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Abrí la puerta que daba directo al interior de mi pequeño cuartito de consulta. La luz estaba apagada y el frío me golpeó inesperadamente, haciéndome cerrar los ojos unos segundos.

Froté mis brazos con las manos y me adentré al lugar.
Olía extraño; no era algo desagradable, pero tampoco se sentía familiar.

Caminé utilizando pasos cautelosos, lentos y cuidadosos. Sabía perfectamente que ser una ridícula se me daba de maravilla, pero así era mi forma de conocer lugares nuevos, siempre teniendo aquel sutil sentimiento de miedo o inseguridad.

—¿Buenas tardes?

Una voz rasposa semi-familiar se escuchó desde el otro lado de la habitación, llamando mi atención.

Al guiar la mirada hasta aquella figura intimidantemente alta, forcé a mis labios para sonreír con calidez.

—Hola, Lester, pasa.

Lo que con anterioridad habían sido pasos cámara lenta, lograron normalizarse para hacerme llegar con las piernas hasta mi asiento trasero del escritorio.

—¿Llegué a la hora correcta? —entró transmitiéndome un poco de inseguridad.

Revisé el reloj colocado en la pared y sonreí frunciendo las cejas un poco.

—Llegaste extrañamente justo a tiempo. Ni un segundo más, ni uno menos.

—Me gusta ser puntual. —murmuró para el mismo, pero suficientemente fuerte para dejarme escucharle.

Atravesó el poco camino que le faltaba para llegar a su asiento y lo tomó.

Una vez sentado, soltó un suspiro abismal, haciéndome sentir que el ambiente se había empezado a cargar de a poco. Me pregunté mentalmente que habría sido aquello, pero no me atreví a externar mis dudas y traté de ignorarlo centrándome en lo principal: él.

—De acuerdo —solté terminando con el silencio—. Me quiero presentar. Mi nombre es Athenea, pero puedes llamarme Dra. Ledger...

—No es necesario que te presentes, Athenea, ya nos conocimos antes. ¿Por qué no mejor vamos directo a las preguntas y lo hacemos todo más rápido?

Su respuesta me golpea abruptamente, pero trato de no darle demasiada importancia, porque sé que realmente no la tiene.

—Solo estoy llevando las cosas de la manera en las que están establecidas.

—Lo siento. —dio un asentimiento golpeado, como si lo hubiese regañado y soltó el suspiro más abrumador que en mi vida tuviese que presenciar.

Sus comportamientos parecían no encajar, lo cual tenía sentido, sin embargo, la manera tan incómoda con la que hacía y decía todo, me sacaba un poco de lugar.

Abrí mi libreta en el intermedio y comencé a leer los apuntes que había hecho sobre las preguntas que tenía sugeridas.

—Ya que estamos prácticamente reiniciando tus terapias, háblame sobre ti. Tu edad, tus gustos, tu familia.

Un suspiro nuevo salió de entre sus labios. Este era distinto, no se sentía tan cargado y amenazador.

—Tengo veintitrés años. —agachó la mirada y podía jurar que estaba viendo sus manos.

Se quedó callado durante unos segundos. Parecía pensativo, como si estuviese escarbando en su cabeza y arrancando memorias.
Cuando creí que finalizaría su respuesta, abrió nuevamente la boca y continuó—: me gusta caminar durante las noches y enseñarle a tocar el piano a una persona cercana —una sonrisa se asomó en sus labios—. Es divertido, incluso sabiendo que no es fácil.

—¿Qué me dices de tu familia?

—¿Puedo pasar esa pregunta?, con mi antigua doctora teníamos una dinámica. Ella me daba tres comodines, yo los podía usar para no contestar tres preguntas, pero el trato constaba en ser honesto con el resto de ellas.

—¿Te sientes cómodo con esa dinámica?

Un asentimiento sincero fue el gesto que respondió por él.

—Es mucho más práctico y cómodo.

—Acabas de quemar tu primer comodín, ¿estás seguro que lo quieres utilizar en esa?

—Estoy muy seguro.

—Esta bien. —Busqué nuevamente entre el montón de letras—. ¿Cómo era tu vida antes de la enfermedad?

Estaba consciente de lo cruda que era la pregunta, bastante brusca, pero antes de poder arrepentirme de dejarla salir tan pronto, lo miré y noté que no parecía incómodo al escucharla, lo cual me hizo sentir cierta tranquilidad.

—Era tranquila y agradable.

—¿Te gustan esas palabras para describirla?

—Son perfectas.

—¿Cuáles usarías para describirla ahora?

—Honesta, inquietante y sorpresiva.

—Interesante.

Piqué el boto principal de la parte superior de mi bolígrafo y comencé a anotar en la libreta.

—¿Puedo hacer una pregunta?

—Adelante.

—¿Cuál es tu opinión en lo personal sobre nosotros? —sus ojos buscaron los míos y no entendía el porqué de esa acción.

—¿Qué diferencia hace mi opinión, sobre lo que se considera la realidad?

—Simplemente me gustaría saber tu manera de pensar.

—Te diré una cosa, Lester —dejé a un lado la libreta, con el bolígrafo entre las páginas y lo cerré—. Las opiniones personales, son solo eso. Opiniones que todos tenemos sobre diversos temas; podemos estar o no en lo cierto, pero eso no cambiará lo que está establecido como correcto.

—Discutir sobre lo que pensamos que es la verdad, nos puede beneficiar. A veces es mejor escuchar lo que otros piensan, para no solo basarse en pensamientos propios. Quiero ver que logro aprender de tu respuesta.

—Lester, el tiempo esta contado, no trates de evitar la terapia.

Se encogió de hombros con aires de desacuerdo, pero despreocupado recargó su espalda sobre el respaldo de la silla.

—¿Qué pregunta sigue?

Volví mi vista a la libreta y releí mis apuntes. Había un montón de preguntas base, pero ninguna me parece adecuada para el momento.

Cerré el pequeño cuaderno y lo deje a un lado; me acomodé en mi asiento y fijé la mirada en él.

—¿Cómo te sientes con las terapias?

Mi pregunta pareció sacarlo de balance, ya que el gesto en su rostro lo delató. Sin embargo, este no le duro bastante, ya que se limitó a curvar sus labios y mirarme.

—A veces son mejores que quedarme en casa.

—¿A qué te refieres con eso?

—Las terapias son liberadoras, aquí la gente te escucha y parecen preocupados por encontrar una solución, mientras que en el exterior, quienes te escuchan, solo se quedan callado y si hablan, dicen incoherencias.

La terapia continuó de la misma manera que todas. Preguntas, recuerdos, melancolía y destreza de su parte, para esquivar el tener que responder.

La primera fase de mi plan de terapia, había sido un fallo.
Lester se oponía a darme toda la información que le pedía y eso me obligaba a alargar el tiempo y la cantidad de visitas.

El día nuevamente pasó rápido y la noche nos atrapó una vez más en el hospital, pero le había prometido a Nicolás que lo esperaría hasta que su jornada concluyera, así él podría acompañarme hasta mi casa.

Con Nicolás nos hacíamos más cercanos conforme avanzaban los días.
Pasábamos mucho tiempo juntos en los almuerzos y dentro del hospital, y eso me agradaba de una manera increíble.

Me daba una sensación extraña, como si realmente disfrutara tanto de su compañía, que podría llegar a acostumbrarme a ella.

MedicineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora