delante de él me sentía tan pequeña y ridícula, tan insegura de mí misma... Así que, cuando alcé la mirada para ver a un Jungkook completamente dormido, di gracias a los cielos porque me permitieran tener un momento de tranquilidad y reflexión. Salí de la cama sin hacer el menor ruido, embutiéndome en lo primero que se cruzó en mi camino, y abandoné el cuarto antes de poder despertar a Jungkook.

Para mi sorpresa sí que recordaba el camino que habíamos tomado hasta la habitación. Deshice mis pasos, bajando por las escaleras ligeramente curvadas hasta llegar al espacio central de la casa, que conectaba con el salón donde se había celebrado el baile, un despacho justo detrás de las escaleras, y un par de puertas más cuya función desconocía. De una de ellas salía un agradable aroma a tortitas recién hechas y zumo de naranja, y llevada por los rugidos amenazadores de mi estómago vacío dejé que mis pies me llevaran hasta lo que descubrí que era la cocina. Una mujer a la que no reconocí estaba haciendo tortitas, un plato entero lleno de la sabrosa masa dulce y humeante. Mi olfato no me había fallado.

 - Buenos días, señorita -dijo la mujer en cuanto notó mi presencia, y al verla de frente me di cuenta de que no era tan joven como había pensado en un primer momento -. ¿Qué le apetece para desayunar?

Estaba segura de que había encogido la nariz con cierto disgusto ante el apelativo, pero la mujer pareció no notarlo. Negué con la cabeza, sonriendo todo lo cordialmente que mi estado de recién levantada me permitía.

 - No hace falta, puedo preparámelo yo sola.

En resumidas cuentas, lo que sucedió después fue una extensa discusión sobre que era su trabajo y que ella no trabajaba para mí, que acabó desembocando en una extraña forma de conocer a Sohee, empleada de la familia Dan desde hacía diecisiete años. Finalmente ambas preparamos el desayuno juntas mientras me contaba alguna que otra anécdota. Resultaba que el enorme plato de tortitas era algo así como una señal de bienvenida para Jungkook, que le había expresado a Sohee su amor hacia dicho plato con la tierna edad de seis años.

 - Puedo imaginármelo con los mofletes hinchados, comiéndose un plato entero él solo -comenté con una risita.

 - Un plato se le quedaba corto -suspiró la mujer -. Cuando era pequeño solía comer más incluso que ahora.

Aquello me hizo soltar una carcajada, pues quien hubiera visto comer a Jungkook sabía que resultaba más que exagerada la cantidad para un niño de seis años. Sohee, sonriendo con la calidez de una madre que habla de su hijo, me pasó un bol lleno de fruta. Mientras la cortaba no pude apartar la imagen del pequeño Kookie, completamente entusiasmado con sus tortitas, y no pude evitar hacerme un par de preguntas.

 - ¿Cómo solía comerlas? -pregunté.

Sohee me lanzó una mirada entre confusa y divertida, y entonces caí en la cuenta de que acababa de cometer un error. Si era la prometida de Jungkook, y podía apostar cualquier cosa a que para aquellas alturas ya estaba al tanto dentro de la casa hasta el limpiapiscinas, ya debía de saber aquellos detalles.

 - Quiero decir, Kookie nunca me habla de su infancia y esas cosas -me encogí de hombros, dedicando toda mi atención a contar las fresas en pequeños cuadraditos.

 - "Kookie" -repitió ella, con tanto cariño en la voz que me hizo volverme a mirarla -, hacía tiempo que no escuchaba ese apodo.

 - ¿No lo llaman así su madre o su hermana?

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