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Los días en Japón habían comenzado a pasar más rápido de lo que me imaginaba. Después de la primera semana el ritmo fue más frenético aún si cabía. Todo se resumía en trabajo, trabajo y más trabajo. Lo peor fue cuando empezaron los ensayos generales, que eran algo así como el propio concierto en bucle. Las actuaciones se repetían en directo una y otra vez hasta que Cho y Kim quedaban contentos. Minho, sin embargo, siempre podía sacar a relucir algún fallo minúsculo que solo él había notado. 

Yo andaba todo el día de un lado para otro, más preocupada por los chicos que los propios miembros del staff. Había cogido tantas confianzas con la máquina expendedora donde sacaba las botellas de agua que de vez en cuando me ponía a hablar con ella de lo dura que estaba siendo la jornada. Mi trabajo como estilista no entraría en juego hasta el día del concierto, cuando tendría que coordinar a todo el equipo de maquillaje y peluquería y echarles una mano para cumplir los tiempos tan ajustados que Minho nos había dejado. Sin embargo, y aunque apenas tuviera tiempo al día para pensar en nada, no podía dejar de preocuparme por tres personas. 

La primera era Sam, que volvía a esquivar mis llamadas. De vez en cuando me mandaba un mensaje con un "lo siento, estoy super ocupada" o un "te llamo en un rato". Nunca lo hacía. La segunda persona era Kai. No habíamos vuelto a tocar el tema de su ex-novio, y aparentaba estar bien. Pero de vez en cuando le pillaba por el rabillo del ojo mirando su móvil con ese brillo melancólico y triste que ya había visto una vez en mi mejor amiga. Intentar hablar con él era inútil igualmente, ya que ninguno teníamos tiempo antes de ir a dormir. Y por último, Jungkook. Había estado más apagado desde que discutió con su madre por teléfono. Nunca me decía nada, ni se acercaba a mí más de lo normal durante los ensayos. Pero por las noches siempre se colaba en mi cama para que le ayudara a dormir. Yo no lo rechazaba, me encantaba que lo hiciera, a pesar de que sabía que me estaba acostumbrando y que eso no era buena señal. 

Aquella noche llegamos al bungalow más cansados de lo normal. Ya no habían reuniones para beber cerveza después de cenar. Solo unos pocos privilegiados seguían tan enteros como para permitirse pasar fuera de la cama más tiempo que los demás. Los chicos y yo nos habíamos arrastrado hasta nuestra cabaña, quejándonos por el camino de lo duro que había sido el señor Kim aquel día. Comenzaron entonces las habituales discusiones sobre quién se daría una ducha primero y quién el último. Junkook me miraba de reojo, preocupado. Sabía lo que estaba pensando incluso a dos metros de distancia y de espaldas a él.

 - Yo me ducharé la última  - "como siempre" -. Soy la que menos cansada está. 

 - ¿Estás segura, Cora? -Tae echó un brazo sobre mis hombros y me miró con la cabeza torcida - Siempre te quedas la última. 

  - Segurísima -le sonreí sin pudo.

Tae sonrió satisfecho y, sin previo aviso, se coló dentro del baño y echó el pestillo. Las quejas de sus compañeros podrían haberse oído desde Corea. Con paso cansado me acerqué hasta la cama y me dejé caer de espaldas. Había pasado tanto tiempo mirando las vetas de la madera del techo que podría perfectamente dibujarla con la minuciosidad de un pintor del gótico flamenco. El movimiento del colchón al hundirse a mi lado me sacó de mis pensamientos. No me hizo falta girarme para saber de quién se trataba.

 - ¿Qué haces? -preguntó Jungkook con tono inocente y despreocupado.

 - Mirar el techo.

 - Gracias por la información. Eres como un libro abierto -rió.

 - Entonces ya somos dos -dije con cierto sarcasmo.

No es que estuviera enfadada con él ni nada por el estilo, pero comenzaba a molestarme un poco que no quisiera soltar prenda de qué era lo que le preocupaba. Él me miró con sus ojos de cachorrito grandes y brillantes, y yo le devolví la mirada tratando de parecer tan calmada como fuera posible. Estábamos más cerca de lo que había imaginado. Ni por asomo estábamos tan cerca como por las noches, cuando nos convertíamos en un extraño y cómodo lío de extremidades y el espacio entre nosotros desaparecía por completo. Pero nunca estábamos a la misma altura, y nunca podía mirarle a los ojos tan de cerca. Tenía las pestañas más largas y espesas de lo que parecía, y un pequeño lunar bajo el labio que se empeñaba en tapar con maquillaje. Sonreí involuntariamente.

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