1. El principio del fin

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Iba a caerse. A desmoronarse. Le temblaban las piernas y sentía un irremediable dolor por todo el cuerpo. O no, porque estaba completamente fuera de sí y ya no sabía que sensaciones eran simplemente físicas y cuales le pertenecían por entero a su mente. Se apoyó en una pared terriblemente fría y notó como el móvil comenzaba a vibrar otra vez, lo llevaba el bolsillo, era una suerte, de otro modo no lo habría oído y eso siempre conllevaba algo malo. Se lo llevó cerca del rostro para intentar ver el número de teléfono y lo logró, o más bien, reconoció la silueta de la foto de contacto, en esos momentos su vista tampoco era buena. Nada funcionaba como debería en él.

—Hola — susurró en un tono lo más tranquilo posible. Apoyó la espalda entera en la pared y notó un alivio tremendo ante el frío tacto en su piel desnuda. Era un contraste enorme, y al muchacho le hizo sentir muchísimo más estable.

—¿Dónde demonios te has metido? — la voz al otro lado era dura y sonaba enfadada, el chico no respondió de inmediato así que la otra persona siguió hablando —, si eso te ha dolido no te imaginas la que te espera como no vuelvas ya. Ahora mismo.

Andrew, el chico que permanecía apoyado en la pared, notó las lágrimas caer por sus mejillas y mientras le temblaban las manos asintió sin saber que el del otro lado no iba poder verlo, o más bien sin pensarlo, él no era idiota, tan solo tenía la cabeza en otra parte.

—Solo fui a tomar aire y fumar, ahora entro de nuevo. Estoy al dar la esquina.

A su novio le gustaba jugar duro, y no era de los que esperaban a que el otro diera su consentimiento. Andrew había empezado a salir con él por cosas que no vienen al caso y ahora se veía inmerso en un mundo del que no sabía salir. Rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar la cartera y de ahí sacó una bolsita negra llena de pastillas. Cogió una y se la puso bajo la lengua, volvió a guardarla y se puso a fumar para hacer creíble la historia. Debía entrar oliendo a tabaco, y si no temblaba, aún mejor. Su parte en todo aquello solía ser la de chico encantadoramente interesado en todo lo que ellos quisiera que se interesara.

Andrew miraba a la nada mientras pensaba en todo esto, en que desearía estar en casa con Marshall. Nunca lo habría imaginado, pero a eso le empezaba a coger el gusto. Poco a poco disfrutaba más de los tratos de su pareja, de esa bonita, elegante y mullida habitación roja que usaban para indagar y experimentar según los gustos de Marshall (su novio). Pero ese día no estaban allí, y eso le estaba causando muchas dudas. Ese día habían ido a un pub clandestino, y Marsh, junto a otros idiotas similares a él, competían a ver quien meaba más lejos, o dicho de otro modo, a ver cuál de ellos sabía hacerselo pasar mejor a Andrew.

Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios al pensar en eso. Los únicos que disfrutaban ahí eran ellos. Estaba seguro de que en lo que llevaban de noche ya le habían dejado varias marcas feas y algo le dolía terriblemente en la espalda, pero gracias a lo que había fumado (algo muchísimo más fuerte que un cigarrillo) antes de dejarse hacer nada no lograba diferenciar ni quien ni qué le habían hecho. Y ahora con esa pastilla pasaría el resto de la noche. Si era poco, le pediría a su novio un poco de cristal. Sabía que llevaba, pero él decía que sin drogas lo pasaba mejor. Panda de sádicos, ni tan siquiera querían dejarle la posibilidad de obviar el dolor y meterse en su propia mente.

—¿Sabes que el exhibicionismo está penado por ley? — una voz le distrajo de sus pensamientos, una voz divertida que provenía de un muchacho que lo miraba curioso. Claro que llamaba la atención, llevaba todo el torso al descubierto y los pantalones de cuero que llevaba apenas cubría su pelvis, dejando ver parte del vello que empezaba a nacer en la zona más alta y sus muy marcados huesos con esa sugerente forma flecha hacía abajo. Andrew suponía que ese chico lo había tomado por un prostituto. No quedaba muy lejos de lo que estaba haciendo, con la diferencia de que él no sacaba beneficio económico alguno.

—Será mejor que no me jodas. No tengo noche para bromas.

El rubio, Andrew, se dio la vuelta y quedó de costado en la pared, aún terminando su cigarrillo, sin pensar que al hacer eso todas las heridas de su espalda iban a quedar al descubierto. En realidad le daba igual, esa pastilla empezaba a hacerle sentir bien, ayudarle a olvidar cosas que normalmente no pasaría por alto.

—Oye ¿estás bien? Con esa herida ahí no deberías apoyarte en la pared sucia — el muchacho caminó un poco hacía él, pero se quedó muy quieto al ver una figura asomar por el borde del callejón, con mirada de querer asesinar a alguien.

—Andrew, te dije que entraras ya.

Los tres quedaron en silencio mientras la mirada del desconocido y la de Marshall se cruzaron. El único que hizo algo fue Drew, que con un gesto de hastío se incorporó y se sacudió un poco el cabello. Metió el móvil en el bolsillo demasiado estrecho y no notó que al hacerlo la cartera cayó del mismo. Ya no tenía la cabeza para pensar en cosas así, en obviedades como esa. Solo quería que la noche terminara y poder ir a dormir. Eso y terminar el puto cigarrillo, cosa que, al parecer, no iba a pasar.

—Ni un jodido cigarro eh — dijo con más atrevimiento del que sentía con Marshall normalmente. La droga le daba el valor que usualmente no tenía —, vamos, no quiero hacer enfadar a tus amigos.

No giró la mirada hacía el chico ni un segundo, fue con su pareja y se agarró a su brazo buscando el calor que la pared no le había sabido proporcionar. Al caminar otra vez el dolor en su trasero se acrecentó pero no le dio importancia, tan solo lo siguió. Ahora volví a ser su turno de fingir que un dolor en el culo era mil veces mejor que un beso o un abrazo, despedirse de sus propios deseos.

Por otro lado, Killian, el chico desconocido, aún seguía paralizado tras la mirada de Marshall. Él si se fijó en la cartera abandonada en el suelo. La recogió y mientras miraba la mancha sangrienta que la herida del chico había dejado en la pared decidió abrirla, ver su dirección y mandarla de vuelta a su dueño. Pero esa bolsita negra que encontró le hizo cambiar de idea. Él era agente de la DEA, la agencia antidrogas de EEUU y ahí había suficientes pastillas como para encerrar al muchacho, pero algo le decía que él no era más que un consumidor, iba a sacar partido de ese encuentro, estaba seguro de ello.  

Forgiveness  [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora