7. El Casero

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Tras todo aquello, Andrew, no supo que hacer. Mandó un mensaje a su novio, temía su reacción por pensar que lo había desobedecido, pero más temía ocultarle la verdad. Y si lo veía de frente, mentir, no era una opción. Decidió, en ese momento, entrar en su juego. Si quería que estuviera dos días aislado lo estaría, se lo propuso por mensajería, le dijo que si lo que quería era tenerlo encerrado, ya que en la comisaría no lo habían retenido, él solo se encerría en su casa. No quería enfadarlo, no quería que le preguntara mil cosas, mentir estaba fuera de discusión una vez lo tuviera delante y esperaba que, gracias a esa idea de "sacrificarse" y permanecer encerrado, él fuera feliz. Pareció que si, al fin y al cabo su retorcida mente aceptó la idea de tenerlo encerrado.

El trato fue sencillo, él llamaría a su teléfono fijo, el de la casa de Andrew, en momentos completamente aleatorios. Si no lo cogía, lo castigaría severamente. Jugarían al preso y el carcelero, dijo, de hecho, que había posibilidades de que apareciera en su casa sin previo aviso. Y que esperaba encontrarlo esperando por él.

Por primera vez en el año y medio de relación que llevaban Drew se alegraba de esa faceta de él, de su gusto por jugar a poseerle de esa forma enfermiza.

*

Durante esos días trató de tranquilizarse. Fueron días de encierro sin que él apareciera, con alguna que otra llamada. Fueron días de desintoxicación. Apenas tenía drogas en su casa en ese momento, apenas pudo consumir nada y su mente, siento reiterativo, se consumía a si misma. En esos días, entre delirios de necesidad y tristeza se creó toda una fantasía a sí mismo, una coartada sobre lo que había pasado, porque lo habían encerrado y lo poco que hablaron con él. Una fantasía que, para él, terminó siendo real, incluso la fantaseó, la representó. Se estaba volviendo loco, solo pensaba en Marshall, en Michaelis, en Moss.

Las tres M de su vida actual.

No fue hasta el tercer día cuando apareció Marshall. Fue justo después de que el casero llamara a Andrew por teléfono para desalojarlo. Lo estaba echando, sin lugar a pagar nada, simplemente lo pateaba de casa. El muchacho yacía destrozado en el suelo cuando su pareja entró en casa, sin siquiera llamar, obviamente tenía llave del sitio.

—Ey, cachorrito — llamó a Andrew como solía hacerlo cuando estaba cariñoso, se acercó al sofá y se sentó a su lado —. ¿Que te pasa? — a veces podía ser realmente atento, ahí estaba, en uno de esos momentos. Le acarició la cabeza con cariño —. No es tan malo estar dos días sin salir, ni siquiera te prohibí Internet... y tienes tus videojuegos. ¿Hiciste la compra online como te dije? Sabes que te pagaré todo el extra que hayas gastado por mi culpa.

Andrew levantó la mirada y notó la mano de él que cariñosamente le secaba las lágrimas, rápidamente explicó la situación, lo que su casero le acababa de decir, y se abrazó a su cintura. Pegó tanto el rostro a su cuerpo que no pudo ver la tenue sonrisa que había en el rostro de Marshall, una sonrisa que dejaba en claro que sus planes estaban yendo tal él quería. Tal cual había planeado, nunca mejor dicho.

—Primero fue el trabajo, y ahora esto... no podía permitírmelo, pero él no podía saberlo ¿verdad? Es mi suerte, mi mala suerte.

El muchacho quería llorar y desahogarse ahora que no estaba solo.

La mano del mayor le acariciaba con cariño mientras él se desahogaba y evitó volver a ofrecer su hogar a su joven pareja, la discusión que habían tenido días antes le había enseñado que Andrew no quería lástima o pena ni un trato preferente de su parte, o simplemente estaba esperando el momento más adecuado, pues pasaron así más de una hora y el tema no salió en todo ese tiempo.

Andrew ni siquiera era capaz de recordar la última vez en la que Marshall lo trató de esa forma, con tanta suavidad y ternura. Su cabeza descansaba en el regazo del traficante y no lo presionó para nada, no le metió prisas, no le hizo preguntas, tan solo le dejó llorar, desahogarse y hablar todo lo que él quiso. En algún momento llamó a un restaurante de comida asiática y pidió bastante para comer y dejarle algo de cena.

—Gracias — susurró Andrew al poco tiempo de que él hiciera esa llamada. Quería comer, pero no había tenido el valor de levantarse del sofá. Ahora era Marshall quien ponía la mesa y arreglaba todo. No podía creerlo, jamás se lo habría imaginado así —. Gracias por apoyarme hoy. Realmente lo necesitaba. Llegaste en el momento oportuno.

Su sonrisa era tímida, se había puesto en pie, por primera vez en todo este tiempo.

—No tienes que agradecerlo tanto, eres mi chico, ¿no? No puedo dejarte así — y le dedicó una gran sonrisa que llenó de paz el cuerpo de Andrew. En ese momento el chico corrió junto a él a la mesa.

La comida fue en paz, casi por completo. Cuando ya estaban devorando el postre el móvil de Andrew comenzó a sonar, fue a buscarlo, deseando que el casero se hubiera arrepentido, o que Marshall secretamente lo hubiera amenazado o algo así, pero al ver la foto de Moss en pantalla se mordió el labio y colgó. Dejó el teléfono sin sonido y, sin pensarlo, lo llevó a la mesa con él.

En menos de diez minutos sonó tres veces. O más bien se iluminó con la imagen de ese chico sonriente y desconocido para Marshall. Andrew había notado su error al acercarlo, no debió hacerlo.

—¿Quién es? — preguntó, Marshall. Su voz fue fuerte, sin un ápice de sentimientos, tan fría que podría haber helado los polos con un suspiro.

—No es nadie, un conocido. Es un poco pesado cuando quiere hablar e insiste hasta que lo cojo, es mejor ignorarlo — intentó no darle importancia ni mostrar lo nervioso que estaba.

—Descuelga y dile que estás ocupado. Que estás con tu novio. Que deje de llamarte de una puta vez — no había ni un ápice de broma o risa en su voz. Lo miró serio, con los brazos cruzados. Realmente estaba esperando a que lo hiciera, pero la pantalla se iluminó una vez más y él aprovechó el momento para cogerlo y descolgar —. Buenos días — dijo, con un tono completamente neutro y distante —, estás llamando a la puta de mi novio, ¿quieres algo de él aparte de que te la chupe? Porque si no es así, te advierto que será mejor que dejes de llamarlo.

Andrew estaba encogido en la silla, no podía soportar ver eso, oír eso, hacía un instante todo estaba tan bien con él, había sido tan atento, tan amable. Y aquí estaba otra vez, el miedo a ser golpeado, el miedo a ser humillado, o bueno, directamente la humillación, lo acababa de llamar puta frente a alguien más. Un chico que, además, le gustaba. Quería desaparecer. La mirada de Marshall daba miedo. No la apartaba ni por un segundo. Al colgar se guardó el móvil en el bolsillo y no le dio opción a recuperarlo. Tan solo se puso en pie y tiró de Andrew, desde la raiz de su cabello, agarrándolo con tanta fuerza que el chico pensó que le iba a arrancar la cabellera de golpe.

—Desde hoy vas a vivir en mi apartamento. No vas a salir de ahí sin mi permiso ni vas a ver a nadie que yo no quiera que veas ¿entendido? — Andrew intentó asentir, pero dolía demasiado, se había puesto en pie para que no tirara tanto —. No sé quien era ese idiota, pero se piensa con derecho a hacerme callar y exigir hablar contigo. Como si tuviera algo que ver contigo. Es una puta mierda. Recuperarás tu móvil cuando me demuestres que puedo confiar en ti. En tu fidelidad hacía mi. Recoge todo esto, empaca tus cosas. Nos vamos de aquí con todo lo que te quieras llevar y lo demás dalo por perdido. 

Forgiveness  [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora