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- ¿Está todo? 

 - ¡Si, mi capitán! 

 - ¿Estás segura? -volvió a preguntar, alzando una ceja.

 - Eh... si, mi capitán -titubeé.

 - ¿Ah, si? ¿Y eso qué es? 

El dedo de Sam señalaba algún punto en el salón. Para cuando conseguí fijarme en qué era a lo que se refería, ella ya se había dado cuenta de que, definitivamente, me había olvidado por completo de ello. Ni más ni menos que mi puñetero móvil. Salí disparada a por él y volví a su lado con una sonrisa que pedía disculpas. Ella resopló, resignada, y salió por la puerta agenda en mano. Sam tenía una táctica infalible para las mudanzas. Organizaba las cajas por postits de colores para saber qué cajas pertenecían a qué estancia, cuales era frágiles, cuales eran sus cosas o cuales las mías... y llevaba cuenta de todo ello en una lista que anotaba en su agenda. Siempre pasaba lista antes de que el camión de la mudanza partiera, asegurándose de no dejarse nada y de que cada cosa fuera en su sitio. Solía reírme de ella por esa manía de organizar hasta el peinado del conductor si fuera necesario, pero la realidad es que era increíblemente útil. Resultaba gracioso pensar que, pese a ello, en su vida diaria fuera un completo desastre, capaz de perder cualquier cosa que tocara. Claro que tampoco podía quejarme mucho de eso, puesto que yo no era lo que se dice "organizada".

 - Todo en orden -dijo ella, dándole el último visto bueno a las cajas y haciéndole una señal al conductor para que se pusiera en marcha.

El hombre, que parecía cansado de tanto esperar, soltó un par de improperios y salió de allí como alma que lleva el diablo, lo que solo sirvió para preocupar a Sam por el futuro de nuestra única vajilla. Por suerte nuestro taxista parecía tener menos prisa y mucho más aprecio por su vida. Fue un paseo largo y tranquilo en el que el buen hombre tuvo tiempo de contarnos con todo lujo de detalles que su hijo acababa de terminar la carrera de medicina y que ahora estaba haciendo las practicas en uno de los hospitales más importantes de Seúl, pero que aquello había acabado con su relación de pareja. 

 - La presión de las universidades puede ser tremenda... -comentó Sam, empática. 

 - Cierto. Pero ahora podrá tener un futuro brillante, y estoy seguro de que conseguirá a una buena novia también -decía el hombre sin apartar la vista de la carretera -. ¿Y vosotras estáis de turismo o...?

 - Oh, no, no -negó alegremente -. Mi amiga trabaja aquí, y yo lo estoy intentando.

El coche se detuvo con gentileza frente a la puerta de un bloque de apartamentos de aspecto ligeramente lujoso, un edificio relativamente nuevo. Unos metros delante de nosotros se encontraba el camión de la mudanza casi vacío. Definitivamente el conductor se debía haber dado mucha prisa. 

 - Permíteme el atrevimiento, pero, ¿de qué estás buscando trabajo? -dijo el taxista, dándose la vuelta en el asiento para poder mirar a Sam.

 - Cualquier cosa me vale. He hecho de todo -contestó ella con alegría.

Al hombre pareció habérsele iluminado la cara por completo. Rebuscó rápidamente en la guantera y le tendió a Sam un papelito. 

 - Mi esposa y mi hijo menor trabajan aquí. Es un restaurante pequeño, pero mucha gente va allí a comer y están cortos de personal. Si no te importa atender las mesas, estarán encantados de contratar a una joven tan simpática como tú.

 - ¿De verdad? -exclamó Sam con la voz más aguda de lo normal. 

Así fue como Sam, nada más y nada menos, consiguió su primer empleo en Corea. Se pasó cerca de diez minutos agradeciéndole al hombre su amabilidad antes de dejarle marchar. Los empleados de la mudanza tampoco tardaron en abandonar el lugar, no sin antes esperar las pertinentes revisiones de mi desconfiada amiga. 

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