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Lo primero que sentí fue la ola de calor. Sentía como si me hubieran metido en una sauna. Después vino el movimiento. Alguien estaba a mi lado, su cuerpo dando pequeñas sacudidas inquietas. Por último, el sonido. Palabras ahogadas en la garganta. Abrí poco a poco los ojos mientras mi cerebro me recompensaba con un dolor de cabeza abominable. Entonces descubrí que era Jungkook. Tardé en reaccionar un instante, hasta que logré recordar por qué estaba él en mi cama. Sin embargo, y aunque en otras circunstancias, me habría horrorizado, muerto de vergüenza y escondido en el baño para el resto del siglo, no tuve tiempo de pensar en otra cosa que no fuera él. 

Parecía estar sufriendo, con el ceño fruncido, los ojos apretados y la mandíbula tensa. Su pecho bajaba y subía casi con violencia, y su piel había comenzado a perlarse por el sudor. Estaba teniendo una pesadilla, una de las grandes. Me asusté tanto que, por instinto, empecé a zarandearle de los hombros, tratando de despertarle.

 - Kookie -llamé, con el hilo del voz que el sueño me había dejado -, Jungkook, despierta. 

Él abrió los ojos de pronto y contuvo la respiración. Miró a todos lados antes de reparar en mí. 

 - ¿Cora? -pronunció mi nombre con cuidado, como si no quisiera que este se desgastara.

Su mirada no terminaba de enfocar, pero al verme asentir con lentitud se relajó. Soltó el aire que había retenido en sus pulmones de golpe y sonrió. La sonrisa más dulce que había visto jamás. Me abrazó tan fuerte que por un momento temí que me rompiera alguna costilla, y yo no pude evitar devolverle la sonrisa, aunque fuera contra su pecho.

 - Estabas teniendo una pesadilla -dije, sin preocuparme demasiado por si despertaba a alguien al hablar o no.

 - Cora -volvió a susurrar, soltando tanto aire como le fue posible al decir mi nombre.

 - ¿Estás bien? -pregunté.

Traté de separarme de él lo suficiente para poder mirarle a los ojos. El intento fue un completo fracaso. Al ver que me movía Jungkook me sujetó más fuerte si cabía.

 - No te vayas.

 - No me voy a ir -contesté.

 - Estás aquí, ¿verdad?

Su voz sonó preocupada, casi rota. El corazón se me encogió dentro del pecho casi hasta alcanzar el tamaño de un grano de pimienta, o al menos así lo sentí yo. Me di cuenta entonces de que sus manos temblaban de una forma casi imperceptible, y que su respiración había vuelto a alterarse ligeramente.

 - Estoy aquí -dije, pasando un brazo por su cintura para rodearle y acariciarle la espalda -. No me voy a ir.

 - No lo hagas -contestó, su voz ligeramente apagada.

 - ¿Pasa algo?

 - No quiero estar solo.

Fue todo lo que me contestó. Yo no supe qué hacer. Por un lado quería quedarme así por tanto tiempo como fuera posible, pero a otra parte de mí le urgía mirarle a la cara, saber qué expresión estaba poniendo, tocarle la frente por si tenía fiebre, cualquier cosa. Sin embargo no pude moverme, menos aún cuando Jungkook pasó una pierna por encima de las mías y me retuvo por completo. Estuve despierta, acariciándole la espalda como hacía mi madre conmigo cuando era pequeña, hasta que noté que se había dormido. Solo entonces mis ojos comenzaron a cerrarse poco a poco.




Luz. Había luz en algún sitio. ¿Ya había amanecido? Apreté los párpados con fuerza y me acurruqué un poco más contra mi compañero de sueño. Y tan pronto como me di cuenta de lo que estaba haciendo, me obligué a abrirlos. La escena apareció en mi mente como aquellas de las películas en que los protagonistas se despiertan a la vez, abriendo lentamente los ojos y compartiendo una mirada entre de asombro y felicidad. Aunque en mi caso fuera también de vergüenza, estupor y una pizca de pánico. Y la cosa empeoró al levantar la vista y mirar a nuestro alrededor. 

El Diario De CoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora