8.2. Su Secreto

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—Te pasaste — es, de nuevo, el hombre que acompañaba a Moss la última vez. Leo, ese es su nombre —. No puedes hacer estas cosas y pretender que funcione. Si ese niño está con Marshall, dejarte golpear, nunca funcionará para él, te hará ver débil, opuesto a él. No es una buena estrategia.

Moss lanzó un quejido de dolor que hizo que la labor de su acompañante se ralentiraza, a pesar de todo, sacó la aguja de la piel del afligido y esperó, por un momento, a que se le bajara el nivel de estrés provocado por esa punzada de dolor. El chico estaba tumbado en una camilla de depilación, blanca, dura y un tanto más alta que las de masaje.

Mantenía la postura rígida, bocabajo.

—Quiero ... — inició la frase, pero la dejó al aire por un segundo. Su amigo estaba cosiéndole un corte bastante feo que le habían hecho en la espalda y que se negaba a ir a tratar a un hospital —. Quiero que me vea opuesto a él, es eso lo único que intento. Que el día que abra los ojos vea que yo soy diferente, yo soy el bueno, él es el malo. Cuando eso pase, será mío.

Leo, el hombre que se ocupaba de curar sus heridas, era alto, fuerte. Llevaba la melena castaña recogida en una coleta baja, lo suficientemente larga como para que le llegara a media espalda. Su cuerpo estaba bastante tatuado. Al oír esas palabras de su amigo simplemente suspiró y le acarició con cuidado la cabeza, antes de dar el último punto necesario para cerrar por completo la herida.

—Pero tienes que pensar en ella ¿qué pasará si él la descubre? ¿si averigua quien eres tu? La estarías poniendo en peligro – preguntó Leo, y al decir aquello había desviado la mirada hacía una de las puertas.

La luz que estaban usando se centraba allí, en la camilla, era una lámpara led con una lupa, eso era, definitivamente, un centro estético. El resto de localizaciones de esa sala permanecían a oscuras, la noche ya caía en la ciudad y el pequeño salón de belleza estaba cerrado. Pero por la puerta hacía la que miraba el hombre entraba un pequeño haz de luz.

—Para eso estás tu, joder, no me digas que te vas a arrepentir de cuidarla.

Su voz sonó áspera y molesta. Pero Leo, supuso que era por el último punto y no por la conversación y el matiz que estaba adquiriendo. Quería pensar que su amigo tenía muy clara cuales eran las prioridades ahora mismo, quien era más importante para él, si el chico por el que lo estaba arriesgando todo, o la niña que él le estaba cuidando.

—Moss, como vuelvas a dar a entender que me cansaré de mi sobrina te llevarás un golpe diez veces peor que este, créeme, puedo hacerlo.

Tras esa frase llegó el silencio acompañado del ruido plasticoso que hacía la venda al ser abierta. Por un rato estuvieron sin decir nada, Leo estaba centrado en cerrar y sellar la herida, Moss estaba centrado en no responder mal a su compañero; y cuando el parche fue puesto adecuadamente el modelo se levantó de la camilla y estiró un poco los brazos.

—No te muevas demasiado bruscamente o se abrirán los puntos.

Moss asintió ante la advertencia y de pronto se oyó ruido en el cuarto del lado, Leo fue a abrir la puerta y el ruido se hizo más obvio. Entró en el cuarto, dejando al chico solo, y mientras tanto, Moss se ponía la camisa sobre su herido cuerpo. Cuando Leo regresó cargaba en brazos a una niña de no más de dos años, una niñita de cabello oscuro, que iba medio adormilada, al menos hasta que vio a su padre y estiró los brazos hacía él en un gesto más que obvio.

—Pía — musitó el moreno mientras quedaba en cuclillas frente a la niña con los brazos abiertos, Leo la había dejado en el suelo para que fuera con su padre —, ven aquí — la chiquita corrió de esa manera torpe en la que corren los niños cuando aún están medio dormidos, la sonrisa era obvia en su carita de sueño y con los brazos abierto abrazó al chico lo más que pudo antes de ser levantada del suelo en un abrazo que, a decir verdad, le dolió a Moss bastante por la cantidad de moratones que tenía en esa parte del cuerpo—. Leo, pensé que estaría arriba, con Lu.

—Lucía está ocupada hoy, pero está bien. Estaba dormida y mírala — Leo acarició con cuidado la cabeza de la niña y le apartó el pelito del rostro, estaba durmiéndose en los brazos de Moss —. Es pequeña, pero te echa de menos. Cada vez que llaman a casa parece esperarte. No deberías de alargar mucho esto.

Moss suspiró y dejó a la chica en brazos de su amigo. Su mejor amigo, en cierto modo. Era muy doloroso para él entregarla una y otra vez, y no tenerla siempre consigo. Pero tenía una misión en mente que no quería atrasar por nada del mundo.

—Ella esta a salvo con vosotros. Mientras él no sepa que tengo una hija no tiene con que atacarme si me paso de la raya, no puedo venir a verla tanto como querría o terminará enterándose. Es pequeña, no lo notará.

El tono de su voz dejaba entrever que ni él mismo pensaba así. Leo abrió otra puerta, una que llevaba a las escaleras para acceder a la parte superior del local e internarse, ahora sí, en la casa del mayor.

Forgiveness  [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora