VIII

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» Las cosas buenas pueden venir de lugares inesperados. «
—Anónimo.

Era viernes y había estado contando los días por su llegada, pero las cosas no conspiraban en mi favor y mis planes matutinos se habían resbalado directo en la basura haciéndome sentir frustrada por mi escasa independencia.

—Dijiste que podía conservarlo. —rezongué denotando la irritación con el tono de mi voz.

—Apenas puedes cuidarte a ti misma.

—Esa es una total mentira, mamá.

Aunque sabía que ella tenía absoluta razón.

Ya era una adulta, quizá una muy joven aún, pero todas las personas de la misma edad a mí alrededor, son bastante independientes, viven solos y solo utilizan el dinero de sus padres para conseguir un futuro: la universidad.
En cambio, yo aún tenía horarios de llegada cada que salía a divertirme, los permisos esenciales que me hacían sentir una niña pequeña, debía ocuparme de una lista de deberes que tendría que realizar aun que viviese sola, pero sería mi lista de deberes, no la de mi madre.
Los amaba, tanto a papá, como a mamá, pero necesitaba mi propio espacio para vivir, consideraba necesario pagar para poder respirar mi aire, porque sentía cada vez más inoportuna mi presencia en esa casa, a pesar de ser la misma que me dio calor y techo durante casi toda mi niñez y adolescencia.

Suspiré sintiéndome malagradecida por todas las cosas que habían hecho por mí, desde que llegué al mundo y corregí —: olvídalo, creo que un perro nos quita suficiente espacio como para volvernos unos totales locos.

—Sé que querías una mascota, cariño, y sé también que seguir en casa no te hace muy feliz, pero todo en su momento.

—Sí, mamá.

—Tendrás pronto tu propio apartamento y entonces podrás tomar la decisión de cuidar por ti misma a un ser vivo.

—Mamá —su mirada se fijó a la mía, haciéndome saber que tenía su atención—. ¿En verdad no les molesta que siga viviendo aquí?

Entonces rió con delicadeza y negó la cabeza como si las palabras más graciosas hubieran sido dichas por mí.

—Athenea, eres bastante joven aún. Tu edad está dentro del parámetro para vivir con la familia, no debes preocuparte en lo absoluto.

Asentí, porque sabía que estaba usando su sinceridad conmigo, pero eso no me hacía sentir más tranquila.

No quería terminar como la tía Maquis; ella vivo con sus padres durante cincuenta años, hasta que ellos fallecieron y tuvo que quedarse con la casa. Eso era bastante deprimente y a la misma vez tonto.
Sentía que teníamos tantas cosas en común, que me daba miedo ser de esa misma forma y poder conocer mi futuro, sin siquiera haberlo vivido aún.

Besé la mejilla de mi madre y estreché suavemente sus hombros en forma de despedida, para después poder dirigirme a la salida de la casa y encontrarme con la pequeña niña de nueve años, quien sostenía un hermoso cachorro de labrador en sus bracitos.

—¿Lo cuidarás?

—Ve a casa, Andrea, no puedo conservarlo.

—Pero tú habías dicho que...

—Sí, sé que te había dicho que podía quedarse aquí, pero mi familia no quiere una mascota en este momento, no está dentro de nuestras necesidades.

Su cabeza se inclinó y sabía que veía al piso con cierta tristeza.

—Tendremos que llevarlo a un refugio de mascotas. —musitó acariciando el pelaje del animal.

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